18 diciembre 2006

Gallinas Azules (Blue Hens)

Esta se supone una posible letra para música compuesta por Chon. La idea nace en un ensayo de Chon, HJ y Pita al que asistí, cuando HJ interpreta «blue hens» (gallinas azules) en lugar de «blue hands» que era lo que se suponia que estaba cantando Chon.


Gallinas azules en el corral,
gallinas azules vienen y van.
Huevos azules para freír,
comida exótica en el jardín.

Caballos rosas sobre la hierba,
pastando briznas color almendra.
Caballos rosas aquí y allá,
carreras hippies por la ciudad.

Verdes los cerdos en la pocilga
que se revuelcan en su comida.
Lilas las vacas bajo el pajar.
Su leche es negra al ordeñar

Huevos azules, verdes jamones,
negra la leche en los tazones.
Caballos rosas tiran del carro
con pasos rosas hacia el mercado.

Alta cocina o tradicional
francesa, belga u oriental,
que en el mercado de la ciudad
mis colores no tienen rival.

14 noviembre 2006

La Entrevista del Señor Urrutia (La Saga de Urrutia II)

Ángel Urrutia miraba con aire cansado la puerta marrón oscuro del despacho doce mil quinientos veintitrés, guión, ochocientos cincuenta y siete, que tenia en frente. La sala de espera era un discreto ensanchamiento del corredor que entraba por un extremo y salia por el opuesto. El terco zumbido de los fluorescentes parecía hacer vibrar las paredes gris claro, dificultando la lectura del cartel, al lado de la puerta, en el que un joven atractivo y de aspecto dinámico defendía que «El Trabajo da Sabiduría».

Urrutia estaba sentado, rígido, en una de las incomodas sillas de plástico negro que se disponían en hilera sobre la pared opuesta al despacho. En medio de esta fila, una sucia mesita de mármol blanco con betas rosas sostenía un montoncito de revistas cubiertas por una espesa capa de polvo.

Las horas pasaban y el ocupante de la habitación se mantenía totalmente inmóvil, sosteniendo por el asa, con ambas manos, su viejo maletín sobre las rodillas. Un hombre pobremente vestido cruzó la habitación sin fijarse en él, atento a comparar el contenido de un pequeño papel con el número del despacho. Más tarde un enorme carro de paquetes de papel de estrafa, tan grande que apenas pasaba por el pasillo, cruzo en dirección opuesta empujado a duras penas por dos ancianos vestidos con uniforme marrón tierra. Finalmente, tras ochenta y tres horas, cuarenta y cuatro minutos y dieciocho segundos de espera, la puerta del despacho se abrió.

En el umbral apareció un hombre adulto, alto, barrigudo. Su traje, azul oscuro, había conocido días mejores y los esmerados intentos por disimular su calvicie no conseguían más que dar una pobre impresión de desesperada nostalgia.

- Señor Urrutia es su turno.

El aludido se incorporó mecánicamente y se dirigió en linea recta hacia el umbral de la puerta, donde el recién llegado se apartó para dejarle pasar mientras le invitaba a sentarse en otra incómoda silla de plástico frente a su mesa.

La mesa era un tosco mamotreto de plástico y metal que ocupaba el centro de un angosto cuarto que se extendía hacia el fondo, aumentando la sensación de estrechez. Detrás, la silla de tela roja, de apariencia más cómoda que las de plástico fue ocupada por el usuario del despacho. Y más atrás, la pared del fondo era completamente abnegada por enormes archivadores metálicos que se elevaban casi hasta el techo. El hueco que restaba estaba ocupado por carpetas de archivo de distintos tipos.

El superior de Urrutia comenzó a bucear entre los documentos que abarrotaban su escritorio. Casi simultáneamente, él abría su cartera y le imitaba. Después de unos segundos de silenciosa y desordenada búsqueda, ambos hombres parecieron encontrar su objetivo. El dueño del despacho se reclino hacia atrás en su no tan incomoda silla y comenzó a hablar mientras seguía ojeando el documento:

- ¿Sabe que esta aquí por un uso indebido durante su asignación como Asistentes Personal de Elucubraciones Retrospectivas al sujeto de expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once?

El interrogado respondió ojeando su propio documento:

- Lo se. Aquí mismo tengo el formulario de solicitud de presencia.
- ¿Algo que alegar?
- ¿No ha leído mi formulario de declaración?
- Creo haberlo ojeado.

Y dejando el documento que sostenía, se inclino nuevamente sobre los desiguales montones de papeles que cubrían su escritorio hasta que dio con otro:

- Aquí dice que el sujeto de expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once solicitó la Elucubración Retrospectiva adicional.
- Así fue.
- ¿No es un poco raro que un sujeto solicite una Elucubración Retrospectiva?

Y por primera vez en toda su vida, el Señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia se mordió el labio.

- Bueno --dudó--, el chico... Quiero decir, el sujeto número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once, estaba familiarizado con la Teoría Cuántica.
- De acuerdo. Sin embargo, cuando el sujeto de expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once, solicitó la Elucubración Retrospectiva adicional usted no siguió los procedimientos establecidos.

Y por segunda vez en toda su vida, el Señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia se removió en su incómoda silla de plástico:

- Bueno --volvió a dudar--, es una situación tan excepcional que debo reconocer no estar familiarizado con los procedimientos establecidos para tal contingencia.
- Eso no dice mucho en su favor, señor Urrutia. Fallar a los procedimientos establecidos por desconocimiento no es algo que un Asistente Personal de Elucubraciones Retrospectivas pueda permitirse.
- Lo comprendo.
- Bien. Espero que comprenda por tanto que no me deja otra alternativa...

Y por tercera vez en toda su vida... Bueno, que Urrutia apretó los puños:

- ¿Podría solicitar una evaluación de los resultados?

El hombre del traje azul se le quedo mirando con aire compasivo:

- Vamos señor Urrutia, no pierda la compostura. Si tenemos establecidos unos procedimientos es, precisamente, para no tener que evaluar los resultados.

Urrutia suspiró vencido. Estaba claro que había dicho una locura, pero tenia que intentarlo. Su interlocutor continuó dejando de lado todo aspecto de compasión:

- Bien, como le decía, espero que comprenda que no me deja otra alternativa. Señor Urrutia, a partir de este momento esta usted despedido.

Y levantándose para enseñarle la puerta añadió:

- Que tenga un buen día.

Y por cuarta y penúltima vez en toda su vida, el Señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia se levantó, y dirigiéndose a su interlocutor que mantenía la mano en alto esperando un apretón, añadió:

- Que le den por el culo.

13 noviembre 2006

La Visita del Señor Urrutia (La Saga de Urrutia I)

El pequeño despertador analógico marcaba lentamente el paso del tiempo con su sonoro tic-tac. Lejos, en la calle, algún vehículo pasaba ruidoso o un grupo de muchachos decidía que golpear bidones de basura puede ser divertido.

Marcos dejo de mirar al techo y centró su atención en el despertador. Probablemente acabaría olvidándola. No en mucho tiempo. Pero solo aquella noche ya estaba durando demasiado. Estúpida percepción relativa del tiempo.

Dejó que sus brazos cayeran sobre la cama y volvió a mirar al techo. Recordándola. De nuevo la vio bailar, a lo suyo, ignorante de su atención --aunque a veces hubiera jurado que le miraba--. Y de nuevo se vio a si mismo, tamborileando nervioso con los dedos sobre la barra, buscando desesperadamente que decirle, o como hacerlo, o lo que fuera.

- Perdone ¿Molesto?

Marcos se incorporó en la cama sobresaltado por la interrupción. Y se arrastró hasta estar de espaldas a la pared al descubrir el origen de la misma: un hombrecillo le observaba cansadamente desde el centro de la habitación.

El personaje era un tipo ya mayor, bajo y regordete. El poco pelo que le quedaba le caía sobre la frente, lacio y sudado, en forma de un pegajoso flequillo. Su traje, gris oscuro, estaba gastado y arrugado. Tan ajado como el maletín de cuero que sostenía sin energía con su mano derecha.

- Lamento el sobresalto. Es difícil de evitar. ¿Es usted el señor Don Marcos Gutiérrez Cuervo?

El señor Don Marcos Gutiérrez Cuervo, aun no repuesto del sobresalto inicial y cerca del estado de shock, se limitó a asentir con un movimiento de cabeza.

- Me alegro. Soy el señor Urrutia. He sido asignado como su APER o Asistente Personal de Elucubraciones Retrospectivas.

Ante la cara de desconcierto de su interlocutor, Urrutia suspiró imperceptiblemente.

- Mire, soy como su ángel. Como en Cuento de Navidad o en Que Bello es Vivir. Básicamente voy a permitirle ver en vivo el desarrollo de su vida si hubiera tomado otras decisiones en momentos determinados.

El APER colocó la cartera sobre el escritorio y comenzó a sacar papeles que desperdigó por la mesa. Finalmente, se detuvo a ojear uno.

- Aquí esta. Podemos empezar por ver como sería su vida si no hubiera descuartizado a aquellos adolescentes.
- Creo que se equivoca.

Al verse interrumpido, el señor Urrutia levantó sus ojillos por encima del documento para mirar, sin demasiado interés, a Marcos.

- ¿Perdone?
- Que creo que se equivoca. Yo no he descuartizado a nadie.

El hombrecillo volvió a sumergirse en el documento y tras ojearlo más detenidamente lo dejó sobre la mesa volviendo a su maletín.

- Tiene razón. Se trataba de otro Gutiérrez Cuervo. Disculpe el error. Aquí esta --dijo tomando otro documento. Ya veo. Lo que haremos sera ver lo que hubiera pasado de haberse atrevido a hablar con aquella chica del bar.
- Oiga, preferiría no saberlo si...
- Me lo imagino, pero esto no es un servicio opcional.

Urrutia buscó unos segundos en su triste traje gris hasta que dio con un teléfono móvil de aspecto muy moderno en el que comenzó a marcar.

- ¿Como que no es un servicio opcional?
- No señor. Va incluido con el lote.
- Pero que lot...

