13 diciembre 2007

Visto ahora

Los bloques de nichos se recortaban negros contra el naranja crepuscular. El césped susurraba con la suave brisa de primavera. Y la tarde parecía cálida. Yo, por mi parte, caminé lento y en silencio, como venia haciendo desde hacia ya algunos años, hasta detenerme frente al reciente sepulcro.

Su vista pesó en mi corazón obligándome a cerrar los ojos. A lo lejos, el mar chocaba en larga cadencia contra los acantilados, colándose atropelladamente en las pequeñas cuevas de la base. Las gaviotas regresaban a casa.

Me senté con la espalda reposada contra una vieja encina plantada muy próxima a la piedra. Ladeada la cabeza observé el lento hundimiento del Sol. Al girar de nuevo la vista me lo encontré sobre la lapida, mirándome con expresión de profunda melancolía. Antes de hablar, le dedicó, también, larga atención al ocaso:

- Me alegro de verte.
- No es cierto.

Casi sonrió.

- Vale, no es cierto. Pero me traes buenos recuerdos.

¿Eran buenos recuerdos? No nos hacían felices. Una vida de mutua soledad. El tiempo, las circunstancias, nos habían ido aislando. El tiempo, de la familia; las circunstancias, de los amigos; ninguno encontró con quien compartir, a que entregarse; hasta que pareció que todo cuando quedaba de lo que alguna vez conocimos era el otro.

- Tu también me traes buenos recuerdos.

El pulso de las estrellas girando sobre nosotros marcaba el paso del tiempo. Recordamos anécdotas y escenas. Decenas, cientos. Cada nueva historia marcaba un hito de perdidas, un punto a partir del cual relaciones que hubo se distanciaron hasta desaparecer. Así, poco a poco, intervine cada vez menos en las memorias. Él lo notó:

- ¿Aun lamentas una vida solitaria?
- Visto ahora, nunca estuve solo.

Casi volvió a sonreír.

Pero era verdad. Había mucha gente completamente sola en el mundo. Nuestra soledad en compañía, nuestra compañía solitaria, nos había unido hasta las lagrimas. Como si fuertes golpes dados a gran distancia se propagasen hasta el tronco de la encina, note una lejana sensación de efusión que me hizo levantarme. Fue solo un instante, pero tenia la impresión de que en el tiempo por venir, recurriría a su recuerdo con frecuencia.

Aquí y allá, ocasionalmente, tímidos trinos acompañaron las primeras penumbras. Ambos miramos al Este, en silencio, escuchando como el viento nocturno huía por los callejones, las esquinas cerradas, las grietas. Ante la inminencia del día preguntó:

- ¿Y nunca se pasa?

Yo miré nuestras vecinas tumbas antes de responder.

- ¿La melancolía? Creo que...

Pero la primera luz del alba puso fin a la conversación.

16 septiembre 2007

En la caja

El viejo gato reposaba, lánguidamente, sobre la pequeña caseta que almacenaba las herramientas de los jardineros. Perezoso, jugueteaba con un par de mariposas blancas que trataban de posársele en la cara. Los últimos rayos de sol, como contagiados de la misma modorra que embargaba al animal, caían lateralmente sobre el tejado, inflamando el dorado pelaje del felino con tonos de fuego.

Pasos sobre la hierba interrumpieron el descanso. Listo para erguirse apresuradamente, el animal giró la cabeza hacia el origen del ruido. Un estudiante, que a veces le mimaba, e incluso daba golosinas, se acercaba hacia la caseta. Al verlo, se levantó definitivamente, y tras sopesar la tarea con la vista, se dejó caer hasta el césped.

Aun tardó unos instantes en acercarse al muchacho, que al verlo bajar, se había parado de cuclillas, donde estaba, ofreciéndole algo apetitoso. La tentación venció al instinto y, ronroneando, devoró el regalo que se le daba, mientras quien se lo ofrecía le rascaba suavemente la cabeza.

Como solía hacer, una vez acabado el bocado, siguió al muchacho, esperando, tal vez, nuevos regalos que llevarse a la boca. Así cruzaron el patio hasta una de las entradas laterales del edificio más cercano. Entraron y siguieron por silenciosos corredores cargados de olores muy fuertes, que le hicieron estornudar un par de veces. Subieron a la primera planta y se detuvieron ante una puerta como cualquiera del edificio, donde otro joven esperaba, leyendo, apoyado en el marco de la puerta.

