Las palabras de la Inspectora Salgado parecen haber petrificado a todos los sospechosos del salón salvo a la vieja asistenta Matilde, quien, con un angustioso suspiro, se ha desmayado en su asiento.
El Señor Holgado, a quien la acusación detuvo en mitad de uno de sus paseos, mira ahora nerviosamente en todas direcciones. Sus manos se entrelazan frenéticamente, como buscando algo a lo que aferrarse y sus pies se estremecen incómodos, como deseando reanudar la actividad que con tan poca cortesía se les ha interrumpido.
Jaime Holgado mira a su padre con el ceño fruncido, como sopesando que posibilidades hay de que la afirmación que acaba de oír sea verdad. Mientras tanto, y sin dejar de mirar alternativamente a su amigo y a la Inspectora, el Dr. Varela ha ido a ayudar a la asistenta indispuesta.
Por fin, Enrique Holgado consigue centrar la vista en la mujer que acaba de acusarle de asesinato, y tras lo que parece un vano intento de recuperar el control de sus extremidades, habla en voz baja y algo desafiante:
- ¿A caso ha perdido el juicio, señora Inspectora?
- En absoluto Señor Holgado. Y Vd. lo sabe.
El dueño de la casa parece volver a centrarse en el control de sus manos y pies. Cuando finalmente se decide a hablar, la joven voz de su hijo le interrumpe:
- Pero eso es imposible. Todos oímos como tu compañero te explicaba que solo un profesional de la medicina podría haber empleado una técnica como la que se usó en el asesinato de mi madre.
- Cierto – responde Salgado con firmeza y cierto aire de autosuficiencia -. Pero me temo que Juan, quiero decir, el Dr. Alberdi, fue muy restrictivo en su apreciación. En verdad, cualquiera con suficientes conocimientos sobre la anatomía humana podría haber cometido el asesinato empleando esa técnica.
- Conocimientos y algo de práctica, diría yo – interviene el Dr. Alberdi, todavía apoyado en el marco de la puerta de la biblioteca.
- Esta bien, conocimientos y práctica. Y el Señor Holgado tenia ambas – responde Salgado mirando a su compañero por encima del hombro.
- ¿Y como es eso posible? – el tono de curiosidad del joven Holgado vuelve a intervenir en la conversación.
- Bien, nada más sencillo. Tu padre tiene una afición que le ha permitido adquirir los conocimientos y la práctica necesarios para emplear esa técnica de acupuntura.
- No que yo conozca.
- Que yo sepa, hace dos años que ya no vives en esta casa. ¿Estaba eso – la Inspectora señala la estantería con cabezas de mono disecadas que preside la estancia – ahí cuando vivías en la casa?
- Pues ahora que lo dices no, no estaba.
- Como sospechaba. Tu padre tiene revistas de caza en su salón, pero las únicas cabezas de animal que lo adornan, son las de primates, y en una estantería, con más aspecto de piezas de museo que de trofeos de caza. Y además, he visto algunos libros sobre zoología en la biblioteca. El Señor Holgado ha estado practicando la vivisección y disección de primates, cuya fisonomía, si no me equivoco, es muy similar a la de los humanos. Sin contar que, buscar puntos mortales en una nuca sin pelo tiene que ser mucho mas fácil que en la de un mono.
Jaime Holgado parece sopesar detenidamente las palabras de la Inspectora, mientras que el Dr. Varela, mira hacia ella con aire aprobador. Es entonces cuando la voz del Señor Holgado vuelve a dejarse oír en la sala, aunque esta vez más alta y menos desafiante:
- ¿Y que se supone que prueba eso? Mucha gente se dedica a disecar animales y no por eso van clavándoles agujas en la nuca a sus esposas ¿Qué se supone que gano yo con la muerte de Alba?
- ¿Y aun lo pregunta? Pues los cien millones que el seguro pagara a Jaime por la muerte de su madre.
- Vaya, veo que sigue empecinada con la póliza de seguros. Si quisiera dinero, podría sacarlo de mis empresas.
- ¿Ah si? Yo no estoy tan segura. Según me comentó el Dr. Varela, la fortuna de los Holgado es cada día más pequeña. Vender o hipotecar sus bienes, le pondría en una situación peligrosa. En cambio, con los cien millones de la póliza de seguros, podría iniciar el proyecto de su amigo Pablo, y fortalecer el patrimonio familiar.
- ¿El negocio de Pablo? ¿A caso no recuerda que no se nada del asunto? – sin embargo, la voz del Señor Holgado suena poco segura.
- Eso es cierto. Yo no le he contado nada – confirma el Dr. Varela desde detrás del sofá donde se encuentra la inconsciente Matilde.