La frase fue interrumpida por un gesto imperativo de su interlocutor que comenzó a hablar por el teléfono:

- Claudia, cielo, soy Ángel. Activame lo del expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once.

Cuando Marcos abrió los ojos se encontraba en un parque de la ciudad. El calor hacia de agradecer la suave brisa que mecía los árboles en flor. El sol comenzaba a caer hacia el horizonte.

En un banco pudo verse a si mismo. Estaba más moreno y algo más delgado. Llevaba unas ropas que no tenia y que, por otro lado, nunca había pensado comprarse. Apoyada en su hombro, dormitando con una expresión de paz, la chica del bar le cogía suavemente la mano.

- Creo que esta imagen es bastante gráfica --apuntó Urrutia desde su lado.
- Joder, solo faltan pajarillos cantando a su... Nuestro alrededor.
- Puedo ponerlos si lo desea.
- ¿Como? ¿Puede alterarlo?
- Así es.
- No parece muy creíble si puede alterarlo a voluntad.
- Bueno, a voluntad no. Y de todas formas, esto no es real. Solo es lo que hubiera pasado si usted le hubiera hablado.
- Que nos hubiéramos enamorado.
- Así es.
- Parecemos muy felices.
- Si la estampa no es suficiente, puedo mostrarle escenas más clarificadoras.
- No. No se moleste. Esto ya me jode bastante. ¿Podemos volver?

Urrutia abrió de nuevo su móvil, que no había guardado, y dio a rellamada. Tras unos segundos esperando con el auricular en la oreja se oyó una voz de mujer al otro lado del aparato y Urrutia comenzó a hablar.

- Ángel otra vez. Ya hemos acabado... Si, ese es...

Por un momento, Marcos creyó oír a través del altavoz la pregunta a la que su APER acababa de responder: «era la elucubración de que se enamorasen, ¿no?».

De vuelta al cuarto, Urrutia recogía cansadamente los documentos esparcidos sobre el escritorio. Marcos se quedo unos instantes pensativo y cuando el recién conocido estaba cerrando el maletín, le interrogó:

- Oiga, espere un segundo. ¿Lo que hemos visto era lo que iba a pasar de todas todas?

Urrutia arrastro el maletín sobre la superficie de madera hasta el borde, por donde lo dejo caer sin soltarlo. Luego miró a Marcos con cara de resignación:

- De todas todas, no.
- Explíquese.
- ¿No ha oído hablar de la Teoría Cuántica? Es imposible predecir nada. Todo esta en todos los estados. Es un lío explicárselo ahora.
- Vaya. No imagine que los ángeles estuvieran en tan buena relación con la ciencia.
- No soy un ángel. Soy su APER. Lo del ángel fue una simplificación para que pudiera digerirlo durante el shock inicial.

Marcos pensó durante algunos instantes más.

- De acuerdo. Pues quiero ver lo que hubiera pasado si hubiera hablado con la chica y me hubiera mandado a cagar.

Urrutia suspiró.

- Créame, le dará igual.
- ¿Esta de coña? ¿Como me va a dar igual? Ahora iba a dejarme como si al no hablar con aquella chica hubiera perdido al gran amor de mi vida. Quiero ver otras posibilidades.

Urrutia no discutió más. Con cara de que aquello iba a traerle complicaciones, dejó el maletín, saco de nuevo su flamante teléfono móvil y llamó:

- Claudia soy Ángel otra vez... No, no. El mismo expediente. Pero cambiando la suposición... Ya, ya lo se... ¿Y yo que se...? Pásaselo a Marketing y que lo justifiquen con alguna campaña... De acuerdo. Quiere ver lo que pasaría si la chica le hubiera dado calabazas.

Urrutia ya no estaba y Marcos seguía en su cuarto. Al buscar a su APER se sobresaltó al encontrarse a si mismo durmiendo plácidamente en la cama. Un sueño pesado. De borracho.

- Parece que no te sentó bien lo de la chica y bebiste algo más de la habitual --Urrutia estaba de nuevo al lado suyo. Sin embargo yo diría que pareces bastante complacido contigo mismo.
- Mierda. Esto es más cutre que lo otro, pero sigue siendo mejor que mi estado actual. ¿No hay ningún caso peor? Usted dijo que con lo de la Teoría Cuántica todo estaba en todos los estado.

El hombrecillo se rasco la cabeza.

- Si que hay posibilidades peores. Por ejemplo, aquellas en las que, al hablar con la chica, esta se convierte en una Bestia de los Abismos y le devora las entrañas mientras sigue vivo.
- ¿Qué?
- La Teoría Cuántica no es sencilla. Todas las posibilidades quiere decir, precisamente, eso: todas las posibilidades.
- Pero lo de la Bestia Devoradora parece muy improbable.
- Casi imposible.
- En ese caso, lo que quiero es que me diga cual de las dos escenas que hemos visto tenia mas posibilidades de ocurrir si hubiera hablado con la chica.
- Eso es sencillo: cero ambas.
- ¿Cero? pero la Teoría Cuántica...
- La Teoría Cuántica no es inmune al tiempo. Dado que al final no llegaste a hablar con la chica, las posibilidades de cualquiera de las dos alternativas son igualmente cero.
- Pues menuda mierda...

De vuelta en su cuarto, Marcos volvía a mirar al techo. No le apetecía salir a la calle a felicitar la Navidad a todo el mundo mientras repartía su fortuna. Ni tampoco se sentía con ganas de saludar a cada casa tras saberse necesario.

Antes se sentía mal y ahora sabia por que. Ni la capuyada incomprensible de la Teoría Cuántica le salvaba: tenia lo que tenia, o, mejor dicho, no tenia lo que no tenia, por haber sido un cobarde.

Ese Urrutia era un perfecto cabrón. Pero quizás debiera estarle agradecido.

05 noviembre 2006

Trip to London - Day 2

Finalmente me he comprado la libreta. Bueno, en realidad me he comprado dos. Lo que inicialmente iba a ser una libreta de anillas de cuatro duros para salir del paso se ha convertido en dos «notebooks» de tapas duras con el mapa de Londres en la cubierta. Por ₤6 me ha salido la broma, pero estoy de un viajero romántico subido que ríete tu de Espronceda.

El día de hoy ha sido muy completo. Habíamos quedado con Ana a las 11:30 a.m. y, como aun nos sobraba tiempo, decidimos explorar por nuestra cuenta. Eso si, que nadie se confunda, «nos sobraba tiempo» no significa que nos hubiéramos levantado para desayunar. Aunque Javi se paso desde las 7:30 a.m. despierto; por mi parte Alemania podría haber vuelto a bombardear la capital británica y yo no me hubiera despertado hasta después del desembarco.

Pensamos en encontrar la zona de Porto Bello a partir de las indicaciones que Ana nos había dado el día anterior. La verdad es que no fue muy difícil. Supongo que mis horas y horas de recorrido de mazmorras al fin han servido para algo. Y aquí ni siquiera había que matar zombis.

Se supone que, los domingos, la calle en cuestión se convierte en un mercado del copón. Por desgracia, parece que por semana no es más que una reminiscencia. Pero aun hay alguna tienda chula y las fachadas son de colorines, que siempre esta bien.

Canjear nuestro vale del desayuno por una hora más de sueño --bueno, al menos yo-- comenzaba a pasar factura. Tocaba una visita a los tan cacareados Starbucks: franquicia de establecimientos ultra-modernos y ultra-especializados en cafés y relativos que, en Londres, se dan como hongos.

El caso es que aun se me resiente la lengua de lo caliente que estaba mi capuccino... Y el monedero de pagar casi ₤3 por él. Ahora bien, si nuestros cafés son «medianos», aquello era un entero largo; y la mejor manera de describir los «muffins» y la choco-galleta que nos metimos entre pecho y espalda es con el nombre de uno de los propios «muffins»: «rise & shine».

Por cierto, «muffins» es como se refieren aquí al maravilloso imperio de las magdalenas que se tienen montado. Ni la Bella Easo en sus años mozos...

Más tiempo libre y más paseo por Notting Hill y alrededores, entre coches de esos que en Oviedo solo se ven cuando se casa alguien o hay alguna movida importante en el Auditorio. Incluso encontramos una iglesia anglicana donde se oficia por semana. Si tenemos tiempo quizás nos pasemos a ver como se montan aquí lo de hacerle la pelota al Todopoderoso.

Finalmente nos encontramos con Ana. Nos llevo a ver Holland Park, que viene a ser cómo si algún dios oriental de la naturaleza hubiera decidido colocar su paraíso en medio de la ciudad de Londres.

En medio pero a parte: las ardillas, patos y demás animales campan impunemente entre los peatones y según uno se adentra en su interior, abandona por completo la sensación de estar en medio de una gran ciudad. Todo culmina con el maravilloso parque japones --cascadas y faros de barro incluidos-- que se esconde en lo más recóndito del parque.

Tras ayudar a Ana en la investigación de un robo lleno de detalles sospechosos, nos fuimos en bus hasta el centro. No se por que pensaba que los clásicos autobuses rojos de dos pisos serian algo anecdótico, más un reclamo publicitario en el extranjero que una realidad. Sin embargo, suponen el medio de transporte urbano de superficie habitual y se dan casi tanto como los Starbucks.

En uno de ellos hicimos el trayecto hasta Picadilly Circus. Más exactamente en el piso de arriba. Mi sobreexcitada imaginación de chico de pueblo esperaba que fuera algo «más» --aunque no se exactamente «que». Pero aun así es una manera genial de ver Londres.

Nueva visita al Starbucks. Esta vez para comer. Me decidí por un sandwich de roast-beef frío que no resultó nada del otro mundo, aunque picaba un poco y tenia un sabor peculiar. Quizá caliente este mejor.

Tras la comida, visita turística.

China Town parece sacada de las películas. Aun me pregunto como es posible que de ningún restaurante salieran dos tipos batiéndose con artes marciales al son de música electrónica.

En Trafalgar Square yo creo que se les fue un poco la mano. Vale que el Almirante Nelson fuera el principal artífice de su hegemonía naval y, por tanto, de su Imperio; vale que aun nos duela el culo de las patadas que nos pego en Trafalgar; pero es que si suben un poco más el pedestal sobre el que erigieron su estatua, iban a tener que ponerle luces de posición. Aun así, es una plaza muy bella y majestuosa.

