14 noviembre 2006

La Entrevista del Señor Urrutia (La Saga de Urrutia II)

Ángel Urrutia miraba con aire cansado la puerta marrón oscuro del despacho doce mil quinientos veintitrés, guión, ochocientos cincuenta y siete, que tenia en frente. La sala de espera era un discreto ensanchamiento del corredor que entraba por un extremo y salia por el opuesto. El terco zumbido de los fluorescentes parecía hacer vibrar las paredes gris claro, dificultando la lectura del cartel, al lado de la puerta, en el que un joven atractivo y de aspecto dinámico defendía que «El Trabajo da Sabiduría».

Urrutia estaba sentado, rígido, en una de las incomodas sillas de plástico negro que se disponían en hilera sobre la pared opuesta al despacho. En medio de esta fila, una sucia mesita de mármol blanco con betas rosas sostenía un montoncito de revistas cubiertas por una espesa capa de polvo.

Las horas pasaban y el ocupante de la habitación se mantenía totalmente inmóvil, sosteniendo por el asa, con ambas manos, su viejo maletín sobre las rodillas. Un hombre pobremente vestido cruzó la habitación sin fijarse en él, atento a comparar el contenido de un pequeño papel con el número del despacho. Más tarde un enorme carro de paquetes de papel de estrafa, tan grande que apenas pasaba por el pasillo, cruzo en dirección opuesta empujado a duras penas por dos ancianos vestidos con uniforme marrón tierra. Finalmente, tras ochenta y tres horas, cuarenta y cuatro minutos y dieciocho segundos de espera, la puerta del despacho se abrió.

En el umbral apareció un hombre adulto, alto, barrigudo. Su traje, azul oscuro, había conocido días mejores y los esmerados intentos por disimular su calvicie no conseguían más que dar una pobre impresión de desesperada nostalgia.

- Señor Urrutia es su turno.

El aludido se incorporó mecánicamente y se dirigió en linea recta hacia el umbral de la puerta, donde el recién llegado se apartó para dejarle pasar mientras le invitaba a sentarse en otra incómoda silla de plástico frente a su mesa.

La mesa era un tosco mamotreto de plástico y metal que ocupaba el centro de un angosto cuarto que se extendía hacia el fondo, aumentando la sensación de estrechez. Detrás, la silla de tela roja, de apariencia más cómoda que las de plástico fue ocupada por el usuario del despacho. Y más atrás, la pared del fondo era completamente abnegada por enormes archivadores metálicos que se elevaban casi hasta el techo. El hueco que restaba estaba ocupado por carpetas de archivo de distintos tipos.

El superior de Urrutia comenzó a bucear entre los documentos que abarrotaban su escritorio. Casi simultáneamente, él abría su cartera y le imitaba. Después de unos segundos de silenciosa y desordenada búsqueda, ambos hombres parecieron encontrar su objetivo. El dueño del despacho se reclino hacia atrás en su no tan incomoda silla y comenzó a hablar mientras seguía ojeando el documento:

- ¿Sabe que esta aquí por un uso indebido durante su asignación como Asistentes Personal de Elucubraciones Retrospectivas al sujeto de expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once?

El interrogado respondió ojeando su propio documento:

- Lo se. Aquí mismo tengo el formulario de solicitud de presencia.
- ¿Algo que alegar?
- ¿No ha leído mi formulario de declaración?
- Creo haberlo ojeado.

Y dejando el documento que sostenía, se inclino nuevamente sobre los desiguales montones de papeles que cubrían su escritorio hasta que dio con otro:

- Aquí dice que el sujeto de expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once solicitó la Elucubración Retrospectiva adicional.
- Así fue.
- ¿No es un poco raro que un sujeto solicite una Elucubración Retrospectiva?

Y por primera vez en toda su vida, el Señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia se mordió el labio.

- Bueno --dudó--, el chico... Quiero decir, el sujeto número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once, estaba familiarizado con la Teoría Cuántica.
- De acuerdo. Sin embargo, cuando el sujeto de expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once, solicitó la Elucubración Retrospectiva adicional usted no siguió los procedimientos establecidos.