El gato se sentó y miró al chico esperando, tal vez, que también él quisiera darle golosinas. El muchacho de la puerta aparto los ojos de la lectura y miró al otro, luego al animal, y finalmente de nuevo al otro emitiendo un leve resoplido de desaprobación antes de hablar:

- Lo sabia. Mira que eres cabezota.

El aludido sonrió cariñosamente al animal antes de responder:

- La ciencia también requiere de un poco de estilo. Cuando nos den el Nobel tendremos una anécdota genial que contar y seguro que a los tíos que hagan nuestras biografías les encantan estos detalles,

El chico de la puerta levantó los ojos al cielo antes de entrar en la sala. Su compañero y el gato le siguieron.

La estancia era amplia y luminosa. Las paredes aparecían cubiertas de estantes llenos de libros, documentos e instrumental diverso, gran parte del cual era luminoso o presentaba espejos, lo que llamaba fuertemente la atención del gato.

El resto de la sala estaba completamente vacío. Solo un gran cubo gris, de unos dos metros de alto, se erigía notablemente silencioso en el centro.

Al percatarse de la imponente presencia del cubo, el animal se detuvo en el sitio, inmóvil, a mitad de un paso. Y hubiera salido huyendo de aquella mole que, desde las alturas, parecía venírsele encima, si en el interior de la misma, a través de una puerta por la que cabria un hombre adulto, no se divisara un plato delicioso.

El gato miró alternativamente a la comida dentro de la gran caja y a los otros dos ocupantes de la sala. Estos le miraban, uno sonriente, serio el otro, enfundados en pesados trajes amarillos que les cubríam la totalidad del cuerpo:

- Vamos Espín, esta bueno -le alentó el joven sonriente señalando el plato de deliciosa comida.
- Si nos cargamos al gato, nos vamos a meter en un marrón.
- No morirá. Y le estamos facilitando la noticia humana a la prensa. A los noticiarios les encantará poner imágenes de Espín retozando mientras comentan que el primero en probar la Caja fue la atrevida mascota del campus.

A Espín le gustaba su nombre. Sonaba rápido: «¡Espín!». Se tranquilizó un poco y, aun con cautela, se acercó al plato de comida dentro de la caja.

Mientras comía observaba de reojo como la puerta por la que había entrado se cerraba lenta y silenciosa. El ruido de pasos en el laboratorio dibujaba a los estudiantes moviéndose apresuradamente mientras hablando entorno a la caja:

- ¿Has verificado el sistema de aislamiento?
- Dos veces. Cuando la puerta se cierre el sistema central será plénamente cerrado en sei...

La puerta se cerró con un ruido seco y el interior quedó sumido en el silencio y una tenue penumbra de luz blanca que surgía, fría y artificial, de las aristas de la caja.

Acabada la comida, Espín se dejó caer suavemente sobre un costado, con las patas estiradas. La comida había sido buena y en la estancia se estaba caliente. Cuando sus pupilas alcanzaron el tamaño adecuado, pudo ver que había más cosas a su alrededor: una pequeña botella plateada unida por cables a una caja más o menos del tamaño de Espín.

Bostezó. Se lamió el hocico y apoyó la cabeza contra el suelo. Entonces se vio: allí, donde él estaba, estaba Espín.

Se levantó de un salto, mientras el otro Espín permanecía en el suelo, con los ojos cerrados, la cabeza encogida. Aquel Espín estaba muerto.

Se fijó en que las otras cosas que había en la caja eran varias al mismo tiempo: la botella estaba intacta y reventada; la caja pequeña, presentaba una lucecita roja, encendida y apagada. Y al fijarse mejor en el Espín muerto, se percató de que era él mismo, que seguía vivo.

El interior de la caja, la caja misma, era varios a un tiempo. No como si dos imágenes se superpusieran en los ojos de Espín, sino más bien como si la misma parte de su cerebro concibiera, al mismo tiempo, naturalezas opuestos sobre un mismo aspecto. Parecido a cuando uno se plantea que algunas de las estrellas que ve puede hacer miles de años que han desaparecido; o a cuando se intenta concebir como sera el carecer totalmente de pensamiento. Solo que en este caso, Espín no podía dejar de hacerlo.

