15 junio 2004

Mester de Juglaría

La suave lluvia obedecía ciegamente a la caprichosa brisa, mientras las tintineantes luces del monasterio se rendían, a ratos, a la oscuridad de la noche.

El picaporte arranca de la madera un estruendo animado por el silencio. Y los pasos apresurados son seguidos por ruido de cierres, chirriar de goznes, y una joven cara enmarcada en capucha de fraile:

- ¿Quien sois?
- Un juglar ambulante.
- ¿Vuestro nombre?
- ¿Acaso importa?
- ¿Acaso os parece prudente dejar entrar a alguien, con semejante clima, y a estas horas, sin preguntarle su nombre?
- ¿Acaso creéis prudente obligar al autor a buscar un nombre para mi, cuando claramente, prefiere que la ausencia del mismo me de carisma?
- Cierto. Seguidme hermano.

La oscura entrada da paso al húmedo atrio, ocupado por un coro de gotas resonantes, y este, a su vez, al comedor.

Una comida frugal, de monje. "No solo de pan vive el hombre" recita el fraile encargado de la lectura durante la cena. Realmente en la mesa siquiera hay pan.

Otro fraile y otro "Seguidme hermano". A la luz de las velas todos parecen distintas copias del mismo original, aunque desde distintos ángulos. Una serigrafía monacal.

Aun es pronto. El trabajo en posadas y tabernas ha arraigado hábitos nocturnos. Un asiento de fría piedra en el atrio y las elevadas voces de los frailes, que en la misa de medianoche, piden la salvación del Hombre.

- ¿Disfrutáis de la estancia, hijo mío?
- No esta mal padre. La comida se podría mejorar, y la iluminación les hace parecer pop-art sacro, pero el lugar inunda de paz el corazón.
- Supongo que un corazón como el tuyo, necesitara mucho de la paz de este lugar.
- ¡Oh, no se crea! Yo soy libre para viajar a donde me plazca. Si necesito paz, voy a un monasterio, sea este u otro, y la obtengo, al menos durante unos días. Son aquellos enraizados en la tierra quienes no pueden disfrutar de ella.
- Cierto, por eso Nuestro Señor Jesucristo envió a sus seguidores a repartir paz entre los Hijos de su Padre.
- Algún día pudo ser así, pero actualmente, una misa semanal y algunas promesas de salvación no van a llevar esta paz a todos los rincones de la Tierra.
- ¿A caso dudas de la labor de nuestros hermanos sacerdotes?
- Ni mucho menos. No dudo de que tengan una labor, solo digo que no tienen la que usted, padre, les atribuye.
- ¿Quizás podrías hacerlo tu mejor?
- Seguro no, pero creo que mis intentos van por un camino más acertado.
- ¿A que intentos te refieres hijo?
- Cuando yo salga de aquí, parte de esta paz quedara impresa en mi, y podré transmitirla a todos aquellos que lo deseen.
- ¿Y puedo preguntar como obraras tal proeza?
- Con mis historias padre. Con historias de un monasterio recóndito, donde la lluvia canta en el atrio, los frailes son juegos de luces y el tiempo se detiene si cierras los ojos.
- Pero ninguna de esas cosas es cierta.
- Lo es, pues yo así lo he sentido. Y como yo lo sentí, puedo hacérselo sentir a otros con mis canciones e historias.
- Más eso también podemos hacerlo nosotros. Nuestros escribanos copian y escriben obras en latín, e incluso en romance. Grandes creaciones de mentes más brillantes que la tuya.
- Y estoy seguro de que así es padre. Pero sus obras, con toda su genialidad, están relegadas a los muros de los monasterios, o, como mucho, a aquellas mentes conocedoras de los secretos de la palabra. Mi arte llega a todos, pues va directamente de mi corazón al suyo.
- ¿Llamáis arte a unas pocas canciones y relatos de viejas?
- Llamadlo mester si preferís. El nombre es lo de menos. Lo que importa es que con él puedo transmitir ideas, pensamientos, sentimientos, mucho mejor de lo que vuesas mercedes pueden con todas sus grandes obras.
- Hijo mío, creo que deberíais recapacitar esta noche y pedirle a Nuestro Señor que os aclare la mente.
- Gracias por el consejo padre, pero esta noche, prefiero disfrutar de la paz de este lugar.

El día llega con nueva luz, haciendo que la oscuridad y la lluvia del ayer no sean más que recuerdos fáciles de olvidar. Las bestias que tiran de la carreta inician su marcha perezosa, que rápidamente se acompasa con el vaivén del vehiculo, formando una composición de danza y música pobre y monótona.

Los barrotes desdibujan el paisaje, más por sus augurios de futuro que por su apariencia en el presente. El viejo prior, al que la luz del día ha dado forma propia, camina de la forma que solo un anciano puede hacerlo, transmitiendo tantas sensaciones con su postura y su mirada, que es casi imposible contarlas todas.

- Hijo mío, créeme que lo he hecho por tu bien.
- No se apesadumbre padre. Esto también debe ser contado en alguna historia.
- ¿Sigues con lo mismo? ¿Cuantas historias más piensas que podrás contar?
- Muchas padre, todas las que la cabeza y el corazón me dejen.
- ¿Y como será eso, hijo mío?
- Será dentro de mucho padre, en un lugar donde todo el que quiera podrá leerlas. Y donde todo el que quiera podrá sentir lo que trasmiten. En un tiempo donde los barrotes no serán mi recompensa por tal acto.
- Supongo que te refieres al cielo...
- Quizás no andéis muy desencaminado padre.

La figura del Prior se dibuja cada vez más pequeña en el horizonte, hasta desaparecer en un mar de más de quinientos años de historias.

4 comentarios:

El Aprendiz dijo...

Un pequeño placer lectivo.
Espero ver numerosos posts en este blog, fruto de la moda que tanto nos llama estos dias.

Bienvenido juglar.

Anónimo dijo...

Estoy en el cielo.

Espero que todos los post me hagan disfrutar así. Un saludo:
Fer

Anónimo dijo...

Ha sido un placer ser la primera persona (además del escritor) que vio este blog.

Abe

Anónimo dijo...

Sublime, sublime.

Otro blog a añadir a los de siempre... y este merecera la pena xDDD

NAcho