Y por segunda vez en toda su vida, el Señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia se removió en su incómoda silla de plástico:

- Bueno --volvió a dudar--, es una situación tan excepcional que debo reconocer no estar familiarizado con los procedimientos establecidos para tal contingencia.
- Eso no dice mucho en su favor, señor Urrutia. Fallar a los procedimientos establecidos por desconocimiento no es algo que un Asistente Personal de Elucubraciones Retrospectivas pueda permitirse.
- Lo comprendo.
- Bien. Espero que comprenda por tanto que no me deja otra alternativa...

Y por tercera vez en toda su vida... Bueno, que Urrutia apretó los puños:

- ¿Podría solicitar una evaluación de los resultados?

El hombre del traje azul se le quedo mirando con aire compasivo:

- Vamos señor Urrutia, no pierda la compostura. Si tenemos establecidos unos procedimientos es, precisamente, para no tener que evaluar los resultados.

Urrutia suspiró vencido. Estaba claro que había dicho una locura, pero tenia que intentarlo. Su interlocutor continuó dejando de lado todo aspecto de compasión:

- Bien, como le decía, espero que comprenda que no me deja otra alternativa. Señor Urrutia, a partir de este momento esta usted despedido.

Y levantándose para enseñarle la puerta añadió:

- Que tenga un buen día.

Y por cuarta y penúltima vez en toda su vida, el Señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia se levantó, y dirigiéndose a su interlocutor que mantenía la mano en alto esperando un apretón, añadió:

- Que le den por el culo.

13 noviembre 2006

La Visita del Señor Urrutia (La Saga de Urrutia I)

El pequeño despertador analógico marcaba lentamente el paso del tiempo con su sonoro tic-tac. Lejos, en la calle, algún vehículo pasaba ruidoso o un grupo de muchachos decidía que golpear bidones de basura puede ser divertido.

Marcos dejo de mirar al techo y centró su atención en el despertador. Probablemente acabaría olvidándola. No en mucho tiempo. Pero solo aquella noche ya estaba durando demasiado. Estúpida percepción relativa del tiempo.

Dejó que sus brazos cayeran sobre la cama y volvió a mirar al techo. Recordándola. De nuevo la vio bailar, a lo suyo, ignorante de su atención --aunque a veces hubiera jurado que le miraba--. Y de nuevo se vio a si mismo, tamborileando nervioso con los dedos sobre la barra, buscando desesperadamente que decirle, o como hacerlo, o lo que fuera.

- Perdone ¿Molesto?

Marcos se incorporó en la cama sobresaltado por la interrupción. Y se arrastró hasta estar de espaldas a la pared al descubrir el origen de la misma: un hombrecillo le observaba cansadamente desde el centro de la habitación.

El personaje era un tipo ya mayor, bajo y regordete. El poco pelo que le quedaba le caía sobre la frente, lacio y sudado, en forma de un pegajoso flequillo. Su traje, gris oscuro, estaba gastado y arrugado. Tan ajado como el maletín de cuero que sostenía sin energía con su mano derecha.

- Lamento el sobresalto. Es difícil de evitar. ¿Es usted el señor Don Marcos Gutiérrez Cuervo?

El señor Don Marcos Gutiérrez Cuervo, aun no repuesto del sobresalto inicial y cerca del estado de shock, se limitó a asentir con un movimiento de cabeza.

- Me alegro. Soy el señor Urrutia. He sido asignado como su APER o Asistente Personal de Elucubraciones Retrospectivas.

Ante la cara de desconcierto de su interlocutor, Urrutia suspiró imperceptiblemente.

- Mire, soy como su ángel. Como en Cuento de Navidad o en Que Bello es Vivir. Básicamente voy a permitirle ver en vivo el desarrollo de su vida si hubiera tomado otras decisiones en momentos determinados.

El APER colocó la cartera sobre el escritorio y comenzó a sacar papeles que desperdigó por la mesa. Finalmente, se detuvo a ojear uno.

- Aquí esta. Podemos empezar por ver como sería su vida si no hubiera descuartizado a aquellos adolescentes.
- Creo que se equivoca.

Al verse interrumpido, el señor Urrutia levantó sus ojillos por encima del documento para mirar, sin demasiado interés, a Marcos.