Espín, o al menos parte de él, corrió en círculos, asustado, por el angosto interior de la caja. Era lo único que podía hacer, al menos la parte de él que no había sucumbido a la inexistencia.

Finalmente, se detuvo exhausto y muerto, sin haberse movido del sitio. Se dejó caer nuevamente, atrapado en el umbral de la existencia, sobrecogido por el peso de sus percepciones.

Algo comenzó a ocurrir entonces: una linea surgió, nítida, de todos los puntos, alargándose en todas las direcciones. Espín podía distinguir cada una de las infinitas rectas aunque, de haber tenido las capacidades, no hubiera podido describirlas. Eran lineas de inexistencia, que él podía reconocer por ser iguales a la concepción que le embargaba desde su yo muerto.

Las lineas comenzaron a agrandarse, separando, vertiginosamente, las distintas cajas que saturaban la percepción de Espín. Pudo ver la caja con la luz roja, la botella reventada y su yo muerto alejarse de él al otro lado de un río de irrealidad que, a creciente velocidad, hasta alcanzar el vertigo, se expandía hacia el infinito. Al instante las lineas eran tan inmensas que Espín ya no podia ver más el otro lado, y con la misma velocidad con la que las había apreciado, desaparecieron detrás de su propia caja, ya única en si misma.

La puerta se abrió con el mismo ruido sordo con el que se había cerrado. Al otro lado, las caras de los estudiantes, una aun sonriente, la otro con un gesto de infinito alivio, miraban atentamente a Espín.

Cuando la puerta se abrío por completo, los dos muchacho se apartaron y el gato salio despacio, mirando en todas direcciones antes de aventurarse mas allá del umbral. Comprobado el exterior, avanzó trotando hasta la puerta del laboratorio ante las miradas, sonrientes ambas, de los dos muchachos:

- Te dije que sobreviviría.
- Ya lo veo, ya. Siquiera se ha inmutado.
- La paradoja de Schrödinger no es más que una paja mental teórica. Cuando completemos el experimento quedará totalmente fuera de discusión.

Ya bajo el marco de la puerta Espín echó un último vistazo al laboratorio antes de salir. Al lado de la caja los dos compañeros seguían conversando, planeando el experimento con un sujeto humano. Mirándolos fijamente, Espín pudo ver como, simultaneamente, ambos jóvenes aparecían de rodillas, atónitos los rostros, sobre el cadáver del propio Espín. Bostezó y salio hacia el pasillo. Tal vez en el comedor alguien le diera de comer.

12 septiembre 2007

Un último reposo - Jugar solo

Un último reposo

Inspirado en una obra de Meritaron (publicación).

Imagino un altar
donde reposar del reposo
los últimos minutos.
Antes de recorrer el camino,
infinito,
de árboles deshojados.

Jugar solo

La habitación era enoooorme...
Que lejos aparecía el techo;
que lejos la pared y la ventana;
que lejos los estantes de encima de la cama.

El niño miraba en rededor,
escrutando las esquinas, los rincones,
buscando en la oscuridad
alguien con quien jugar.

El niño juega a que habla.
El niño juega a escuchar lo que se dice.
Juega a contestarse y a volverse a preguntar.
Juega a que tiene alguien con quien hablar.

Pronto se cansa de contestarse preguntas,
y de preguntas que no sabe contestar.
Y grita, y llora, y patalea furioso,
porque quiere alguien con quien jugar.

Pero la habitación es tan enoooorme,
que nadie lo oye rabiar.
Exhausto y solo se duerme
soñando que el juego fue realidad.