El palacio de Buckingham me cundió. En particular por estar leyendo El Vizconde de Braqelonne --tercera parte de Los Tres Mosqueteros-- y, en general, por mi afición a los siglos XVI, XVII y XVIII. Me hubiera molado verlo por dentro y hasta camine un rato por delante pensando como podría colarme. Pero los guardia de armas automáticas parecían tener mucha facilidad para identificar a cualquiera como terrorista, así que decidí dejarlo correr.

La lluvia estropeo un poco nuestras apresuradas visitas a la abadía de Westminster --para mi, si no hacen cerveza, no es una abadía--, al Parlamento y a Brigde Street, que pasa sobre el Támesis. De todas formas, a mi tanto monumento seguido me resulta tedioso con lo que volvimos a Notting Hill.

De vuelta al hotel, nos emperifollamos como coristas y de nuevo nos encontramos con Ana. Íbamos a cenar en el restaurante Belvedere. Un sitio de muy alto copete donde Ana había dejado de trabajar justo el dia antes, situado en el bucólico Holland Park. Eran las 8:00 p.m. y yo me sentía como si ya fueran las 10:00 p.m.

No estoy nada seguro de que alguna vez vaya a volver a pisar un sitio así. Mientras el pianista tocaba algo de jazz que ocasionalmente derivaba en música concreta, nos sirvieron una copa de champán y algo de margarina salada con pan especiado, o algo por el estilo.

Seguidamente la carta. Mi nivel de ingles no era suficiente como para traducir la mayoría da ingredientes. Bueno, ni de ingles, ni de francés ni de italiano (aunque «Carne con Chile» si lo entendí). De entrante, pedí algo que llevaba las atractivas palabras «black pudding» y de principal «Thai Green Fish & Vegetable Curry». Bueno, yo como de todo, y me gusta el curry...

Llega el vino blanco con los entrantes. Mi «black pudding» resulta ser pedazos cuadrados de morcilla sobre patatas cocidas. Cuando el maestresala preguntó como se llamaba aquello en España, le cuento la anécdota de las picantísimas morcillas que prepara el abuelo de Fer para las fiestas de Moreda. Toma cosmopolitismo. De todas formas la comida era exquisita.

El curry del plato principal debía estar hecho con la receta de alguna secta hinduista secreta o algo así: haría llorar a un toro de piedra de lo que picaba. Así que me, mientras me preguntaba por que el maestresala tardaba tanto en rellenar mi copa, el jazz del pianista parecia tomar matices flamencos y en la mesa discutíamos sobre la democracia en la Grecia Clásica. ¡Que carajo! Quizá sea mi única oportunidad de sentirme asquerosamente como Don Alguien.

El postre, al nivel del resto de la cena. No se exactamente que era, pero traía sorbete de mango. Y acompañado, un «vino» de postre que Javi dice que tenia un aire al Jerez. A mi me pareció una especie de vino para niños, aunque me gustó la idea de un vino para los postres.

Al terminar resulta que llovia y decidimos esperar en el recibidor. En estas salieron los clientes de la fiesta privada --un cumpleaños-- que nos fueron desplazando hasta detrás del mostrador. Resultaban el paradigma de la clase alta inglesa. Vamos, que apestaban a dinero. Si no fuera por que mi ingles no da para tanto, me hubiera intentado enrollar con alguna que tuviera cara de alegre viudita.

Al vernos detrás del mostrador, nos agradecieron la espléndida velada. Lo cual me pareció ideal para ir a abrirles la puerta, despedirles adecuadamente e, incluso, felicitar a la homenajeada. Nada, ni una propina. Esta bien claro por que tienen la pasta.

Acompañamos a Ana a su residencia donde conocimos a su simpática compañera de habitación alemana y nos dio una bolsada de libros que debíamos llevar para ella a España. Ocasionalmente me pregunté si los libros estarían llenos de droga o algo así. Finalmente nos despedimos. Fue una guia excelente y una compañía muy simpática. Espero volver a verla.

Al regresar al hotel, las luces estaban apagadas y la puerta cerrada. Ok. Javi, unos cuatro kilos de libros y yo íbamos a pasar la noche al raso. Bueno, al menos teníamos para leer.

Picamos al timbre pero no aparecía nadie mientras yo buscaba en la cartilla del hotel si había alguna norma del estilo «a las 12 en casa». Tampoco nada.

Cuando ya comenzaba a preguntarme donde seria el mejor sitio para pasar la noche, aparecieron un par de chicas por cuya expresión deduje que tampoco sabían nada del toque de queda. Afortunadamente ellas tenían un agente infiltrado que consiguió despertar al recepcionista --que todavía preguntó con cara de sueño si habíamos picado al timbre. Es la segunda vez que casi dormimos bajo el nublado cielo londinense. Todo apunta a la tragedia...

Pero bueno, todo acabó bien. Así que aquí estoy, inaugurando este diario de viaje. Tenia pensado escribir ahora también lo del primer día, pero son las 2:48 a.m. y si no estuviera tan cansado me daría la risa locuela. Mañana sera otro día.

26 octubre 2006

Trip to London - Day 1

Este es el diario del pequeño viaje a Londres que realicé del 22 al 26 de Octubre del 2006 con mi amigo Javier. Escrito durante la travesía, aunque corregido en trascripción y publicación. Espero que lo encontréis interesante o, al menos, divertido. Sino ambas.


Nota:

Escribo estas líneas en el tren que va desde la estación de Liverpool Street hasta el aeropuerto de Stansted --unos 45 min.-- para volver a España. No encontré libreta de mi agrado el primer día.

Por cierto, que eso de escribir en el tren queda muy a lo explorador colonial, pero no veáis lo que cuesta...


No recuerdo ningún incidente reseñable del viaje hasta la Gran Bretaña. El despegue fue casi puntual y el vuelo cómodo y ameno. Además, la tan cacareada seguridad a la que Inglaterra se supone que esta sometiendo a todos los vuelos que la incumben no fue nada especial. Como cualquier otro viaje en avión.

El vuelo partía a la inadecuada hora de las 3:15 p.m. con lo que nuestra última comida en tierra ibérica fue el desayuno. Una vez en el aeropuerto de Stansted pudimos hacernos con una chocolatina con caramelo --para ambos. Fue lo único que mis escasos fondos en moneda inglesa nos permitieron, pero la verdad es que estaba buena. De hecho la recuerdo como todo un manjar. Quizás estábamos llevando lo de viajar barato demasiado lejos.

Salimos del aeropuerto tras descubrir que de los grifos de los baños solo manaba agua caliente. Bonito detalle autóctono, tal cual como si te measen en las manos. Y cogimos el tren para Londres. No sin que antes uno de los asistentes de la estación tuviera que venir en nuestro socorro al ver que éramos incapaces de usar la máquina de billetes. Afortunadamente se podían comprar en el propio tren.

La campiña inglesa que se fugaba tras las ventanas del tren no era demasiado diferente de las tierras de Asturias. Solo los pequeños detalles, como algunas plantas no familiares o las numerosas lagunas, delataban nuestra migración. Bueno, eso y que un tipo negro pasase con un carrito ofreciendo comida y bebida. De todas formas, la sensación de estar en un país extranjero era extraña y agradable.

Ya en la estación de Liverpool Street nos encontramos por primera vez con el metro. Habíamos comentado con el hermano de Javi, en el aeropuerto antes de partir, que los precios del metro londinense no podían ser mucho más altos que los del de Madrid, que nosotros tasábamos en sobre 1€. No podíamos estar más equivocados. Un viaje por el sector más interior costaba la friolera de ₤3 y cada sector añadía ₤1 más al precio. Así que nos hicimos con una abono semanal que, por ₤22 nos dejaba viajar libremente por los dos primeros sectores e incluso usar el bus. La verdad es que se amortizó solo. Pero supuso nuestro primer encontronazo con el carísimo Londres. Temí que lo de alimentarme a chocolatinas no fuera a ser algo anecdótico.

Nos encontramos con Ana --una amiga de Javi que vivía en Londres-- en la parada de Notting Hill Gate y ella nos sirvió de guía hasta nuestro hotel, el Comfort Inn Bayswater.

Para respaldar la estancia, el hotel necesitaba una tarjeta de crédito. Dos días antes de nuestra partida, un cajero se había tragado la de Javi, de modo y manera que no le quedó otra que entregar la debito de Cajastur.

La cara de lata de atún que se nos quedó a los tres cuando nuestro recepcionista nos dijo que no funcionaba, era de las de 1Kg. Por mi parte, no gasto tarjeta de crédito, y la de débito es también una Euro 6000 Maestro de Cajastur. Y a Ana le habían robado el bolso hacia unos días y gracias si tenia el DNI.

Yo ya nos estaba viendo trabajando en los puertos del Támesis como estibadores rumanos cuando ocurrió el milagro. El recepcionista fue capaz de hacer funcionar la tarjeta. O tal vez tuvo una visión mística en la que Javi y yo moríamos cubiertos por la nieve en Hide Park tras quemar nuestra última cerilla e hizo la vista gorda. Fuera como fuese, estábamos instalado.

La habitación estaba bien. Un ambiente muy británico con un tamaño muy japonés. De hecho, Javi y yo no cabíamos en ningún espacio libre al mismo tiempo. Javi aseguró que el ancho de la cama era menor que el de sus hombros, pero eso ya es invención de su ego. De lo que si estaba bien surtida era de auto servicios, tanto de té y café, como espirituales: una Biblia anglicana esperaba a aquellos que buscasen consuelo --no de "ese" tipo de "consuelo".

Que Londres tiene una hora menos que la Península Ibérica resulta anecdótico. El verdadero cambio esta en las horas de oscuridad. A las 6:30 p.m. ya es noche cerrada y las 8:00 p.m. la gente se las toma como si fueran las diez o las once. Estábamos tan descolocados que me pasé toda la tarde pensando que era de madrugada.

