19 enero 2005

Señores de lo Abstracto: Destino

El paisaje se mantenía invariable hasta donde alcanzaba la vista. Y era de suponer que mucho más haya, hasta el infinito. Arriba, un cielo en constante ocaso bañaba el espacio en un aura de irrealidad y suavidad constantes

Las baldosas del suelo se intercalaban en suaves verde y rojo con una monedas que era lanzada, caía, giraba en el suelo o se detenía en cada una. Algunas de las piezas pasaban rápidamente por todos los estados para cambiar de aspecto y volver a iniciar el proceso; otras probablemente llevaban infinidad de tiempo girando, siempre sin salirse de su baldosa.

Vagabundeaba por las baldosas que, a modo de laberínticos pasillos, quedaban libres entre grandes grupos de monedas y como sabía que me ocurriría – pues tarde o temprano el Destino o el deseo me llevaban a aquel punto – acabé en un callejón sin salida.

- Hoy me has dado un día horrible - le dije a la figura que, aunque aun no había percibido, había aparecido a mi espalda como solía hacer.
- Bueno, ya te daré otros mejores. Y el de hoy no ha sido para tanto.

Me giré para mirar la constante sonrisa burlona de su pálido rostro. Una de las monedas a su derecha dejo de girar. La miró unos brevísimos instantes y al apartar la vista la moneda cambio de aspecto de manera imperceptible y se disparó hacia las alturas para caer rápidamente a girar en su baldosa correspondiente.

- Al principio me resultó algo molesto que un ente concreto pudiera visitar este espacio. Pero debo reconocer que ahora casi no podría prescindir de tu presencia.
- Pues teniendo en cuenta que además de concreto soy mortal - le respondí devolviéndole una parodia de su propia mueca satírica – deberías irte haciendo a la idea.

Iba a contestarme algo pero el cañón de mi escopeta en el rostro le sorprendió más de lo que luego estaría dispuesto a reconocer. La detonación hizo que su cabeza se volatilizara como el humo y que una moneda cayera a mis espaldas.

- ¿Por qué sigues haciendo eso? - preguntó al materializarse de nuevo.
- No se. Quizás algún día seas generoso y me dejes que te borre esa entupida sonrisa de la cara.
- El Destino nunca es generoso. Es lo que es y…

Sus ojos siguieron mi mirada furtiva. Ya sabia lo que no había podido evitar mirar, pero sus ojos se iluminaron y su burlona mueca se remarcó un poco más.

La moneda seguía girando, incansable, en su baldosa roja. Igual que cuando la vi por primera vez, la primera vez que mis sueños me llevaron hasta allí. Igual que las muchas veces sucesivas. Siempre girando.

En principio, la moneda siempre parecía algo tosca y deslucida, rodeada de otras piezas de diversos minerales más valiosos. Pero más de cerca se apreciaba la sutil bellaza de sus tallas. Podía pasarme una eternidad perdido en sus delicados contornos llenos de detalles.

- Creo que debería dejarla caer de una vez. Ambos sabemos cual será el resultado, ¿verdad?

Mi acompañante adelanto una mano blanca, delicada, de dedos largos y ágiles hacia la moneda. Pero la retiró rápidamente. Esa vez hasta me produjo algo de gracia el juego.

- Como siempre. Creo que tienes razón, ya va siendo hora de que la dejes caer.
- Creo que es divertido. Sabes de que lado caerá. Sabes que es una baldosa roja, e incluso antes de estar aquí, supiste el resultado casi desde el principio. Sin embargo, aun crees que algo puede cambiar.

Pensé en volver a empezar otra de nuestras interminables conversaciones sobre la inexorabilidad del Destino. Pero después de aquel día no estaba de humor para aguantar la mueca de satisfacción que falsamente reprimida con cada tanto a su favor.

También, como siempre que acudía allí, pensé en aprovechar mis privilegios como anfitrión del sueño para coger la moneda y lanzarla con viento fresco. Pero sabía perfectamente que en el momento en que lo intentase el sueño terminaría. Y la moneda era demasiado hermosa para arriesgar los breves instantes de su contemplación que se me ofrecían tan de cuando en cuando.

¿Por qué seguir con aquello? Por muy bella que fuera la pieza tallada, esta giraba y giraba incansablemente y nunca caía. Y la caída seria aun peor. ¿Por qué continuaba acudiendo a aquel callejón sin salida en el plano del Destino?

- Por que soy más fuerte que Él – Me dije en voz alta.

Por un momento pude ver como su risita burlona se debilitaba. Pero al instante esta recobró toda su molesta firmeza.

- ¿Más fuerte que quien? ¿Qué Yo? ¿Qué el Destino?
- Bueno, quizás más fuerte no. Pero al menos no soy tu esclavo.

Y en aquel momento, por primera vez, la cara del Destino se puso seria, rígida. Incluso se notó un ligero temblor en su voz.

- ¿De que me estas hablando? Yo soy el Destino. Quien decide sobre el flujo de vuestra existencia. Habéis intentado destronarme con vuestra patética ciencia. Pero sabéis perfectamente que la estadística no es más que un castillo de naipes que desmorono cada dos por tres.
- Si. Pero a pesar de todo. A pesar de quien eres. Yo te ignoro.
- ¡No puedes ignorarme! ¡Soy tu acontecer! ¡Soy el acontecer de lo que ocurre!
- Mira - dije señalando a la baldosa que teníamos enfrente -. Mantienes esa moneda girando indefinidamente. Sabes tan bien como yo cual será el resultado. Pero no la detienes. Y es por que esperas un momento de debilidad en el que me arrodille ante Ti. Deseas que me deje guiar por la certeza del desenlace. Que obre y sienta según el lado que, en algún momento, harás que mire hacia este cielo de eterno ocaso. Pero jamás lo haré. Hasta el final, hasta que la moneda no este completamente quieta, no pienso dejarme sojuzgar por sus designios.

A medida que mi discurso se extendía por el espacio, como transportado por un viento que soplase en todas direcciones su rostro fue tensándose por la ira. Con los dientes apretados, levanto la manos de golpe y muchas monedas de cayeron a nuestro alrededor.

- ¡Eres un insolente! ¡Tú, que otrora te arrodillaste ante mis representaciones y me diste el nombre de Dios! ¡Tú que me rezabas y suplicabas pidiendo uno u otro destino! ¿Ahora te atreves a decirme que no te importa?
- Si. Hubo un tiempo en que cada moneda que lanzabas por mi, sonaba en el aire como el filo de una espada que se acercase, cayendo, para asestarme su terrible mordisco. Pero no era el vuelo lo que temía, sino el resultado. Era el miedo a lo que me depararías lo que me llevo a arrodillarme tantas veces ante ti. Pero las cosas han cambiado. Ya no temo las caras y cruces de tus estancias. Ni siquiera necesito esconderme detrás de Ti mientras me lees el resultado. Por que quizás Tú designes los acontecimientos, pero soy yo quien los vive.

Y, tras una última mirada intima, furtiva, a la preciosa pieza de madera, me fui con una sonrisa burlona en los labios.

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Nota del Autor: he escrito este texto después de un día bastante malo. Cuando lo terminé me sentí mucho mejor. Era una especie de venganza personal contra la suerte. Pero cuando fui a guardar, el editor de texto se bloqueo.

Fue algo realmente irónico. Casi podía ver el reflejo de la burlona sonrisa de mi personaje en el monitor mientras miraba por encima de mi hombro. Era su victoria al fin y al cabo.

Pero como en las buenas historias, al final algo salva la situación. El sistema de auto guardado del editor mantuvo casi la totalidad del relato.