16 agosto 2007

Notas de un aspirante a escritor II

- Saludos
- Buenos días. ¿Puedo ayudarle en algo?
- Pues mire, si. Deseo comprar un portátil.
- ¡Llega en el momento justo! Acaba de llegarnos este Asús TA 9000.
- Aquí pone que vale 900 papeles.
- ¿Le parece mucho? ¿Cuanto esta dispuesto a gastarse?
- Digamos que 100€.
- ¡Seguridad! ¡Segur...!
- ¡Vale, vale! ¿Que es lo más barato que tiene?
- Pues tenemos este Soni QeTe 100 por 499,99 (periódico puro) €.
- Oiga, es que yo solo quiero el cacharro para escribir.
- Comprendo, pero si se lleva este, además de escribir podrá hacer muchas otras cosas. Trae instalada la última versión de Güindous.
- Voy a meterle un Linux que lo voy a dejar loco.
- Si, si. Podrá instalarle todos los juegos que quiera. Y ver películas, editar sus fotos...
- En serio: lo quiero para escribir y poco más.
- No sea cabezota, hombre. ¿Que daño va a hacerle que el portátil sea potente?
- Para empezar, con esa pantalla IMas que tiene, debe pesar unos 3 kilos y todos esos componentes superpotentes junto con el SO de la era espacial hacen que la batería solo dure 2 horas.
- Bueno, no estará pensando en llevárselo por ahí de paseo ¿no? Es un ordenador.
- «Portátil».
- Marketing.
- Pues me niego a pagar por lo que ni quiero, ni necesito solo por que el consumidor medio compre desaforadamente para luego quejarse de que no llega a fin de mes.
- En ese caso, ¿desea que Seguridad le saque a rastras mientras va gritando consignas comunistas?
- No sera necesario. Me vengaré de todos con una ligera ironía de ficción en mi blog.
- Tiemblo solo de pensarlo.
- Apuesto a que si...

NOTA: estúpido sistema de mercado.

08 julio 2007

El caso de la epidemia - III (Final)

El caso de la epidemia - II


El silencio intensificaba la sucesión de sonidos que lo interrumpían: una gran pieza de madera cayendo al suelo; otro cuerpo aterrizando, más sordamente, próximo a ella; la caída de otra pieza de madera; una puerta que era abierta. Y, en ese instante, la calma dio paso a la tormenta: las luces se encendieron repentinamente y mientras dos agentes de policías le aferraban por los brazos, una mujer de unos treinta años se dirigía a él con tono decidido:

- Marco Ferrer. Queda usted arrestado por homicidio.

El joven, cegado por la súbita iluminación y desorientado por la sorpresa, se aguantaba a duras penas apoyado por los hombres que le retenían:

- ¿Que dice? Yo me desperté... No se que dice...

Pero la inspectora no prestó atención. Señaló a los hombres que le registrasen, los cuales fueron depositando sobre el viejo escritorio de Pompas Fúnebres una considerable cantidad de joyas que el muchacho llevaba en los bolsillos.

El doctor Varela se acercó a la mesa y comprobó el escudo de los Ferrer en algunas de las piezas:

- Increíble --señaló. Esto es increíble. Definitivamente ha vuelto a hacerlo.
- No será por que el chico me lo puso fácil. Cuando el doctor Alberdi me informó de que la señora Ferrer no dejaba en herencia más que deudas tenia tres homicidios pero ningún posible motivo.
- De hecho, deseaba preguntarle a cerca de eso. Durante todo el día ha estado completamente segura de que se trataba de envenenamiento, aunque todos los indicios apuntaban a una epidemia.
- Todos no. La señora Miramar comentó que doña Esperanza era especialmente exigente con el servicio. El menor error suponía el despido. Y desde luego, las formas de trabajar de Margarita lo corroboraban. Me resultaba muy difícil creer que hubiera sido ella quien se dejase la cucharilla húmeda con la que había removido el té en el azucarero.
- Más propio de un envenenador apresurado supongo.
- Desde luego. Además, la muerte de la chica resultaba muy conveniente conmigo y Alberdi haciendo preguntas.
- ¿Cree que el muchacho nos oyó comentar en el velatorio que la salud de Margarita era el factor sospechoso del caso?
- Muy probablemente --interrumpió Alberdi.

El doctor salía de la sala de los ataúdes enseñando en su mano derecha un puñado de pequeños viales llenos de líquido negro.