De tal forma que cuando salimos del hotel no había mucho más que hacer en la ciudad que ir de cervezas --obviando los lujos del mundo del espectáculo, claro--. Ana nos llevó al Black Lion, que se convirtió en nuestro refugio espiritual --con todos mis respetos a nuestra Biblia en el hotel-- donde nos tomamos una pinta. Se trataba del clásico pub ingles con quince caños de cerveza, moqueta e incluso sofás de orejas.

Ya, para finalizar el día, la media chocolatina de la comida comenzaba a dejar hueco y decidimos ir a cenar. Tomamos una pizza de ingrediente desconocido y nos regalaron una rama de romero al preguntar que era eso de «rosemari». No estuvo mal para rematar la noche y comenzar nuestra estancia londinense.

21 octubre 2006

El Mulo del Alcalde

Había en la plaza un mulo
que causaba gran alboroto.
Cortado tenía el camino
como si el andar tuviera roto.

Con muchas voces y esfuerzo,
todos intentaban moverlo.
Guarda, mercader o labriego
fracasaron el intento.

«Busque el Alcalde arreglo»
propusieron en el pueblo.
Y fueron corriendo a traerlo
para que ideara invento.

Decidido el funcionario
tomo sobre el animal asiento
y con golpe y voz de mando
púsolo en movimiento.

Asustado el pobre mulo
a la multitud enbistió
y al marcarle retroceso
la mercancía arrojó.

Aquí golpe allá porrazo
así estuvo un rato largo,
Maltratando ora un niño,
ora de un puesto su cargo.

Y como veíase descontento,
que acabara en alboroto,
del Alcalde, su lacayo
gritaba con cuello roto:

- No es mi Señor motivo
de este gran descoloco.
Que ha sido solo el mulo
quien todo esto ha roto.

Al oír este discurso
ya por cuarta ocasión,
un dolorido labriego
al lacayo contestó:

- ¿El animal el malo?
¡Válgama Dios y el cielo!
A ver si consigue alguno
que del alcalde se baje el mulo.

Bien la chanza se festejó
por casi todo el poblado.
Más el Alcalde descontento
hizo prender al citado.

Por el Juez fue preguntado
como aquello había osado.
Y muy bien sin entenderlo
el labriego contestado:

- ¿Pues no decía el lacayo
que era la culpa del mulo?
El jinete era el motivo
luego debía ser el mulo.
El animal de debajo
solo restábale ser uno.

Razonado de este modo,
más el Alcalde enfureció
y dio directa la orden
que a prisión lo llevó.

Pero encerrado el labriego
su pensamiento no cambió.
Jinete la culpa tuvo
el lacayo mulo le llamó.

15 agosto 2006

Perdón

 

Con la marcha del último de los camareros la casa quedó finalmente vacía. Había conseguido retener al joven a base de whisky y puros casi dos horas. Pero tenia que trabajar, me decía, y consiguió escaparseme con un furtivo «adiós y gracias Sr. Díaz» en un lapsus durante una de mis visitas a la licorera.

Como cada noche, me senté en el gran sofá de orejas, cuyo cuero rojo parecía lanzar los últimos latidos de un corazón, al reflejar la apagada luz de las mortecinas brasas de la chimenea frente a la que reposaba.

Y así espere el sueño. Mientras el hielo se derretía en el vaso de mi mano, intacta su última carga. El reloj, incansable, marcaba cada instante y se burlaba al prolongar el periodo entre cada marca. Ambos sabíamos que tampoco esa vez habría sueño y el viejo mueble parecia disfrutarlo.

La definitiva extinción de la lumbre sumió la gran sala en una atmósfera irreal. La luna entraba entre las cortinas pintando el lugar de azules nocturnos y verdes pantanosos. Cada golpe del viejo reloj parecía penetrar hasta lo más profundo de mi pecho, absorbiendo, como por una paja de papel, su interior.

Oprimido por el esternón, que parecía querer ocupar el hueco de mi corazón aun a costa de las costillas, me levanté sin apenas percibir el vaso que, desde el brazo del sofá, caía a romperse silenciosamente sobre la alfombra. Tambaleándome me acerque al piano de cola de la otra esquina, cuya blanca madera brillaba pálida, como la piel de un cadáver reciente, a la luz de la luna. Me deje caer pesadamente sobra la banqueta.

Y como cada noche desde hacía veinte años, la música volvió a inundar la estancia. Una melodía que no sabia tocar. Que hasta aquella primera noche ni siquiera conocía. Mis dedos se deslizaban sobre las teclas muertos pero animados, como las extremidades de una marioneta.

El Opus 69 nº 1 de Chopin surgía como una nube gaseosa desde la caja del piano. Inundando lentamente el salón. Llenando hasta los más pequeños recovecos. Borrando los contornos del mobiliario y de los relieves de la pared hasta que la gran sala parecía la imagen de un antiguo recuerdo. Yo mismo me sentía como si pudiera verme a través del difuso cristal de la memoria.

Cuando el vals lleno toda la estancia, dificultando incluso la respiración, comenzaron a aparecer. Primero no eran más que partes más difusas aun, si cabe, que el resto. Pero poco a poco, primero sus movimientos, y luego sus formas, se hicieron reconocibles. Sus rostros, serios, inexpresivos, se miraban con los ojos perdidos. Giraban y giraban al ritmo de la música con movimientos lentos y melancólicos. Hasta que se separaban en busca de una nueva pareja, en ese momento, en medio de la floritura del cambio, todos parecían encontrar su momento para mirar hacia mi.

Sus caras seguían inexpresivas y sus miradas perdidas, pero sus mudas acusaciones llenaban el hueco de mi pecho, comiéndose unas a otras por ser la más atendida. Y entonces me descubrían quienes eran, que les había hecho: cual de mis ordenes les había arrebatado la vida; cual de mis hombres les había asesinado; cual de mis negocios les había hecho suicidarse.

El desprecio asomaba a mis facciones. Siempre venían a intentar atormentarme. Como si eso fuera a cambiar algo. Como si mis disculpas fueran a devolverles sus insignificantes vidas.

Ante mi indiferencia, la música se aceleraba y los cambios de pareja se hacían mas frecuentes. A medida que la velocidad de los cambios aumentaba, sus inculpaciones se convertían en frustración al no hallar respuesta por mi parte. Luego, los más débiles primero, los de mayor voluntad después, bajaban la cabeza y se desvanecían.

Pero aquella noche no ocurrió así. No me percaté de su presencia hasta después de muchas vueltas y muchos cambios. No bailaba. Tan solo permanecía de pie, en un rincón, confundida con la habitación. Podía haber estado allí durante aquellos veinte años y no haberme percatado de su presencia. Pero sabia que no era así. Era la primera vez.

Al fijarme en ella, pareció percivirme a su vez. Pero no hubo recriminación alguna por su parte. Tan solo hechos.

Desde mi banqueta del piano fui espectador de honor de los horrores que mis designios le habían hecho a aquella niña; trate de levantarme, de impedirlo. Quemé mis pulmones gritando la orden que la salvaría. Pero como en las mejores pesadillas, mis músculos no me respondían, de mi boca no salia palabra alguna.

Cuando volví, estaba empapado en sudor, mis manos seguían tocando, las parejas seguían con su vals y la niña seguía mirándome sin fijar los ojos en mi. Y la culpa había aparecido por si sola. No era fruto de ninguna recriminación, sino que había surgido como una semilla en mi pecho. Alimentándose del resto de culpas y acusaciones, devorando después mi estomago y mis pulmones.

El sudor hacia que el frac se pegase a mi cuerpo dificultando hasta la respiración; el vapor de la música confundía mis sentidos y mi cabeza; y la culpa, harta de mis entrañas, subía por mi garganta como una bola de gusanos.

Frenético me levanté tirando el taburete y miré desconcertado a mi alrededor. La música seguía surgiendo del piano y yo corrí esquivando fantasmales parejas que giraban y giraban cada vez a más velocidad. Los cristales de la ventana que se acercaba se presentaban limpios y transparentes y, a través de ellos, el mecer de las hojas sugería la promesa de aire puro y viento fresco.

Con la cabeza hacia adelante, como un pez fuera del agua que busca regresar al charco, casi podía notar el frescor de los vidrios en la cara cuando algo me detuvo. En mi brazo, una mano blanca, casi transparente, me sujetaba con dedos de aspecto frágil pero presa férrea. Pronto otras manos se unieron a la primera y, al mirar atrás pude ver como los bailarines habían cesado en sus giros para reunirse a mi alrededor, sujetándome unos, aplaudiendo sin emitir sonido otros. Todos alegres, con la mueca sonrisa de una calavera en sus macilentos rostros.

Al volver la vista hacia la ventana, con la fe ciega de que esta se hallara, aunque solo fuera, unos centímetros más cerca, ella estaba allí, de pie. Pero no reía, ni hacia ademán de detenerme. Tan solo permanecía quieta, con su cara inexpresiva y su mirada perdida

El gélido toque de mis captores se clavaba como cuchillas hasta el hueso, cortando piel, músculo y tendón. No iban a dejar que lo hiciera. Nunca dejarían que me liberase. Finalmente vomité la culpa y caí de rodillas llorando. Y hecho un ovillo, revolviéndome en mi propio vómito, grite una sola palabra con todas mis fuerzas hasta que mis cuerdas bocales reventaron en sangre.


A SYD.

04 agosto 2006

Las Últimas Balas (Final Alternativo)

Este es un final alternativo para el relato Las Últimas Balas


(...)

Él [David] se recostó pesadamente contra la pared a su espalda y se dejó resbalar hasta quedar sentado. Lentamente, pero sin vacilar, se introdujo el cañón del arma en la boca y cerró los ojos. Entonces se produjo un disparo. Y después otro. Y luego otros más.

David abrió los ojos para ver, a través de la puerta, los destellos amarillos de armas de fuego al ser disparadas. Y la sangra salpicada contra las paredes de muertos vivientes al ser impactados.

Al instante voces humanas, vivas, se hicieron distinguibles en medio del caos de disparos y quejidos. Y hombres uniformados se abrían camino, a golpe de escopeta, hacia el cuarto por entre el mar de carne putrefacta.