- ¿Perdone?
- Que creo que se equivoca. Yo no he descuartizado a nadie.

El hombrecillo volvió a sumergirse en el documento y tras ojearlo más detenidamente lo dejó sobre la mesa volviendo a su maletín.

- Tiene razón. Se trataba de otro Gutiérrez Cuervo. Disculpe el error. Aquí esta --dijo tomando otro documento. Ya veo. Lo que haremos sera ver lo que hubiera pasado de haberse atrevido a hablar con aquella chica del bar.
- Oiga, preferiría no saberlo si...
- Me lo imagino, pero esto no es un servicio opcional.

Urrutia buscó unos segundos en su triste traje gris hasta que dio con un teléfono móvil de aspecto muy moderno en el que comenzó a marcar.

- ¿Como que no es un servicio opcional?
- No señor. Va incluido con el lote.
- Pero que lot...

La frase fue interrumpida por un gesto imperativo de su interlocutor que comenzó a hablar por el teléfono:

- Claudia, cielo, soy Ángel. Activame lo del expediente número cinco mil trescientos veintiún millones, doscientos cuarenta y siete mil, novecientos once.

Cuando Marcos abrió los ojos se encontraba en un parque de la ciudad. El calor hacia de agradecer la suave brisa que mecía los árboles en flor. El sol comenzaba a caer hacia el horizonte.

En un banco pudo verse a si mismo. Estaba más moreno y algo más delgado. Llevaba unas ropas que no tenia y que, por otro lado, nunca había pensado comprarse. Apoyada en su hombro, dormitando con una expresión de paz, la chica del bar le cogía suavemente la mano.

- Creo que esta imagen es bastante gráfica --apuntó Urrutia desde su lado.
- Joder, solo faltan pajarillos cantando a su... Nuestro alrededor.
- Puedo ponerlos si lo desea.
- ¿Como? ¿Puede alterarlo?
- Así es.
- No parece muy creíble si puede alterarlo a voluntad.
- Bueno, a voluntad no. Y de todas formas, esto no es real. Solo es lo que hubiera pasado si usted le hubiera hablado.
- Que nos hubiéramos enamorado.
- Así es.
- Parecemos muy felices.
- Si la estampa no es suficiente, puedo mostrarle escenas más clarificadoras.
- No. No se moleste. Esto ya me jode bastante. ¿Podemos volver?

Urrutia abrió de nuevo su móvil, que no había guardado, y dio a rellamada. Tras unos segundos esperando con el auricular en la oreja se oyó una voz de mujer al otro lado del aparato y Urrutia comenzó a hablar.

- Ángel otra vez. Ya hemos acabado... Si, ese es...

Por un momento, Marcos creyó oír a través del altavoz la pregunta a la que su APER acababa de responder: «era la elucubración de que se enamorasen, ¿no?».

De vuelta al cuarto, Urrutia recogía cansadamente los documentos esparcidos sobre el escritorio. Marcos se quedo unos instantes pensativo y cuando el recién conocido estaba cerrando el maletín, le interrogó:

- Oiga, espere un segundo. ¿Lo que hemos visto era lo que iba a pasar de todas todas?

Urrutia arrastro el maletín sobre la superficie de madera hasta el borde, por donde lo dejo caer sin soltarlo. Luego miró a Marcos con cara de resignación:

- De todas todas, no.
- Explíquese.
- ¿No ha oído hablar de la Teoría Cuántica? Es imposible predecir nada. Todo esta en todos los estados. Es un lío explicárselo ahora.
- Vaya. No imagine que los ángeles estuvieran en tan buena relación con la ciencia.
- No soy un ángel. Soy su APER. Lo del ángel fue una simplificación para que pudiera digerirlo durante el shock inicial.

Marcos pensó durante algunos instantes más.

- De acuerdo. Pues quiero ver lo que hubiera pasado si hubiera hablado con la chica y me hubiera mandado a cagar.

Urrutia suspiró.

- Créame, le dará igual.
- ¿Esta de coña? ¿Como me va a dar igual? Ahora iba a dejarme como si al no hablar con aquella chica hubiera perdido al gran amor de mi vida. Quiero ver otras posibilidades.