- Encontré esto en cortes practicado en el recubrimiento interior de la caja del chaval.
- ¿Un desencadenante de catalepsia? --pregunto su compañero doctor.
- En pequeñas dosis probablemente. No creo que el muchacho estuviera muy a gusto pensando en las consecuencias de dormir demasiado. Así que tomaría dosis mínimas para pasar sus chequeos. Sin embargo, en dosis grandes seguramente será mortal. Dosis como las que se proporcionaron a la señora Ferrer y Margarita.
- Además --continuó Salgado-- no solo nos quitaba a nosotros de en medio. Envenenando a Margarita respaldaba aun más la hipótesis de la epidemia. Asegurando que los cadáveres se mantuvieran lo suficientemente aislados como para poder robar lo único que creería que le quedaba a su tía de valor: las joyas de la familia.
- Pero eso nos convertía a la señora Miramar y a mi en sospechosos --apuntó el doctor Varela con cierta incomodidad.
- Debo reconocer que cuando me comentó que eran los únicos que tendrían acceso a la habitación les puse en el punto de mira. Y puesto que era muy probable que doña Alejandra hubiera sido la responsable de la preparación del cuerpo de su amiga, debía ser plenamente consciente del valor y la disposición de las joyas.
- Hubiera sido divertido ver su reacción cuando la detuvieses --apuntillo Alberdi.
- No, no lo hubiera sido --le contradijo su compañera con cierto tono de reproche. Afortunadamente, escuche su conversación con el responsable de Pompas Fúnebres. Me resultaba muy extraño que el joven Ferrer hubiera elegido como su albacea a la amiga de una tía con la que apenas hacia tiempo que se trataba. Y su empeño por ser enterrado al amanecer era demasiado conveniente.
- Y muy ingenioso --señaló el otro policía. Todas las pruebas habrían quedado enterradas bajo un par de metros de cemento. Y él podría desaparecer a gusto.
- Sin embargo, al incluirlo en la lista de sospechosos por un instante, no solo me di cuenta de que tenia tantas probabilidades de ser el culpable como la señorita Miramar o usted, doctor, sino que además era el único de los tres que no estaba en la salita de invitados mientras Margarita servía el té.
- Lo que le permitió preparar el veneno para la pobre muchacha.

Completada la explicación por el doctor Varela, la inspectora se limitó a asentir.


En la puerta del edificio de Pompas Fúnebres el doctor Varela, con aire cansado, despidió a la inspectora y su compañero. Agradeciéndoles afectuosamente el haber acudido. Tras responder de la misma forma, los dos agentes de policía se encaminaron hacia el coche de Salgado aparcado un par de calles más abajo.

- ¿Crees que la novia del chico sabe algo? --preguntó Alberdi cuando se alejaron un trecho.
- Creo que si. Cuando el doctor anunció en la casa Ferrer que se trataba de una epidemia, ella pareció sorprenderse mucho. Como si le resultase extraño que Varela pudiera haber llegado a aquella conclusión.
- No es una prueba muy sólida.
- No, no lo es. Por eso no vamos a decirle nada. De hecho he dado orden de que se continúe con el entierro como si no hubiéramos resuelto el caso y que los próximos días se vigilen discretamente las sepulturas. Si era cómplice de su pareja, espero que haga algo para desenterrarle cuando no aparezca. Quizás incluso confiese.
- ¡Vaya, que retorcido!
- Gracias, hombre.
- ¿Y si no resulta? Quizás fueran cómplices y ella sea capaz de aguantar la presión.
- Si es capaz de aguantar la presión, se nos habrá escapado. Aunque no estoy segura de que unos cuantos años de prisión sean peores que los días que ella pasará hasta que descubra que su novio descansa en una celda y no en un ataúd.
- Desde luego seria una buena...

Y mientras Salgado sonreía condescendientemente, su compañero miraba con aprensión las tapias del cementerio que dejaban atrás.

01 julio 2007

El caso de la epidemia - II

El caso de la epidemia - I


La inspectora Salgado y el doctor Varela observaban en silencio como los empleados de Pompas Fúnebres introducían los pesados ataúdes en la habitación. Aunque la temperatura en la estancia era bastante fría, la poca altura, la ausencia de ventanas y la escasa luz artificial la hacían un lugar sofocante.

Varela solicitó a los operarios que dejasen las cajas abiertas. Petición cumplida con tanta rapidez como aprensión. Y comenzó a chequear el cadáver de la señora Ferrer con ojo clínico mientras apuntaba algunos detalles en una libreta.

La inspectora se acercó a él y realizó su propia observación del cuerpo. Reposaba con las manos sobre el abdomen y un serio rictus de serenidad en su anciano y pálido rostro. Salgado supuso que la preparación del cadáver había sido responsabilidad de la señora Miramar, pues estaba distinguidamente vestido, luciendo un nutrido conjunto de joyas, algunas grabadas con lo que la policía supuso sería el blasón de los Ferrer.