Estaban salvados. ¿Estaban? Como un aguijonazo, un recuerdo, después terror, acudió a la cabeza de David. Miró los cuerpos que yacían a sus lados y tubo el tiempo justo de ver a uno de los agentes correr hacia él gritandole algo que no llego a escuchar antes de que el revolver respondiese al gatillo.

01 agosto 2006

Las Últimas Balas

El ambiente estaba tan cargado que era como respirar a través de algodón. El vapor del aire parecía vibrar con la oscilación de los tubos fluorescentes. Cuyo zumbido aturdía la mente.

La película de sudor que les cubría, haciendo que la ropa y el polvo se les pegasen al cuerpo como gasas húmedas, convertía cualquier movimiento en un trabajo costoso y desagradable.

Aun así, Sara se removió en una esquina. Impulsada por la incomodidad de la postura o por la perdida de la costumbre de hablar que las últimas horas en silencio habían supuesto.

- ¿A que esperamos? - dijo mientras apoyaba el peso del cuerpo sobre el otro hombro.

David, acostado en el suelo, se recosto y la miro, sorprendido de que alguien aun pudiera hablar.

- A un milagro, supongo. A fin de cuentas es lo mejor que podemos hacer.
- ¿Y cuanto más estaremos así?
- Pues hasta que alguien se vuelva loco. O nos vayamos muriendo de deshidratación. O nos rescaten. Lo que pase primero.

Al decir estas palabras, Pedro seguía sentado de piernas cruzadas con la cabeza apoyada sobre las manos y los ojos fijos en la puerta.

- Si me preguntáis apuesto por la primera.
- En ese caso, yo votaría por ti - señalo David volviéndose a tumbar de espaldas en el suelo.
- Oye, oye. Mi psiquiatra asegura que lo de aquel hotel perdido en medio de las montañas fue un episodio aislado.

Ambos sonrieron la broma sin demasiado entusiasmo antes de dar paso de nuevo al zumbido de los fluorescentes. Aunque entonces, tras la charla, otros sonidos, a los que la costumbre había permitido ignorar, volvían a hacerse audibles.

Podían oír sus respiraciones, dificultadas por el calor y la atmósfera; el rascar y frotar de pequeños animales que recorrían la tierra que rodeaba los muros de la sala; y fuera, en los pasillos, el monótono canto del que habían huido hasta aquel cuarto.

¿Eran imaginaciones suyas o los lamentos estaban más próximos? Cada uno pudo notar como el resto de compañeros contenían la respiración y escuchaban. Incluso Fran había sacado la cabeza de la cavidad que frente a su pecho formaban las rodillas dobladas y los brazos.

Pronto, antes de que necesitaran volver a respirar, no quedaba duda alguna: la cacofonía de voces si palabras se acercaba; ya podían oírse pasos tambaleantes y pies arrastrando que se acercaban por el corredor.

Olvidándose de cansancio y sudor e ignorando las punzadas de rigidez, Pedro, David y Fran se levantaron hasta la pared opuesta a la puerta, donde Sara también se había incorporado.

Los cuatro pudieron contemplar su propio terror en los ojos de sus compañeros cuando golpes y arañazos comenzaron a arremeter lenta y pesadamente contra la puerta. Fran y Sara se cogieron instintivamente de la mano. David saco el revolver.

- Cuatro balas no nos salvaran - le dijo Pedro negando con la cabeza,
- Depende de lo que entiendas por "salvar".

Antes de que Pedro tuvieran tiempo a cuestionarse la respuesta el cañón del arma ya apuntaba a la cabeza de Sara, que la observaba balbuceando incapaz de articular palabra.

Un "siempre te he querido" y un estallido dieron con el cuerpo de Sara entre los brazos de Fran que la miraba con los ojos fuera de las órbitas."Lo siento" y otra detonación reunieron a ambos amantes en el suelo de cemento sobre un charco de sangre.

Pedro suspiró y dirigió a su amigo una mirada de resignación.

- Supongo que ahora me toca a mi.
- A no ser que prefieras ser devorado vivo... - fue la respuesta en el mismo tono de resignación.
- Ya, ya. Gracias.

Cuando un nuevo disparo, seguido por un "gracias a ti" retumbo en el cuarto, la puerta cedió estrepitosamente. Por ella, decenas de cadáveres ambulantes trataban de entrar artopelladamente en la estancia, con sus inexpresivos ojos fijos en David.

Él se recostó pesádamente sobre la pared a su espalda y se dejó resbalar hasta quedar sentado. Lentamente, pero sin vacilar, se introdujo el cañón del arma en la boca y apretó el gatillo. Una vez. Después otra. Y luego otra más.

Cuando sintió los fríos dedos de los cadáveres en sus piernas y su nauseabundo olor a carne podrida en la nariz; mientras dejaba caer al suelo el revolver con la bala defectuosa; David no podía más que repetirse lo jodídamente injusta que podía llegar a ser la vida.

29 julio 2006

El Caleidoscopio

El caleidoscopio yacía en el suelo de la habitación. Mientras, me acurrucaba contra una esquina tratando de apartar de mi mente las imágenes que me había sugerido. Me preguntaba como había podido suceder. Como me había podido volver a suceder.

Recordaba los de mi sueño. De formas y colores elegantes. Y como, al mirar por ellos, sus partes móviles ofrecían un espectáculo lento, armonioso, agradable. Algunas piezas, al girar, modificaban sus colores, cálidos y alegres o fríos y tranquilizadores; otras cambiaban la forma, del centro hacia fuera, como una flor que se abre; otras alteraban pequeños detalles dentro del conjunto, delicados, pero cuyo cambio ofrecía una perspectiva totalmente nueva.

Recordaba como había buscado los espejos por toda la casa. Me sorprendí de lo sencillo que había resultado. No esperaba encontrar tantas láminas de espejo de una forma tan fácil. A veces llegué a creer que el sueño había sido una especie de mensaje del destino para que crease aquellos bellos instrumentos. Como una inspiración divina.

Decidí ignorar libros y teorías. Algún tiempo atrás había aprendido en algún lugar los rudimentos. Corte las láminas de espejo con formas inspiradas; ninguna igual; siguiendo los designios de mi espíritu. Rara vez me he mostrado tan cuidadoso con cualquier labor. Poco a poco las piezas se iban ensamblando. Los espejos iban configurando un intrincado rompecabezas en su interior; cada parte móvil encajaba perfectamente con las demás; las bolas de papel llenaban el pequeño espacio entre las dos lentes, de una circunferencia admirable; los embellecedores de bronce recubrían los extremos del tubo, de betas blancas y rosadas.

Finalmente el caleidoscopio estaba terminado. Tan parecido a aquellos de mi sueño que me parecía estar soñando en aquel mismo momento. Lo admiré por algunos instantes, con el orgullo del artista que consigue reproducir fielmente en el mundo físico lo que antes no era más que una imagen encerrada en su cabeza.

Y casi conteniendo la respiración, acerque su extremo a mi ojo y cerrando el otro miré. Colores oscuros y muertos se mostraban al final del artilugio. Negros, grises, marrones. Dibujaban un círculo árido de formas afiladas. Comencé a girar las piezas móviles en busca del color. Este llego en forma de rojo apagado, que brotaba del centro de la imagen para extenderse entre las formas de colores oscuros. Como si de sangre desparramándose por un suelo empedrado se tratase, el tono escarlata fluía lento y denso entre las estriaciones grises y marrones.

Habiéndome olvidado de respirar, buscaba empecinadamente las formas de mis sueños. Aquellos colores alegres y cálidos, fríos y tranquilizadores. Una a una, sin prisa, pero sin poder detenerme, giraba las distintas secciones del tubo en ambas direcciones. El flujo de sangre había convertido la imagen en un lago rojo de cuyo centro manaban tenues ondas. Que abrieron paso a una grieta vertical de un amarillo amarronado que poco a poco fue contagiando otros puntos de la laguna.

El amarillo era sucedido por incendios de un naranja chichón que surgía aquí y allá con formas afiladas. Agujas que penetraban los colores buscando imágenes ya olvidadas. Cuadros que evocaban emociones que tiempo atrás habían sido relegadas a oscuras habitaciones del subconsciente y cerradas bajo llave. Las imágenes ya no estaban en el fondo del caleidoscopio sino en el fondo de mi cabeza.

Así yacía acurrucado en un rincón. Tratando de evitar, sin conseguirlo, la vista del instrumento que había creado. Intentando volver a ocultar los retratos de tentativas pasadas; nítidas instantáneas de tantas otras veces que, como aquel día, había intentado hacer un sueño realidad y, como aquel día, no había hecho más que fracasar.

22 mayo 2006

Hoy no Habrá Relato

Hoy, a pesar del tiempo que llevo sin actualizar, no habrá relato. Disculpad.

Hoy, sin que sirva de precedente, vengo a hablaros de la vida real sin el apoyo de la lírica. Vengo a hablaros de mi sin la fuerza de la poesía que, aunque sea lo que me pide la inspiración, me lo impide la capacidad.

Hoy, por primera vez en mi vida, he sufrido una de los peores trances que un escritor, un político y, si me lo permitís, un pensador como yo, puede sufrir.

Y es que hoy he sido censurado.

En la Universidad donde curso estudios, han pensado que mi opinión podría lacrar la figura de su Excelentísimo Rector Magnífico. Y han decidido que eso no es permisible, sin siquiera dar al autor la posibilidad de defender su texto.

No voy a engañar a nadie: el mensaje, publicado en el foro de mi Escuela, usaba de la ironía, apoyada sobre la chanza de la vulgaridad para presentar mis pensamientos. No era cortes ni educado. Pero era ingenioso y adecuado al contexto. Tal y como, a mi juicio, y al de algunos otros autores, grandes de verdad, debe ser el lenguaje.

Podría escribir durante horas sobre cual debería ser la actitud de las Universidades, centros del progreso y el pensamiento. Razonar como se ha podido llegar a esta conclusión e, incluso, tratar de presentar soluciones.

Pero, al ver el gran borrón negro sobre mi texto, que alteraba completamente su mensaje, y las llamativas letras rojas que anunciaban la censura, las fuerzas me abandonaron.

¿Qué es un escritor que no puede escribir? ¿Un político que no puede opinar? ¿Un pensador que no puede divulgar?

