03 marzo 2008

No-votado (Unvoted) - II

No-votado (Unvoted) - I


- ¡Patada voladora!

El grito fue acompañado de un poderoso golpe en el pecho de uno de los cadáveres ambulantes, que cayó aparatosamente contra el grupo de ellos que forcejeaba por pasar, de una sola vez, por las puertas de la sala. Jorge, por su lado, aterrizó de cuclillas apoyado sobre las manos. La Presidente miraba con el mismo asombro al joven interventor y a la turba de criaturas que, poco a poco, conseguía abrirse paso hasta la urna de votación con intención de parecer una cola.

Afortunadamente no todos los zombis eran hostiles. Y los que sí, no lo eran hacia todos los vivientes de la sala. De hecho sólo Jorge y los otros dos interventores que, en un arranque de valor y heroicidad democrática, habían decidido quedarse en la mesa de votación eran amenazados abiertamente. Pero la mayoría de criaturas parecían únicamente preocupados en votar, por lo que no habían tenido mayores problemas para mantenerse a salvo.

Un grito ahogado de la Presidente alertó de que la mal formada cola de criaturas había conseguido trastabillar hasta la urna. Frente a ella, el primero de los cadáveres levantaba lánguidamente el sobre que sostenía entre los dedos índice y pulgar, los únicos que aún conservaba. La mujer miró el sobre horrorizada y luego al interventor de mayor edad en petición de ayuda. Éste se encogió de hombros así que, temblando, la responsable agarró el sobre con el menor tacto que le fue posible y lo depositó en la urna balbuceando "vota". El cadáver bajó la mano y comenzó a girar, lentamente, hacia un lado para dejar su posición al siguiente.

Todos los presentes observaban atónitos estos acontecimientos hasta que otra criatura, al parecer menos paciente que el resto, abandonó la fila para avanzar amenazadoramente hacia el interventor de mayor edad. Éste reaccionó empujando la cabeza del cadáver con la base del mástil que había tomado como arma hasta aplastarla contra la pared. El tercer interventor, funcionario según había comentado, y que se había aproximado en caso de que su compañero necesitase ayuda, se agachó ante lo que quedaba del cuerpo, le arrebato la papeleta y se dispuso a abrirla cuando Jorge intervino:

- ¿Se supone que debemos hacer eso?

Al unísono los otros dos interventores respondieron al joven con una mirada hostil. Y cuando éste buscó con la suya ayuda en la Presidente, la mujer estaba demasiado ocupada procurando tocar lo mínimo indispensable los sobres de los zombis como para percatarse siquiera. El funcionario terminó de sacar la papeleta:

- Qué cabrón, iba a votar a Iridia.
- Éste también tenía la papeleta del PCP --informó el otro interventor que, a su vez, había requisado la papeleta de otro de los cadáveres defenestrados.

Ambos lanzaron miradas acusadoras a Jorge, interventor del PCP. Olvidando por completo sus reparos morales, el joven comenzó a registrar los sobres de todos los zombis que habían derribado. Al mismo tiempo que soltaba la última papeleta, se dejó caer de rodillas lentamente.

- Todos iban a votarnos --dijo.
- ¿Qué huevos habéis hecho ahora? --le increpó el funcionario de mayor edad.
- Sea lo que sea, dudo mucho que el chaval sepa algo --medió el funcionario mientras ayudaba a Jorge a levantarse. La sede central del PCP está aquí al lado. Dadas las circunstancias, no hay ninguna razón para no ir a ver si nos enteramos de algo.
- Sí, dadas las circunstancias mal no nos va a hacer --aceptó Jorge de pie y repuesto rápidamente de la impresión por la idea de tomar alguna medida al respecto.

El otro interventor se les quedó mirando un rato, pensativo. Luego echó una rápida ojeada a la Presidente que seguía recogiendo los votos de ultra tumba.

- ¿Podréis hacerlo solos? Alguien tiene que quedarse con la Presidenta.
- No te preocupes --le respondió el funcionario.

Él y Jorge comenzaron a caminar hacia la salida de la sala mientras su compañero se aproximaba a la mesa con el mástil en la mano a modo de lanza. Avanzaban rápidamente, echando recelosas miradas a la hilera de zombis que se perdía más allá de las puertas de la habitación. El entusiasmo inicial de Jorge había dado paso a una creciente preocupación:

- ¿Realmente podemos hacerlo solos? Fuera tiene que estar lleno de ellos.
- Tranquilo. Son bastante lentos y sin coordinación. Ahí dentro parecías saber algo de eso de artes marciales y yo soy funcionario.

La pregunta sobre en qué podía ayudar la condición de funcionario en todo aquello quedó olvidada de inmediato. Jorge había acertado en que el exterior estaría lleno de cadáveres ambulantes, pero suponerlo no le había preparado para verlo.