El cuerpo del joven sobrino Ferrer también ofrecía buena presencia. Quizás gracias a la acción o la voluntad de su novia. Las manos recostadas a ambos lados, mostraban su traje barato pero elegante. El rostro igual de sereno que el de su tía, aunque menos serio y pálido.

Cuando se dirigían al tercer ataúd, en el que reposaba el cuerpo de la asistenta Margarita, tras picar levemente a la puerta el doctor Alberdi entró en la estancia y saludando se dirigió a su superior:

- Tal y como pediste he hablado con el abogado de los Ferrer. El doctor estaba en lo cierto respecto a la hacienda de la familia. Doña Esperanza no contaba con ninguna posesión reseñable. A parte de sus deudas.
- ¿Y la casa?
- Del banco. Como casi todo lo que contenía.

El doctor Varela abandonó el chequeo de los cadáveres para unirse a la conversación:

- ¿No deberían investigar a Margarita en lugar de a doña Esperanza?
- Al presentar las tres defunciones las mismas características, la inspectora cree que si Margarita fue envenenada, es muy probable que también lo fueran los Ferrer. Y en principio, la señora Ferrer parece el único nexo de unión. Además de la fuente más probable para un móvil.
- Pero ahora que han confirmado que estaba arruinada, el tema del móvil se complica, ¿no es así?
- Existen otras posibilidades --intervino Salgado. ¿Venganza tal vez?
- ¿Venganza? --preguntó a su vez, extrañado, el doctor Varela. Desde hace veinte años que falleció su esposo, la señora Ferrer prácticamente no ha tenido contacto con el mundo. A parte de su abogado, todas las personas que teníamos relación con ella estábamos esta mañana en la casa.

La inspectora cerró los ojos y suspiro levemente mientras se apartaba los cabellos de la sien.

- Francamente --continuó el doctor--, de tratarse de un caso de envenenamiento, solo la propia Margarita podía haberlo hecho. Espero que no lo tome como una falta de respecto, sino como un exceso de celo profesional, pero creo que deberían considerar seriamente la hipótesis de la epidemia y abandonar la estancia antes de que ustedes también se vean afectados.

Al oír estas palabras, la turbación y el cansancio de Salgado dieron pasó al más enérgico interés:

- Por tratarse de una epidemia, ¿debo suponer que el acceso a esta sala esta restringido?
- Así es. A parte del, más que reticente a hacerlo, personal de Pompas Fúnebres, solo el médico responsable de la situación y los albaceas de los fallecidos pueden entrar.
- La señora Miramar, entonces --apuntilló Alberdi. Es el albacea de la señora Ferrer --añadió ante las interrogantes miradas de sus dos interlocutores.

Salgado miró sin pensarlo hacia el ataúd de la anciana y, sin mediar palabra, se dirigió decididamente a la puerta, seguida con aire resignado por el doctor Alberdi y ante el estupor de Varela.

En la sala adjunta, un par de operarios bajaban ataúdes desde el piso superior a otro cuarto del sótano. En una esquina, frente a un viejo escritorio, la señora Miramar hablaba, con su habitual flema, con el que parecía algún cargo administrativo de la casa. La inspectora se les acercó y aprovechó el suave volumen de voz empleado por el hombre para interrumpir la conversación:

- Señora Miramar. Siento interrumpir pero me temo que...
- Querida --le cortó secamente la anciana con su habitual tono orgulloso y despectivo--, solo será un minuto mientras termino de arreglar unos asuntos importantes con el caballero.
- Con el debido respeto, no creo que sean más importantes que...
- Como le iba diciendo, señor Requejo. Marco explicitó en su testamento que deseaba se le diese sagrada sepultura al amanecer.

Salgado olvidó instantánea e inadvertidamente el enfado que ser ignorada le había causado al escuchar la conversación y comenzó a prestar más atención.

- Lo entiendo señora Miramar, pero hágase cargo de mi situación. Los empleados no están nada contentos. Ya ha habido tres que se han ido a casa alegando falsos pretextos de salud.
- Mantener la disciplina entre los subalternos es su responsabilidad señor Requejo. Y la mía es cumplir las últimas voluntades de los Ferrer. El entierro de doña Esperanza y su sobrino se oficiará al amanecer como este testamentó. Si es necesario, me quedaré aquí toda la noche para asegurarme.