- Claro que no. Su amigo Enrique se cuido mucho de que Vd. no le contase nada para así tener las espaldas cubiertas cuando matase a su mujer. Sin embargo ¿por qué se cree que el asesor que le recomendó trabajaba gratis? Pues por que no era sino el propio Señor Holgado quien actuaba como su supuesto asesor, enterándose así de todos los detalles referentes a su proyecto.
- ¿El propio Enrique? – Varela parece ahora realmente desconcertado.
- Claro. ¿Cómo explica sino que un pequeño empresario como él tenga su biblioteca llena de libros sobre inversión en bolsa, mercados internacionales y todo ese tipo de cosas? Sin contar que Vd. jamás ha visto a su asesor, seguramente por que él le decía que le era imposible. Además, mediante esta representación, el Señor Holgado se aseguraba un porcentaje de acciones y puestos ejecutivos que le permitirían tomar el control de la compañía si Vd. llegaba a fundarla antes de que fuera encarcelado.
El Dr. Varela parece tener que pensar detenidamente cada una de estas últimas palabras. Poco a poco, sus ojos se fijan en su viejo amigo, quien ahora mira hacia sus manos, que parecen haberse relajado y se mantienen entrelazadas a la altura de la cintura.
- Encarcelado…
- ¿Aun no se había dado cuenta Dr.? Su antiguo compañero lo tenía todo muy bien planeado. Cuando Vd. le pidió que le recomendase un asesor, probablemente la familia ya había perdido gran parte de su patrimonio, con lo que el Señor Holgado decidió montar el numerito del amigo asesor para ver que se traía su amigo entre manos. Lo que el Señor Holgado seguramente no se esperaba es que lo que Vd. se traía entre manos, era un proyecto que podría hacer que el apellido Holgado recuperase el renombre de épocas pasadas. Así que comenzó a hacerse con libros sobre altas finanzas para apoyar su papel de falso asesor. Sin embargo, primero era necesario quitarle a Vd. de en medio, así que comenzó a planear la mejor manera. Y desde luego encontró una bastante buena: le invitaría a su casa, pero siempre evitando que Vd. le contase nada del negocio para mantenerse a salvo de las sospechas, y después mataría a su mujer con alguna técnica médica adquirida gracias a su afición al disecado de animales. Con este plan, mataba tres pájaros de un tiro. Vd. era encarcelado, con lo que él se hacia con el control del negocio; conseguía el dinero para llevarlo a cabo; y al ser esta de su hijo, le convertía en accionista de la empresa, consiguiendo así labrarle un porvenir.
El Dr. Varela busca a tientas un lugar donde sentarse, sin apartar la mirada del hombre que ha intentado encerrarle en la cárcel. Por unos instantes, el Señor Holgado se la devuelve, pero pronto aparta la vista para volver a agachar la cabeza. Suena su voz, baja y suplicante:
- Supongo que esto es el fin.
- Eso me temo – responde la Inspectora en tono firme -. Cotejando las fechas de compra de los libros de la biblioteca, y algunos datos sobre su correspondencia y su afición a la disección de animales, que seguramente nos podrá dar Matilde, no creo que pueda librarse de esta.
- ¿Sabe lo difícil que es llevar un apellido como el de los Holgado?
- No, pero probablemente es mucho más difícil llevar uno como el de los Varela – la Inspectora mira hacia el Dr. que ahora reposa en una silla ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor.
Salgado hace un leve gesto a los guardias, y estos se llevan al Señor Holgado agarrado por ambos brazos, aunque a juzgar por su presencia, seguramente podrían llevarle empujando ligeramente.
Después de algunas indicaciones al resto de presentes en la sala, la Inspectora Salgado sale de la casa seguida por su compañero, Alberdi. La noche es fría y el cielo precioso. Aun puede ver como la abatida figura del Señor Holgado es introducida en el coche patrulla. La voz de Juan le habla tan fría como la noche:
- Se suicidara antes del amanecer.
A veces es horrible, piensa Salgado. Buscas al asesino para evitar más muerte, y cuando lo encuentras, eso es precisamente lo único que consigues. Alberdi le mira y le vuelve a hablar, esta vez en un tono algo más calido:
- Si, lo se, es una mierda de empleo – comenta, mientras ambos marchan juntos hacia su coche.
FIN
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2 comentarios:
no se me habia ocurrido lo de las cabezas de mono... era lo unico que me faltaba para encajar las piezas.- Dice Holmes con un gesto condescendiente mientras se clava una aguja con cocaina- mmmm 7%...
Muy bueno, Roch. A mí también se me pasó por alto lo de las cabezas de simio...
Abe
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