Daniel se acercó a la puerta aguantando la respiración para escuchar mejor. Estaba seguro de que había algo al otro lado y cuando oyó con claridad como una llave se deslizaba por la cerradura el corazón le dio un vuelco. ¿Podía un zombi usar una llave? Tras un giro en la cerradura, la puerta se abrió y su hermano retrocedió de un salto, asustado, al encontrarse repentinamente a Daniel paralizado en el pasillo. Llevaba la porra desenfundada y tanto el arma como el uniforme aparecían salpicados, aquí y allá, de manchas de sangre reseca y otros restos viscerales. Superada la impresión inicial, el agente de policía corrió hacia su hermano y lo abrazó aliviado. Después pasó a la cocina, cogió una cerveza de la nevera y se dejó caer en una silla. Tras mediar la botella de un trago, comenzó a hablar a su hermano que le observaba, expectante, desde la puerta de la estancia:

- Ahí fuera es un infierno.
- He visto vídeos por Internet --le respondió Daniel.
- No creo que sirvan para hacerte una idea.
- ¿Y el Gobierno? ¿Qué os han dicho?
- Están sobrepasados. Han movilizado a todos los agentes, de servicio o no, y también al Ejercito. Pero como de costumbre todo es un caos. A nosotros nos ha tocado rescatar a la gente que se ha quedado atrapada en los colegios electorales.
- ¿Mamá y papá? --preguntó Daniel con el miedo aflorándole en la voz.
- Ni idea. Casi no he tenido tiempo de pensar en nada.
- ¿No vamos a ir a buscarlos?

El policía observó pensativo por unos instantes a su hermano pequeño, que seguía de pie bajo el quicio de la puerta algo incómodo por el análisis, pero tratando de parecer seguro y algo desafiante.

- Tú no, desde luego. Y yo tampoco. Muchos agentes ya se han ido por su cuenta. Si vamos todos por libre será el caos total.
- Voy contigo entonces.

El muchacho lo dijo apresuradamente, pero forzando el tono de desafío.

- No --respondió tajantemente su hermano.

Por un instante Daniel perdió su aplomo. Pero rápidamente, empujado por su constante afán de independencia respecto a su hermano mayor, recuperó su resolución:

- Me la suda lo que digas, Miguel. O voy contigo, o voy solo. Pero no voy a quedarme aquí esperando a que una horda zombi venga por mí. ¿Por dónde escaparé entonces? ¡Vivimos en un sexto!

El aludido miró a su hermano. Miró la botella de cerveza sobre la mesa. La terminó de un trago. Suspiró. Y accedió.

Quince minutos después los dos hermanos bajaban por las escaleras de su portal. Ambos con porras reglamentarias del cuerpo de Policía Nacional. Al salir del portal Daniel se detuvo sobrecogido por el desolador espectáculo del exterior: las calles aparecían salpicadas por todo tipo de basuras y enseres. Era fácil adivinar numerosos accidentes de tráfico en los diversos testimonios impresos en el mobiliario urbano. Incluso había un coche abandonado empotrado contra la puerta cerrada de un garaje. Y todo estaba desierto. Desierto salvo por la infinidad de muertos que, sin rumbo aparente y con dificultad, anadeaban por todas partes.

- ¿Se reproducen como en las pelis? --peguntó a Miguel cuando recuperó el habla.
- Peor. Cada muerto, independientemente de la causa, se convierte a los pocos minutos en uno de ellos. Vamos.

Daniel siguió a su hermano que caminaba a buen ritmo, apartando a golpes de porra los zombis que se cruzaban a su paso. Se encaminaban hacia el sonido de un gran alboroto de gente y vehículos, incluso disparos, al que llegaron tras unos diez minutos de marcha. Se trataba del colegio electoral más próximo a su casa, que había sido instalado en un centro municipal de usos múltiples situado frente a una amplia plaza enlosada. En ella, los muertos vivientes se amontonaban para acceder al edificio por la entrada principal, rodeados por numerosos agentes de policía y peatones que recurrían a cualquier método expeditivo para reducir el número de criaturas, ya fuera a pie o en vehículo. Sin embargo, los esfuerzos por diezmar al ejército de criaturas no parecían progresar. Las incursiones de coches y furgonetas resultaban tímidas, probablemente debido al miedo de que el vehículo quedara rodeado por la vorágine de cadáveres. Y los zombis, aunque lentos y sin coordinación, resultaban excepcionalmente fuertes y resistentes en masa.

Daniel tuvo que secarse varias veces las manos que le sudaban sobre el mango de las porras según se iban acercando al centro del tumulto. Y no se percató de que su hermano, que en un principio iba delante, se había detenido hasta que éste le agarró del brazo:

- Espera. Con semejante desorden nunca podremos avanzar combatiendo de esta manera. Tengo una idea.

Y sin más explicaciones se encaminó a una de las salidas de la plaza seguido por Daniel que, ocasionalmente, miraba sobre el hombre con cierto alivio la vorágine que dejaban atrás.


Continuará.