Y dando la conversación por zanjada, la dama se giró hacia la policía:

- ¿Que deseaba, querida?
- Juan, avisa a comisaría, necesitaré algunos hombres --respondió la inspectora con la mirada fija en ella pero sin haberla escuchado.

El doctor subió rápidamente la escalera que daba a la planta baja mientras el señor Requejo trataba de reanimar a la desmayada señora Miramar.


El caso de la epidemia - III (Final)

26 junio 2007

El caso de la epidemia - I

Anteriores casos de la inspectora Salgado:


La oscura habitación estaba cargada de esa atmósfera, más fruto de la aprensión humana que de los agentes ambientales, que producen los velatorios. En un extremo, una joven de veinte años largos dormitaba, agotada, en una vieja silla de madera. En el otro, una señora de sesenta años cortos se mantenía rígida en la suya.

El doctor Varela observó brevemente las cajas que, paralelas, ocupaban el centro de la estancia y se volvió hacia sus dos acompañantes en la esquina más cercana a la puerta:

- Coincidirá conmigo, doctor, en que es altamente irregular --susurró.
- Posible no obstante. ¿Quizás algún tipo de afección hereditaria? A fin de cuentas eran parientes cercanos.
- Tal vez padeciesen la misma afección, ¿pero fallecer ambos al mismo tiempo y justo cuando el muchacho visita a su tía?
- Quizás la afección se agravase ante la presencia de un agente externo.
- También lo he barajado. Pero según me han informado, el chico llevaba aquí algo menos de una semana. Me resulta difícil concebir un patógeno que afecta a dos personas hasta su muerte en tan poco tiempo pero que no causa ni una ligera tos en la empleada del hogar que comparte la vivienda.

El doctor Alberdi meditó unos instantes echándole su propio vistazo profesional a la pareja de ataúdes antes de responder:

- Desde luego es el dato de la asistenta lo que convierte el caso en algo tan extraño. ¿No podría darse que fuera ella inmune al patógeno en cuestión?
- Demasiadas coincidencias como para no merecer algunas indagaciones.

Esta vez fue la inspectora Salgado quien habló, su atención más centrada en las dos vidas que ocupaban las sillas. Alberdi sonrío ligeramente.

- Por eso la llamé a usted señorita inspectora. Si hay algo extraño aquí, confío plenamente en que usted pueda descubrirlo.
- ¿Las conocía usted, doctor? --preguntó ella haciendo caso omiso del halago y señalando con un leve movimiento de cabeza hacia las otras dos mujeres de la sala.
- A la señora si. Era una vieja amiga de doña Esperanza. Siempre que venia de visita la encontraba aquí tomando el té o jugando a la baraja. Se llama Alejandra Miramar.
- ¿Y la muchacha?
- Solo se que era la novia del chico. Pero nunca coincidimos.
- ¿Puede decirme algo de la relación entre la señora Ferrer y su sobrino?
- Me temo que no. De hecho, la señora Ferrer jamás me había hablado del muchacho hasta su último chequeo. Cuando me comentó que iba a venir a visitarla.
- Ya veo.

Una joven asistenta entró sigilosamente en la habitación y, tras un cortés saludo a las tres figuras de la esquina, susurró unas palabras al oído de la mujer mayor. Levantándose esta con la misma rigidez con la que había permanecido sentada, anunció en baja voz y con tono formal que el té estaba servido en la sala de invitados.


Las gruesas cortinas de la salita de invitados dejaban la estancia en penumbra. Aun así resultaba un cambio agradable respecto a la luz de las velas que iluminaban el velatorio. Sin contar que no resultaba igual estar en torno a dos ataúdes que a una mesita redonda con sus tazas de té y su plato de pastas. En cualquier caso, el ánimo y disposición de los asistentes no había cambiado en demasía. A excepción de la joven muchacha que, despejada por el cambio de estancia, echaba discretas miradas de reojo al resto de ocupantes de la habitación.

Una vez los invitados hubieron ocupado algún asiento, a excepción de Alberdi, que permaneció de pié apoyado en el sofá de su superior, la asistenta comenzó a servir hábilmente. Acabado lo cual, se disponía a salir cuando fue aludida por la inspectora:

- Muestra usted mucha destreza en su trabajo.