Un escritor que no escribe no es más que un ridículo romántico, un loco soñador que aguarda, melancólico, ver en la realidad lo que no puede plasmar en la ficción.

Un político que no puede opinar no es más que un soldado del pueblo, obligado a decidir entre el exilio de su profesión o el abandono de su dignidad.

Un pensador que no puede divulgar no es más que un amargado por la condena de ver, repetirse constantemente, lo que él pudo haber advertido y no le dejaron.

Y si alguien cree que esta declaración es una defensa de mi situación, esta muy equivocada. Si crees que una palabra mal sonante nunca esta de menos te compadezco por todas aquellos textos, grandes y pequeños, famosos o mundanos, cuyo ingenio y maravilla estas condenado a perderte. Si crees que unas formas ofensivas pueden justificar una censura, te compadezco por los crímenes que estas abocado a tolerar. Y es que solo puedo compadecerte, pues me han dejado sin herramientas con las que ayudarte.

Pero si, como yo, crees que la libertad es la única forma de dar verdadero poder a la palabra; y que en el poder de la palabra se encuentra la base de la civilización, recuerda siempre: cuando los escritores pierden su derecho a escribir, los políticos a opinar y los pensadores a divulgar, el resto de individuos acabaran por perder su derecho a pensar.

13 marzo 2006

Sueños: Muerte (II)

La cosa no pintaba nada bien. El dependiente de la pequeña y mal iluminada tienda de aspecto antiguo no atendía a razones y el tiempo se nos acababa:

- Mire, formamos parte de La Comisión de Calidad ¿No podría hacer la vista gorda por esta vez?
- Lo siento, sin el ticket no podrán irse.
Y mientras decía esto se encaminaba hacia el gran botón rojo que llamaba a seguridad.

Rápidamente rodee el mostrador y, mientras avanzaba por su parte posterior hacia el dependiente, cogí el viejo fusil que había en una vitrina en lo alto de la pared. Y justo cuando el hombre alcanzaba el llamador, la culata del arma impactaba contra su cara.

El vendedor retrocedió unos pasos hasta que su espalda toco los estantes del final del mostrador. Mientras se tambaleaba, buscaba aun el botón así que volví a golpearle, esta vez en los nudillos, para dejarle clara mi postura respecto a aquel dispositivo.

- Ya… Ya lo he presionado - Consiguió balbucear entre las muecas de dolor.

Sin perder un instante salte sobre el mostrador y abandone la tienda sin soltar el rifle. A estas alturas alguien de seguridad debía de estar al caer y, probablemente, el tren estuviera a punto de salir.

Efectivamente, cuando llegué al anden,  la locomotora y el primer vagón ya habían tomado, lentamente, la cerrada curva que servia para que el vehiculo pudiese dar la vuelta. Fer contemplaba la operación desde la acera.

- Hay que detener el tren - le dije en cuanto llegué a su altura.

Él me contempló con curiosidad. Aun llevaba el rifle en la mano y la camisa estaba machada de sangre del pobre vendedor.

- ¿Qué sucede? – preguntó al fin.
- Han puesto una bomba – respondí -. ¿La Comisión?
- Se celebra ahí – y señalo a uno de los primeros vagones, sin ventanas, con aspecto de ser para transportar mercancías -, Todo esta en orden.
- De acuerdo. Tú ve y da la orden de parada. Yo voy a comenzar a desalojar.

Sin una palabra más, nos cruzamos dirigiéndonos en direcciones opuestas. Fer hacia la locomotora y yo hacia la cola, hacia los vagones de pasajeros.

Corrí hasta el primer vagón de pasaje, el coche cama, y me subí de un salto. El interior estaba oscuro y húmedo. Las paredes, así como el suelo y el techo eran negros y solo tenues rendijas de luz se vislumbraban en torno a las puertas cerradas o entre algunas maderas del tejado.

Abrí la primera de las dos habitaciones que ofrecía el vehiculo. En su interior, una sombra amenazante me sobresalto y, seguro de que se trataba del encargado de seguridad que me perseguía, apreté el gatillo del rifle. Dejé la habitación maldiciendo mi precipitación mientras un inocente yacía, muerto, en la cama.

El espectáculo que me encontré en la otra habitación no fue mejor. Allí, con su sonrisa desquiciada y su mirada perdida, me esperaba el cabrón que había terminado por colocar el artefacto explosivo en el tren y que, por lo visto, tenia planeada morir también en él. Cuando abandoné esta segunda habitación, también había un muerto en la cama. Pero ni él era inocente, ni yo me maldecía.

Tras recorrer el resto del tren, que ya se había parado definitivamente, llegue al último vagón de pasajeros. Una vez allí, pedí al pasaje que desalojase el vehiculo ordenadamente por la puerta de atrás. Mientras me obedecían, Fer llegó, también desde la parte delantera, a comunicarme que el desalojó se estaba realizando en todo el tren y que pronto lo anunciarían por megafonía.

Cuando el flujo de gente cesó, decidí hacer una última comprobación, así que me encamine de nuevo hacia la parte delantera del vehiculo. Saltando de vagón en vagón, mientras los altavoces repetían el mensaje de desalojo, llegué de nuevo al lúgubre coche-cama.

Las habitaciones estaban tal y como las había dejado, de manera que avancé un poco más hacia otro par de puertas que se encontraban en la parte delantera del vagón. Comencé a abrir la de la derecha, pero me imagine que seria el baño y decidí dejarla estar. Aquel coche-cama era un lugar bastante horrible y destartalado, no quería ni pensar en como podría ser su baño.

Seguidamente me encamine hacia la puerta de la izquierda y, al abrirla, descubrí, por un lado, que era esa la puerta que daba realmente al aseo del vagón y, por otro, que el tipo de Seguridad era quien lo ocupaba con un rifle en la mano.

Rápidamente cerré la puerta mientras el individuo se abalanzaba hacia mí. Forcejee por echar el cierre mientras el empujaba y, cuando lo logré, un disparo de escopeta abrió un agujero en las tablas de la puerta por las que asomo el cañón del rifle.

Sin dudarlo un segundo, agarre el arma y se lo arranque de las manos, mientras quitaba el cierre y le apuntaba con ella. “Click”, el rifle estaba descargado. Los breves instantes siguientes fueron suficientes para, darme cuenta de que el rifle que yo sostenía era aquel que había robado de la tienda y que, por lo visto, debí abandonar en la habitación del pirado; de que la escopeta recortada que el guarda de seguridad apuntaba contra mi cara parecía estar perfectamente cargada; y, afortunadamente, de apartar la cabeza cuando esta disparo.

Con otro rápido tirón, arrebate el arma por segunda vez a mi perseguidor y volví a usarla contra él, aunque esta vez con más suerte.

Tambaleándome, sin soltar la escopeta, abandone el oscuro vagón hacia la claridad del día. Aunque el tren volvía a estar parado, durante mi refriega contra el guardia debieron de haberlo alejado de la estación para evitar los daños de la explosión, pues ahora nos encontrábamos en el campo.

Hacia un día precioso. El sol brillaba en un cielo azul matizado, aquí y allí, por alguna que otra nube. La pradera a la que descendí desde el tren, y que discurría muchos kilómetros al lado de la vía estaba cubierta por una hierba igualada y de un verde intenso. Al otro lado del vehiculo, pequeñas montañas se estiraban perezosamente hacia el cielo y a ambos lados de la vía, la nieve aun sin derretir se acumulaba formando pequeñas aceras.

Era como encontrarse a miles de kilómetros de cualquier persona. Era bello y aterrador. En medio de una verde pradera, con un tren vacío a mis espaldas y en el más completo de los silencios me sentía solo y descansado.

Pero aun no era el momento de descansar y aquella soledad me resultaba opresiva. Saque el teléfono móvil para llamar a Fer, a ver si la Comisión de Calidad había terminado satisfactoriamente. Al activar el aparato, me encontré con un sinfín de avisos de mensaje, todos relativos a noticias que mi operador de telefonía me mandaba periódicamente.

Aunque las noticias eran de actualidad, en aquel momento resultaban insignificantes en comparación con el final de la Comisión y rechazarlos uno a uno resultaba francamente exasperante.

Y entonces el tiempo se detuvo. En un instante,  la luz parecía menos brillante y la hierba dejo de agitarse con el viento. Lo único que destacaba era la detonación que se estaba produciendo en uno de los vagones del tren.

Las llamas crecían como globos, hambrientas, devorando el aire a su alrededor, y escupiendo pedazos de metal. Y uno de esos pedazos se dirigía directamente hacia mí. O más bien yo me dirigía hacia él, pues parecía como si la plancha del tren estuviera estática en el aire y fuera el paisaje lo que se desplazase, arrastrándome, inexorablemente, a su encuentro.

Sin embargo, el objeto nunca llego a tocarme, pues reboto contra una farola que se encontraba unos metros  por delante de mí y en la que no había reparado. El impacto de metal contra metal restableció el fluir del tiempo y el espacio en mi cabeza y me desplacé para asegurarme de que la farola se encontraba en perfecta línea recta entre mi persona y el foco de la explosión. Finalmente, terminó.

Y entonces la vi. Era alta, de pelo negro y tez clara y, aunque era incapaz de concretar los rasgos de su rostro, de una gran belleza. Sus vestiduras eran de aspecto indio, de colores azul celeste y blanco. Había descendido del vagón foco de la explosión y en aquellos momentos describía un amplio círculo esquivando la farola.

Indudablemente solo podía ser ella. Así que reí. Reí a carcajadas. Como ríe quien, tras una larga lucha, ha ganado casi a costa de su cordura:

- Me he escapado, ¿me oyes? - le dije orgullosamente -. No has podido cazarme.
- Tranquilo – respondió esbozando una inconcreta sonrisa – Ya te he pillado.

Aquella fanfarronada no me gusto nada. Y supongo que ella debió darse cuenta cuando dos manchas rojas aparecieron sobre el paño blanco que cubría su pecho, allí donde la munición de la escopeta le había alcanzado.

Pero ella ni siquiera se tambaleó por el impacto. Continuó con su paso lento, rodeándome a una cierta distancia. Y eso me hizo temer. Quizás si que pudiera pillarme de algún modo.