Urrutia no discutió más. Con cara de que aquello iba a traerle complicaciones, dejó el maletín, saco de nuevo su flamante teléfono móvil y llamó:

- Claudia soy Ángel otra vez... No, no. El mismo expediente. Pero cambiando la suposición... Ya, ya lo se... ¿Y yo que se...? Pásaselo a Marketing y que lo justifiquen con alguna campaña... De acuerdo. Quiere ver lo que pasaría si la chica le hubiera dado calabazas.

Urrutia ya no estaba y Marcos seguía en su cuarto. Al buscar a su APER se sobresaltó al encontrarse a si mismo durmiendo plácidamente en la cama. Un sueño pesado. De borracho.

- Parece que no te sentó bien lo de la chica y bebiste algo más de la habitual --Urrutia estaba de nuevo al lado suyo. Sin embargo yo diría que pareces bastante complacido contigo mismo.
- Mierda. Esto es más cutre que lo otro, pero sigue siendo mejor que mi estado actual. ¿No hay ningún caso peor? Usted dijo que con lo de la Teoría Cuántica todo estaba en todos los estado.

El hombrecillo se rasco la cabeza.

- Si que hay posibilidades peores. Por ejemplo, aquellas en las que, al hablar con la chica, esta se convierte en una Bestia de los Abismos y le devora las entrañas mientras sigue vivo.
- ¿Qué?
- La Teoría Cuántica no es sencilla. Todas las posibilidades quiere decir, precisamente, eso: todas las posibilidades.
- Pero lo de la Bestia Devoradora parece muy improbable.
- Casi imposible.
- En ese caso, lo que quiero es que me diga cual de las dos escenas que hemos visto tenia mas posibilidades de ocurrir si hubiera hablado con la chica.
- Eso es sencillo: cero ambas.
- ¿Cero? pero la Teoría Cuántica...
- La Teoría Cuántica no es inmune al tiempo. Dado que al final no llegaste a hablar con la chica, las posibilidades de cualquiera de las dos alternativas son igualmente cero.
- Pues menuda mierda...

De vuelta en su cuarto, Marcos volvía a mirar al techo. No le apetecía salir a la calle a felicitar la Navidad a todo el mundo mientras repartía su fortuna. Ni tampoco se sentía con ganas de saludar a cada casa tras saberse necesario.

Antes se sentía mal y ahora sabia por que. Ni la capuyada incomprensible de la Teoría Cuántica le salvaba: tenia lo que tenia, o, mejor dicho, no tenia lo que no tenia, por haber sido un cobarde.

Ese Urrutia era un perfecto cabrón. Pero quizás debiera estarle agradecido.

05 noviembre 2006

Trip to London - Day 2

Finalmente me he comprado la libreta. Bueno, en realidad me he comprado dos. Lo que inicialmente iba a ser una libreta de anillas de cuatro duros para salir del paso se ha convertido en dos «notebooks» de tapas duras con el mapa de Londres en la cubierta. Por ₤6 me ha salido la broma, pero estoy de un viajero romántico subido que ríete tu de Espronceda.

El día de hoy ha sido muy completo. Habíamos quedado con Ana a las 11:30 a.m. y, como aun nos sobraba tiempo, decidimos explorar por nuestra cuenta. Eso si, que nadie se confunda, «nos sobraba tiempo» no significa que nos hubiéramos levantado para desayunar. Aunque Javi se paso desde las 7:30 a.m. despierto; por mi parte Alemania podría haber vuelto a bombardear la capital británica y yo no me hubiera despertado hasta después del desembarco.

Pensamos en encontrar la zona de Porto Bello a partir de las indicaciones que Ana nos había dado el día anterior. La verdad es que no fue muy difícil. Supongo que mis horas y horas de recorrido de mazmorras al fin han servido para algo. Y aquí ni siquiera había que matar zombis.

Se supone que, los domingos, la calle en cuestión se convierte en un mercado del copón. Por desgracia, parece que por semana no es más que una reminiscencia. Pero aun hay alguna tienda chula y las fachadas son de colorines, que siempre esta bien.

