21 junio 2004

El Caso de los Holgado - Parte III

A medida que el dueño de la casa se le acerca, la Inspectora Salgado aprecia cuan profundos son los nervios del Señor Holgado. Su cara, comprimida por el esfuerzo de mantenerla serena. Sus manos, en los bolsillos de su batín, no parecen encontrar ninguna postura apropiada. Y sus pies, parecen querer robarse el sitio mutuamente en cada paso.

Antes de que la mujer pueda hablar, la voz del Señor Holgado lucha durante un instante por ahogar un lamento, y por fin consigue preguntar, mientras aprieta con las manos el respaldo de la silla:

- ¿Me permite?
- Claro, claro, póngase cómodo. Esta es su casa.
- No se si podré considerarla así después… - El lamento ahogado intenta volver a salir a la superficie – Después de lo ocurrido.
- Lo comprendo. Intentaré ser lo más breve posible.
- No se preocupe por mi – la compostura parece haber vuelto a tomar el control total del Señor Holgado -. Haga su trabajo. Espero que capturen a quien lo haya hecho y le castiguen como se merece.
- Lo intentaremos, se lo prometo. Pero para eso primero tendrá que hablarme un poco de Vd. y su esposa.
- No hay mucho que decir. Éramos un matrimonio como cualquier otro. Ella se ocupaba de sus asuntos y yo de los míos, y de vez en cuando disfrutábamos de algo de vida en familia.
- No suena muy agradable.
- Ciertamente podría haber sido mejor. Y la vocación artística del chico no hizo más que empeorar las cosas. Pero últimamente estábamos consiguiendo arreglarlo. Poco a poco. Yo deje un poco de lado mis negocios, y ella ya no pasaba tanto tiempo fuera. Creía que hasta podríamos volver a traer a Jaime. Y ahora, ahora esto – un nuevo lamento intenta aflorar, pero el hombre consigue reconducirlo hacia una especie de suspiro -.
- Ya veo. Lo siento. ¿Sospecha de alguien?
- Eso es lo más horrible de todo el asunto. Alba no tenía enemigos. Era una dama de alta sociedad, ya sabe: almuerzos, joyas, subastas benéficas... Nunca se involucraba en nada más peligroso que una sesión de té.
- ¿Y su hijo?
- ¿Jaime? ¡Cielos, no! Es cierto que la relación entre él y Alba no era la mejor. Pero si mi hijo tiene algún defecto es ser un artista o un vago, no ser un asesino.
- Sin embargo, para cualquiera en la precaria situación de su hijo, resultaría muy tentadora una póliza de seguros millonaria.
- ¡Vamos, señora Inspectora! ¡Esto es la vida real, no un ridículo relato de misterio escrito por algún novato para subir a su página web! No todos los beneficiarios de una póliza de vida son asesinos.
- No todos los asegurados por una póliza de vida son asesinados, Señor Holgado.
- Quizás tenga razón. Vd. es la experta. Pero me parece absurdo.
- Esta bien. Dejemos a su hijo. ¿Qué me dice del Dr. Varela? ¿No le parece muy sospechoso que justamente se produzca el crimen el día que él se encuentra en la casa?
- Pobre Pablo – y al decir estas palabras, el Señor Holgado parece tranquilizarse un poco al recordar algo, y la sombra de una sonrisa asoma en sus labios, para desaparecer rápidamente al tiempo que los nervios vuelven a hacer presa en él -. Me escribió hace algunas semanas diciéndome que tenía que hablarme urgentemente de un negocio. Por eso le invite.
- Ya veo ¿y desde cuando se conocen?
- Desde la Universidad. Éramos una pareja extraña. Él era un chico muy humilde, cuyos padres habían tenido que trabajar muchísimo para llevar a su hijo a la Universidad. Y yo era el hijo del mismísimo Señor Holgado. Sin embargo, éramos grandes amigos, y aun lo seguimos siendo.
- Bonita historia. ¿Ha llegado a comentarle algo sobre a que negocio se refería en su carta?
- No, yo no le dejé. Llegó tarde, y le invité a cenar y descansar esta noche. Suponía que podríamos hablar más cómodos y tranquilos mañana. Lo único que se es que no le iban muy bien las cosas como médico.
- ¿Ah no? – a duras penas la Inspectora puede ocultar su entusiasmo. De pronto, el móvil del Dr. Varela acaba de aparecer ante sus oídos.
- No. Desconozco los hechos exactos, pues yo me enteré por terceros. Pero parece ser que algún tipo de error le ha desacreditado ante los pacientes y ante la comunidad médica.
- Muy interesante. ¿Y cual era la relación del Dr. con su mujer e hijo? – “Vamos, vamos, ahora solo tienes que decirme lo bien que se llevaba con Jaime” -.
- Bueno, su relación con Jaime era prácticamente inexistente. Solo se cruzaban algunas palabras cuando venia de visita, y la marcha del chico de casa no ha mejorado las cosas. Y la verdad es que con Alba, la situación era mucho peor.
- ¿Ah si? – El sentimiento que ahora le cuesta ocultar a la Inspectora es el de frustración.
- Si. Por desgracia mi esposa jamás ha tolerado a Pablo. Nunca ha soportado que yo tuviese un amigo de origen humilde. Fue un verdadero problema durante nuestro noviazgo. Pero al final, ambos llegaron a una especie de tregua en la que se ignoraban mutuamente. Ni se hablaban, ni siquiera se miraban. De hecho Alba no compartía la misma habitación que Pablo si podía evitarlo.
- Ya veo.