Por el rabillo del ojo me percate de un pequeño perro que se acercaba lentamente hacía mi, ya a la altura de la farola. Le apunté decididamente con la recortada. Después de todo lo que había pasado no iba a dejar que un sucio chucho me quitase la vida.

Y no lo hizo. Sencillamente se derrumbo por si solo unos pasos después de la farola. Y entonces comprendí su amenaza:

- ¡Zorra! – le dije entre dientes mientras me daba la vuelta para mirarla. - ¡Era una bomba biológica!

Ni siquiera me hizo caso. Había terminado ya de rodearme y se alejaba lentamente dándome la espalda.

- ¿Me dará tiempo a hacer una llamada? - le pregunté extrañamente calmado.

Esto si pareció escucharlo. Se detuvo y, mirándome por encima del hombro, sin darse la vuelta, me respondió tras una tímida risa triunfal:

- ¿Una llamada? ¿Por qué no? Es lo justo para quien no ha encontrado el amor.

Rápidamente, mientras ella giraba la cabeza y continuaba alejándose, cogí el móvil. Ya vería esa puta. Llamaría a Fer, vendrían a buscarme y me curarían en un hospital. Después de todas las veces que la había evitado, esta sería otra más…

Pero, mientras marcaba los últimos números, me di cuenta de mi error. El perro era mucho más pequeño que yo, pero la diferencia de tamaño no era suficiente como para que los efectos de la bomba me dejasen a mi mucho más tiempo que a él. Al menos no tanto como para que alguien pudiera llegar allí, donde quiera que fuera, a tiempo. Esta vez me había pillado. Al menos me había dejado despedirme.

09 febrero 2006

Hermosas Noches de Faro

Lleno mis pulmones de aire. Huele a sal y arena. El sol se pasea suavemente sobre mí mientras las olas del mar disimulan en constancia el paso del tiempo.

Entreabro los ojos. Las escasas nubes del inmenso plano azul de hayá arriba tampoco parecen tener prisa.

Vuelvo a cerrar los ojos y dejo que mi memoria sea arrastrada por los sentidos. Y allí estamos todos otra vez. Los que ya se han ido y los que vinieron después. Niños que juegan a los barcos con cajas de madera y viejas sabanas. Yo les observo con los brazos cruzados desde la popa de mi navío:

- ¡Ríndete! – me dice uno.
- ¿A caso crees que puedes desafiar al más temido de los piratas? – le contesto entre carcajadas.

Nuestros navíos luchan, nuestros marineros mueren y nosotros interpretamos el más trágico de los desenlaces. Dos viejos amigos separados por sus vidas luchan a muerte sobre la cubierta de popa.

Pero, por desgracia, cada segundo que uno vive en el pasado le es cobrado como dos en el presente. El sol comienza a hundirse en el océano mientras las gaviotas vuelven ruidosamente a casa.

Me levanto y me sacudo la arena. Sopla una suave brisa de levante. La noche será clara y agradable. El mar estará en calma. Noches preciosas que siempre me ponen triste.

Avanzo tranquilamente por la playa hacia el espigón. Silbo otra canción pirata que me acabo de inventar y que probablemente no se parezca en nada a lo que quiera que canten los piratas.

Al llegar a las rocas están aguardándome, como siempre. Altos y silenciosos. Observándome. Huesos de madera del que había sido el mejor barco de la región. El que debía ser el primero en abandonar tierra y el que llegaría más lejos en el horizonte.

Paso rápido, haciéndoles caso omiso. Pensando que ya estoy más que acostumbrado. O que quizás debiera quitarlos ya de ahí. O que quizás debiera reconstruirlo. O que, quizás, quiera que estén ahí, altos y silenciosos. Observándome.

Al final llego al faro. Subo y enciendo la lámpara. Me recodo contra la barandilla y miro esa preciosa noche. Una noche tan hermosa que no esta hecha para mi. Nadie necesita a un farero cuando la luna brilla grande como un queso.

Una noche tan hermosa que solo permite imaginar cosas bonitas. Como donde estarán ahora aquellos niños que jugaban a barcos y piratas. Que más tarde se dieron cuenta de que las confrontaciones más trágicas no tienen por que ser a muerte. Pero que incluso aunque sean tranquilas y caballerosas no tienen nada de divertido.

Y entonces deseo que vuelvan. Que alguno venga guiado por la luz del faro para poder hablar y pensar que incluso los capitanes más avezados necesitan de mis servicios. Pero no está bien desear que alguien necesite la luz de un faro. Así que ya solo queda recordar.

Por suerte, cada segundo que uno vive en el pasado le es cobrado como dos en el presente. Así que la noche se acaba tras muchos juegos de barcos y piratas, y muchos duelos trágicos sin espada y muchos errores y muchas canciones piratas inventadas.

Y, finalmente, llega la mañana. Así que apago el faro y me dirijo cansado, de no hacer nada, a mi cama. Y antes de dormir siempre pienso que haré mañana. Tal vez podría reconstruir el barco. Tal vez podría acostumbrarme al faro.

Y cuando me duermo lo hago pensando que ninguna de las dos ocurrirá nunca. Y que siempre seré el más temido de los fareros o el pirata al que las noches hermosas ponen triste. Por que, para ser un gran pirata, hace falta mucho más que un gran barco. Para ser un pobre farero, basta con un pobre faro.

04 enero 2006

Nova Y El Mapache

Esta historia acontece cuando el Mundo aun era tan joven que muchas cosas seguían siendo extraordinarias y la humanidad tan escasa que apenas conocía una pequeña parte de ellas.

En esta época, Nova era un joven que había nacido y crecido en una humilde aldea situada en la linde de un frondoso bosque a los pies del Monte Fuji. Los aldeanos veneraban con temor el bosque y decían que quien entraba en el nunca salía. Y las historias sobre bestias que hablaban y que poseían terribles poderes mágicos le ponían a uno los pelos de punta.

Pero después de quince años de vida en el lugar. Nova jamás había visto nada extraordinario ni conocido a nadie que se hubiera perdido. Y comenzó a preguntarse si las historias no habrían sido inventadas por algún ladrón que hubiera escondido su botín en el bosque o algo similar.

Tras pensar en muchas otras posibilidades en las que aquellas horribles historias habían sido imaginadas por alguien, Nova decidió que quería comprobar por si mismo lo que allí se guardaba.

Su madre y los ancianos de la aldea trataron de convencerle. No seas loco, le decían. Y añadían, en la aldea siempre se ha vivido bien sin necesidad de aventurarse en el bosque. Incluso los  más mayores aseguraban que su atrevimiento traería inundaciones, hambrunas y cosas similares.

En cuanto a los otros jóvenes del pueblo, se mostraron envidiosos de la determinación de su vecino. Se mofaban de él y le decían que era un arrogante. E incluso hacían apuestas sobre si se lo comería un dragón, o lo hechizaría un espectro o, simplemente, se caería por un acantilado.

Por eso, cuando el primer día de la primavera el joven se encontraba junto a los árboles más exteriores del bosque, listo para partir, solo su mejor amigo se encontraba allí para despedirle. Y en lugar de llantos y despedidas, le dio ánimos y le dijo que ojala el tuviera su valor y que a partir de aquel día, volviese o no, para él siempre seria Nova “El Explorador”.

De esta forma, Nova “El Explorador” emprendió su viaje por un antiguo sendero del bosque. A medida que avanzaba la vegetación se volvía más espesa y resultaba más difícil caminar. Pero el sendero aparecía siempre reconocible y sin bifurcaciones o desvíos de ningún tipo.

Tras un par de días de camino sin mayor novedad el sendero desembocaba en un amplio claro redondo del que partían cuatro nuevas rutas de muy distinto aspecto. Y en el centro del paraje, tumbado boca arriba sobre una gran roca plana, un mapache tomaba el sol despreocupadamente.

Nova se acerco al animal para echar un vistazo más de cerca. Y aunque lo hizo sigilosamente para evitar despertarlo, el mapache se dio la vuelta sobre un costado y se quedo mirando al joven con cara de interés.

El muchacho se quedo muy quieto aguardando cualquier movimiento del animal. Pero este, al ver que el recién llegado permanecía inmóvil, perdió el interés y se recostó de nuevo perezosamente.

- ¿Sois una de las bestias parlantes de este bosque de las que tanto hablan los aldeanos?

Ante la pregunta del explorador, el animal se sentó ágilmente sobre la roca e inspecciono a Nova de arriba a bajo con sus agudos ojos negros.

- Más bien soy la única bestia parlante de este bosque – Respondió.
- ¿Y son ciertas todas las cosas horribles que se cuentan de ti?
- No. Todas esas son falsas.
- ¿Es que acaso hay otras?
- Si. Soy el ser más terrible de este Mundo.
- ¿Y que puede ser más horrible que comerse a la gente, escupir fuego o traer inundaciones?
- Yo digo la verdad.

Y al decir esto, el mapache se bajo de la piedra y corrió hasta ponerse tras las piernas de Nova, quien lo miraba desde arriba con más curiosidad que miedo.

- ¿La verdad sobre qué? – Quiso saber a continuación el explorador.
- Sobre esos cuatro caminos que abandonan el claro. Las cuatro únicas sendas transitables de este bosque.
- Pues no suena tan horrible.

Nova sonrió al decir estas palabras y el animal le devolvió una sonrisa enigmática.

- En ese caso, no te importara que te lo cuente – le replicó desde el suelo sin quitarse la sonrisa.
- En absoluto. Adelante.
- Muy bien. La primera senda a tu izquierda es un camino luminoso y despejado. Recorre las zonas más exteriores del bosque por lo que el agua y la comida son abundantes.

Ante esta descripción Nova pensó que aquella seria una buena ruta para hacerse una idea aproximada de la forma del bosque, pero que no representaba un gran atractivo para él como explorador.

- Las salidas en el centro – continuo amenamente el animal – son algo más difíciles, aunque si te esfuerzas y perseveras, encontraras agua y comida ocasionalmente. Ambas rutas recorren el interior del bosque y a veces muestran paisajes preciosos. Lo único que las diferencia son sus destinos. Mientras que la primera finaliza en una aldea donde todo el que habita es feliz para siempre y nunca desea salir, el otro lleva a un páramo alto desde el que se puede divisar el bosque entero y mucho más allá.