Canjear nuestro vale del desayuno por una hora más de sueño --bueno, al menos yo-- comenzaba a pasar factura. Tocaba una visita a los tan cacareados Starbucks: franquicia de establecimientos ultra-modernos y ultra-especializados en cafés y relativos que, en Londres, se dan como hongos.

El caso es que aun se me resiente la lengua de lo caliente que estaba mi capuccino... Y el monedero de pagar casi ₤3 por él. Ahora bien, si nuestros cafés son «medianos», aquello era un entero largo; y la mejor manera de describir los «muffins» y la choco-galleta que nos metimos entre pecho y espalda es con el nombre de uno de los propios «muffins»: «rise & shine».

Por cierto, «muffins» es como se refieren aquí al maravilloso imperio de las magdalenas que se tienen montado. Ni la Bella Easo en sus años mozos...

Más tiempo libre y más paseo por Notting Hill y alrededores, entre coches de esos que en Oviedo solo se ven cuando se casa alguien o hay alguna movida importante en el Auditorio. Incluso encontramos una iglesia anglicana donde se oficia por semana. Si tenemos tiempo quizás nos pasemos a ver como se montan aquí lo de hacerle la pelota al Todopoderoso.

Finalmente nos encontramos con Ana. Nos llevo a ver Holland Park, que viene a ser cómo si algún dios oriental de la naturaleza hubiera decidido colocar su paraíso en medio de la ciudad de Londres.

En medio pero a parte: las ardillas, patos y demás animales campan impunemente entre los peatones y según uno se adentra en su interior, abandona por completo la sensación de estar en medio de una gran ciudad. Todo culmina con el maravilloso parque japones --cascadas y faros de barro incluidos-- que se esconde en lo más recóndito del parque.

Tras ayudar a Ana en la investigación de un robo lleno de detalles sospechosos, nos fuimos en bus hasta el centro. No se por que pensaba que los clásicos autobuses rojos de dos pisos serian algo anecdótico, más un reclamo publicitario en el extranjero que una realidad. Sin embargo, suponen el medio de transporte urbano de superficie habitual y se dan casi tanto como los Starbucks.

En uno de ellos hicimos el trayecto hasta Picadilly Circus. Más exactamente en el piso de arriba. Mi sobreexcitada imaginación de chico de pueblo esperaba que fuera algo «más» --aunque no se exactamente «que». Pero aun así es una manera genial de ver Londres.

Nueva visita al Starbucks. Esta vez para comer. Me decidí por un sandwich de roast-beef frío que no resultó nada del otro mundo, aunque picaba un poco y tenia un sabor peculiar. Quizá caliente este mejor.

Tras la comida, visita turística.

China Town parece sacada de las películas. Aun me pregunto como es posible que de ningún restaurante salieran dos tipos batiéndose con artes marciales al son de música electrónica.

En Trafalgar Square yo creo que se les fue un poco la mano. Vale que el Almirante Nelson fuera el principal artífice de su hegemonía naval y, por tanto, de su Imperio; vale que aun nos duela el culo de las patadas que nos pego en Trafalgar; pero es que si suben un poco más el pedestal sobre el que erigieron su estatua, iban a tener que ponerle luces de posición. Aun así, es una plaza muy bella y majestuosa.

El palacio de Buckingham me cundió. En particular por estar leyendo El Vizconde de Braqelonne --tercera parte de Los Tres Mosqueteros-- y, en general, por mi afición a los siglos XVI, XVII y XVIII. Me hubiera molado verlo por dentro y hasta camine un rato por delante pensando como podría colarme. Pero los guardia de armas automáticas parecían tener mucha facilidad para identificar a cualquiera como terrorista, así que decidí dejarlo correr.

La lluvia estropeo un poco nuestras apresuradas visitas a la abadía de Westminster --para mi, si no hacen cerveza, no es una abadía--, al Parlamento y a Brigde Street, que pasa sobre el Támesis. De todas formas, a mi tanto monumento seguido me resulta tedioso con lo que volvimos a Notting Hill.