Un silencio incomodo inunda la biblioteca, interrumpido solo por algún sonido ocasional procedente del salón contiguo, lo que no hace más que aumentar la sensación de incomodidad. Salgado piensa todo lo rápido que puede, pero muchas cosas han cambiado en los últimos minutos.

Primero creyó tener el caso a punto de caramelo, y de pronto, no solo perdió toda conexión entre Jaime y el Dr. Varela, sino que parece poco probable que la Señora Holgado se dejase estudiar la nuca por un chico de los arrabales.

No obstante, se da cuenta que el silencio no hace más que avivar los nervios de su interlocutor, así que busca rápidamente algo que preguntar. Necesita un poco más de tiempo para ordenar su cabeza y seguir el procedimiento de interrogatorios habitual:

- Si me han informado bien, Vd. estudio derecho.
- Si, así fue – responde el Señor Holgado, a quien una pregunta tan trivial y la abrupta ruptura del silencio han cogido por sorpresa.
- ¿Ejerce actualmente?
- No. Llevo los negocios familiares. La fortuna familiar se basa en una serie de pequeñas empresas de producción agraria y algunas otras dedicadas a la transformación de dichas producciones.
- Si, creo haber leído algo en algún sitio sobre los vinos Holgado.

Salgado se da cuenta de que una insulsa conversación sobre vinos no es lo más apropiado dadas las circunstancias, y de hecho, no parece hacer ningún bien al estado del Señor Holgado, cuyos dedos tamborilean frenéticos sobre la mesa. La Inspectora contiene un suspiro y habla lo más tranquilizadoramente que puede:

- Esta bien. Creo que no tengo más preguntas.
- Si se equivoca estaré en el salón. No obstante, déjeme que le diga que creo que esta perdiendo el tiempo buscando al asesino entre la gente que se encuentra en la habitación de al lado.
- Déjeme que sea yo quien decida eso.

Tras asentir, el Señor Holgado se levanta del asiento. Y después de un leve y cortes saludo, se encamina hacia la puerta del salón, mientras se pasa una mano por el cráneo.

La Inspectora, se deja caer en su asiento cansada y decepcionado. “¿Cómo he podido perder así el rumbo del interrogatorio?” – piensa – “No debí dejarme llevar por la emoción de tener la solución a mano. Ahora estoy peor que antes”.

Deja caer su cabeza contra el hombro izquierdo, de manera que sus ojos apuntan al lomo de un libro sobre zoología. “El Dr. Varela no pudo haberse acercado a la Señora para realizar el asesinato, sin embargo, parece tener un negocio en mente, lo que explicaría su necesidad del dinero de la póliza de Jaime, con quien no tiene relación”. El tono de frustración de sus pensamientos va en aumento cuando una voz cansada pero jovial la interrumpe:

- Señorita, ¿se encuentra bien?

La Inspectora levanta la cabeza para encontrarse con la delgada figura y el pálido rostro del Dr. Varela. Tras reponerse en su asiento, responde lo más firmemente que la sorpresa de la situación le permite:

- Si, si, perfectamente.

CONTINUARA…

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