El explorador encontró estos caminos mucho más aconsejables. Primero iría por la senda del páramo y, una vez conociese el bosque, probablemente viajase hasta la aldea para acabar allí sus días.

- La senda de más a la derecha es la más difícil de todas. Muy pocas personas son capaces de atravesarla. Muchas veces ni siquiera se sabe por donde sigue el camino y el agua y la comida son escasas. Sin embargo, es la que más profundamente se adentra en el bosque y recorre parajes hermosos y sobrecogedores. Además, aquel que la atraviese, llegará  a una aldea muy avanzada, donde podrán darle multitud de detalles sobre el bosque.

Sin duda ese era el mejor camino, pensó Nova. Como explorador disfrutaría de las mejores escenas del bosque y, una vez en la aldea, podría indicarles como volver a su hogar para que iniciasen comercio. Así se lo hizo saber al mapache.

- Una cosa debes saber antes de decidirte – le interrumpió este -. Solo podrás recorrer un camino.

Estas palabras supusieron un duro golpe para Nova pues estropeaban todos sus planes de exploración. De pronto se veía obligado a escoger una sola de las salidas. Y la elección no resultaba nada fácil. Así pues, decidió acampar en el claro aquella noche para pensar detenidamente.

A la mañana siguiente Nova ya había tomado una determinación. Si solo podía recorrer un camino, estaba claro que debía ser el que mayor recompensa supusiera, aunque fuera más difícil. Al fin y al cabo el era fuerte y joven y había tenido valor para llegar hasta allí. No dejaría que los malos augurios del mapache le echasen para atrás igual que no dejo que lo hicieran los de los aldeanos.

Animado por este planteamiento, Nova inició la marcha por el sendero de la derecha tras despedirse del mapache. Y aunque el sendero era oscuro y pedregoso, el muchacho avanzaba a buen paso mientras silbaba optimista.

Al principio Nova se tomaba numerosas pausas para contemplar las maravillas que, ocasionalmente, le ofrecía el paisaje y se repetía a si mismo que aquella había sido la mejor idea. Sin embargo cuando sus reservas de agua y comida se agotaron, comenzó a perder el entusiasmo.

Tras varios días de marcha, comenzó a encontrarse realmente cansado. El sendero cada vez parecía más duro y la falta de agua y comida le hacían sentir varios años más viejo. Sentimiento que, a su vez, le hacia avanzar más rápido temeroso de que, ni siquiera una vida bastase para recorrer aquel camino.

Hacia mucho que no comía ni bebía nada y el camino era demasiado arduo para su estado. Para colmo, los hermosos parajes que al principio resultaban tan abundantes se habían vuelto inexistentes. Así que, finalmente, decidió aprovechar sus últimas energías para intentar regresar al claro del mapache.

Se levantó tras dormir lo que parecían siglos y se puso en pie. Ante él, sentado sobre la roca plana, el mapache le miraba con aire paciente. Pero había algo extraño en el animal y en todo el paraje en general. Un matiz distinto, aunque no llamativo, que Nova advirtió tras unos instantes. El mapache, la roca, el claro. Todo parecía más pequeño.

Pero al fijarse mejor el muchacho se dio cuenta de su error. O mejor dicho, el hombre. Pues eso era en lo que se había convertido. No es que las cosas hubieran encogido, si no que el había crecido. El chico de quince años que había entrado en el bosque era ahora un hombre de unos treinta años.

- Eso no ha sido justo – y al hablar al mapache, se asusto de lo cambiada que estaba su voz.
- ¿A que te refieres? – respondió calmadamente el animal.
- A medida que me adentraba en el sendero, los lugares hermosos por los que merecía la pena seguir eran cada vez más escasos.
- Para empezar, nadie dijo que tuviera que ser justo. Sin embargo, déjame decirte que los bonitos parajes seguían estando ahí. Eras tu quien estaba demasiado cansado para percatarse.

Al pensarlo detenidamente, Nova se dio cuenta de que quizás el mapache tuviera razón. Sin embargo seguía estando descontento y no hablo más durante toda la noche que permaneció en el claro.

A la mañana siguiente se encontraba de mucho mejor humor. E, incluso, había decidido cual seria el siguiente sendero a tomar. Quizás la ruta de la derecha fuera demasiado difícil para él. Pero aun podía seguir aquel que conducía al páramo elevado y obtener una buena idea de cómo era el bosque y sus alrededores. Quizás no fuera la mejor recompensa, pero después de haberse enfrentado al primer sendero, estaba seguro de que este no le daría problemas.

Y así fue durante muchos días de viaje. Aunque los paisajes que se mostraban ante él no eran tan deslumbrantes, el camino resultaba mucho más sencillo. Había bastante luz y raras veces pasaba hambre o sed. De esta forma, Nova acabo por convencerse de que había escogido el camino adecuado.

Hasta una mañana en que se encontraba  bebiendo de un pequeño lago alimentado por un arroyo. Cuando se inclino sobre el estanque, la imagen que vio reflejada en la superficie era muy distinta a la que esperaba ver. El rostro que le miraba desde las aguas estaba lleno de arrugas y su pelo era blanco.

De pronto Nova se sintió terriblemente cansado. Se sentó en la hierba y comenzó a pensar. Parecía como si toda la vida hubiera estado en aquel bosque. De hecho, toda su vida había estado en aquel bosque. Y no recordaba haber conseguido nada importante.

Estaba el anciano con estos tristes pensamientos cuando de entre la vegetación de su izquierda surgió una cara conocida. Y detrás de la cara, la cabeza y todo el cuerpo del mapache parlante, quien con calma se sentó delante del desconsolado viajero.

- ¿Ya te rindes? – preguntó con una expresión triste en su rostro.
- ¿Qué otra cosa puedo hacer? – respondió Nova.
- Aún te queda tiempo para recorrer este sendero.
- Si. Pero no hay nada que me motive a hacerlo. ¿Qué será de mí una vez que vea todo el bosque?
- ¿A caso no era ese tu deseo?
- Cuando era joven deseaba descubrir cosas. Pero ahora prefiero algo más tranquilo. Un lugar feliz donde acabar mis días.

Sin perder un instante, el mapache se levantó de al lado de Nova y se dirigió hacia la vegetación que formaba el lado derecho de la senda. Una vez allí, pareció tocar la hoja de un arbusto, tras lo cual, la pared de plantas se abrió formando un estrecho pasaje.

- Si sigues este atajo – dijo el mapache volviéndose al explorador – entraras en la senda que guía hasta la aldea de la felicidad eterna.

Nova, se arrastro hacia el camino recién abierto y miro en su interior para asegurarse de que realmente existía. Y tras agradecer efusivamente el favor, comenzó a gatear por el estrecho pasaje.

Ya podía verse descansando tranquilamente en una pequeña y apacible aldea en medio del bosque. Disfrutando de la comida, la bebida y los bailes mientras aguardaba pacientemente sus últimos días.

Y al pensar en su muerte, el anciano se paró y comenzó a llorar. Lloró por que aunque estaba seguro de que en la aldea seria feliz, se dio cuenta de que en su última hora se echaría en cara el no haber tenido valor suficiente para cumplir el deseo de toda su vida. Y entonces, más que nunca, desearía saber como era el bosque.

Cuando el mapache llego andando lentamente por el pasaje detrás de él, se encontró a Nova sentado con las rodillas abrazadas sobre el pecho y aun llorando desconsoladamente. El explorador pregunto:

- ¿Por qué tomar un solo camino?

El mapache suspiró. Se sentó al lado del humano y le hablo con tono triste.

- Porqué recorrerlo te lleva toda una vida.
- Los aldeanos tenían razón. Eres una criatura abominable.

Pero aunque le hubiera gustado, estas palabras no salieron de la boca de Nova con ira hacia la bestia, sino más bien como un reproche a si mismo.

- Te lo advertí. Lo único que hago es contar la verdad. Pero no soy yo quien estipula las reglas del bosque. Y fuiste tú quien me preguntó por ellas y quien eligió en consecuencia.
- Pero es difícil decidir con tan poca información. Hubiera necesitado otra oportunidad.

Y al decir estas palabras, Nova dejo de llorar inmediatamente. Alzo la cabeza de entre sus piernas y tras ponerse de rodillas enérgicamente, cogió al mapache por los hombros y exclamo:

- ¡Eso es! ¡Una segunda oportunidad!

Y tras decir esto, aparto al animal del pasaje y gateo lo más rápido que pudo hacia la salida. Y tras aclararse la cara y beber un poco de agua en el estanque, inicio el regreso por la senda al claro. Y, una vez allí, retomó el camino a su aldea.

Grande fue la sorpresa de todo el poblado cuando Nova apareció de entre los árboles. Y aunque al principio los aldeanos no creyeron que fuera realmente su antiguo vecino, al final acabaron por convencerse.

Hicieron una gran fiesta y Nova contó con detalle todo lo que le había sucedido en el bosque. Y muchos de los jóvenes del lugar, animados por sus historias, decidieron ir a probar suerte.

Y cuentan otras historias que, apoyándose en los relatos de Nova, algunos aldeanos consiguieron llegar hasta la aldea de la felicidad o el alto páramo; que muchos cruzaron el bosque por el sendero fácil; que alguno regresó y facilitó aun más el trayecto con sus propias vivencias; e incluso la avanzada aldea del otro lado del bosque fue alcanzada y se estableció una fértil ruta de comercio entre ambas poblaciones.

Hasta tal punto se incremento el transito por el paraje, que el mapache parlante decidió abandonar para siempre el lugar, pues pocos eran ya los viajeros que le prestaban atención. Aunque los más sabios dicen que aun habla a las mentes de las personas que cruzan el lugar contándoles la verdad y ayudándoles a escoger su propio sendero. Si estos le hacen caso o no es una historia mucho más larga.

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A Brenes. Por la semilla para este relato y, sobre todo, por las muchas horas de agradable charla sobre los senderos del bosque y el dichoso mapache :)