De vuelta al hotel, nos emperifollamos como coristas y de nuevo nos encontramos con Ana. Íbamos a cenar en el restaurante Belvedere. Un sitio de muy alto copete donde Ana había dejado de trabajar justo el dia antes, situado en el bucólico Holland Park. Eran las 8:00 p.m. y yo me sentía como si ya fueran las 10:00 p.m.

No estoy nada seguro de que alguna vez vaya a volver a pisar un sitio así. Mientras el pianista tocaba algo de jazz que ocasionalmente derivaba en música concreta, nos sirvieron una copa de champán y algo de margarina salada con pan especiado, o algo por el estilo.

Seguidamente la carta. Mi nivel de ingles no era suficiente como para traducir la mayoría da ingredientes. Bueno, ni de ingles, ni de francés ni de italiano (aunque «Carne con Chile» si lo entendí). De entrante, pedí algo que llevaba las atractivas palabras «black pudding» y de principal «Thai Green Fish & Vegetable Curry». Bueno, yo como de todo, y me gusta el curry...

Llega el vino blanco con los entrantes. Mi «black pudding» resulta ser pedazos cuadrados de morcilla sobre patatas cocidas. Cuando el maestresala preguntó como se llamaba aquello en España, le cuento la anécdota de las picantísimas morcillas que prepara el abuelo de Fer para las fiestas de Moreda. Toma cosmopolitismo. De todas formas la comida era exquisita.

El curry del plato principal debía estar hecho con la receta de alguna secta hinduista secreta o algo así: haría llorar a un toro de piedra de lo que picaba. Así que me, mientras me preguntaba por que el maestresala tardaba tanto en rellenar mi copa, el jazz del pianista parecia tomar matices flamencos y en la mesa discutíamos sobre la democracia en la Grecia Clásica. ¡Que carajo! Quizá sea mi única oportunidad de sentirme asquerosamente como Don Alguien.

El postre, al nivel del resto de la cena. No se exactamente que era, pero traía sorbete de mango. Y acompañado, un «vino» de postre que Javi dice que tenia un aire al Jerez. A mi me pareció una especie de vino para niños, aunque me gustó la idea de un vino para los postres.

Al terminar resulta que llovia y decidimos esperar en el recibidor. En estas salieron los clientes de la fiesta privada --un cumpleaños-- que nos fueron desplazando hasta detrás del mostrador. Resultaban el paradigma de la clase alta inglesa. Vamos, que apestaban a dinero. Si no fuera por que mi ingles no da para tanto, me hubiera intentado enrollar con alguna que tuviera cara de alegre viudita.

Al vernos detrás del mostrador, nos agradecieron la espléndida velada. Lo cual me pareció ideal para ir a abrirles la puerta, despedirles adecuadamente e, incluso, felicitar a la homenajeada. Nada, ni una propina. Esta bien claro por que tienen la pasta.

Acompañamos a Ana a su residencia donde conocimos a su simpática compañera de habitación alemana y nos dio una bolsada de libros que debíamos llevar para ella a España. Ocasionalmente me pregunté si los libros estarían llenos de droga o algo así. Finalmente nos despedimos. Fue una guia excelente y una compañía muy simpática. Espero volver a verla.

Al regresar al hotel, las luces estaban apagadas y la puerta cerrada. Ok. Javi, unos cuatro kilos de libros y yo íbamos a pasar la noche al raso. Bueno, al menos teníamos para leer.

Picamos al timbre pero no aparecía nadie mientras yo buscaba en la cartilla del hotel si había alguna norma del estilo «a las 12 en casa». Tampoco nada.

Cuando ya comenzaba a preguntarme donde seria el mejor sitio para pasar la noche, aparecieron un par de chicas por cuya expresión deduje que tampoco sabían nada del toque de queda. Afortunadamente ellas tenían un agente infiltrado que consiguió despertar al recepcionista --que todavía preguntó con cara de sueño si habíamos picado al timbre. Es la segunda vez que casi dormimos bajo el nublado cielo londinense. Todo apunta a la tragedia...

Pero bueno, todo acabó bien. Así que aquí estoy, inaugurando este diario de viaje. Tenia pensado escribir ahora también lo del primer día, pero son las 2:48 a.m. y si no estuviera tan cansado me daría la risa locuela. Mañana sera otro día.