La joven, sorprendida por el halago casi tanto como por ser aludida por uno de los invitados de la casa, parecía dudar. Situación que aprovecho sin titubeos la señora Miramar:

- Esperanza tenia un gran ojo para el servicio. De hecho, no toleraba el más mínimo desliz; estricta en todo lo referente al cuidado de su casa, como corresponde a una dama de su posición. Antes de dar con Margarita tuvo empleadas a otras seis muchachas en tan solo dos semanas.

La anciana dama se expresaba con un tono formal y ceremonioso. Cargado un tanto de orgullo y, a veces, con cierto aire de desprecio. Matices estos que asomaron, por un instante, a su rígido rostro cuando Salgado decidió continuar la conversación con la muchacha:

- Suena como una labor dura. Muy cansado.

La asistenta miró nerviosamente primero a la inspectora y, después, a la señora Miramar, claramente incómoda por haber sido aludida en lugar de esta última. Por su parte, la dama no parecía dispuesta, ni acostumbrada, a dejarse apartar tan fácilmente de la conversación:

- Doña Ferrer --dijo remarcando el «doña»-- siempre ha sabido corresponder debidamente al servicio. Ni a las más patosas de sus criadas les faltó de nada mientras permanecieron aquí. Resulta indignante que la policía se deje guiar por rumores --finalizó aumentando sutilmente el matiz de desprecio de su voz.

La rígida fachada de la señora Miramar se descompuso ligeramente ante la consciencia de su indiscreción, al percibir el aire de curiosidad que acababa de despertar en la joven policía. La inspectora no pudo evitar una ligera sonrisa cuando la anciana corrió a refugiarse tras una de las tazas de té. El doctor Varela tomó la palabra desde su silla en frente de la señora:

- En realidad eran algo más que rumores. La señora Ferrer era muy reservada para esos temas, pero a nadie que visitase la casa con cierta asiduidad se le escaparía la decadencia de la hacienda Ferrer.

- ¡Doctor, por favor!

La taza de té temblaba sobre el plato en la mano de la indignada señora Miramar. Taza que dejo caer, atónita, cuando el doctor Alberdi comentó, con aire despreocupado «la de trabajo que les daban esas rancias familias venidas a menos».

La inspectora miraba a su compañero con aire de reconvención mientras la señora Miramar, tratando de disimular lo ocurrido, llamaba a la asistenta para que recogiera los platos rotos.

- Ya voy yo doña Alejandra --se ofreció el doctor Varela ante la demora de la asistenta y la insistencia de la señora--. Usted tranquilícese.

Mientras el doctor abandonaba la habitación, la señora Miramar evitaba mirar siquiera al doctor Alberdi. La inspectora Salgado, por su lado, centró su atención en la joven que tenia en frente, quien aparto nerviosa la mirada. La agente iba a preguntarle algo cuando el doctor Varela regresó, apareciendo con gesto grave en el umbral de la puerta:

- Me temo que tengo que pedirles a todos que abandonen la casa. Se trata de una epidemia.

La novia del joven fallecido miró, asombrada, la figura en el umbral, mientras el otro doctor acudía en socorro de la señora Miramar, quien se había desmayado ante lo súbito del anuncio. Salgado, por su parte, se levantó y se dirigió a la puerta:

- ¿Donde esta el cuerpo?


Cuando ella y Varela llegaron a la cocina, el cuerpo inerte de la joven asistenta yacía en una silla. Con los brazos colgando y la cabeza reclinada hacia atrás. Su rostro, sereno, como si durmiera. En la mesa, frente a ella, una taza aparecía mediada de té sobre el plato. No muy lejos la cucharilla que lo había removido permanecía en el azucarero, al lado del resto del juego, perfectamente ordenados.

- ¿Los mismos síntomas que la señora Ferrer y su sobrino?
- Exactos.

Salgado miro fijamente la mesa, y luego más allá, a través. El doctor Varela seguía hablando a su lado:

- Siento mucho haberla molestado para...

Pero ella no estaba allí para atenderle. Tan solo dijo:

- ¿Que se hace en estos casos con los cuerpos?
- Se llevan a Pompas Fúnebres para que los mantengan aislados mientras se arreglan los detalles legales y espirituales. Al día siguiente, dos como mucho, se incineran o entierran bajo sosa y cemento.

- Ya veo. En ese caso, vayamos a Pompas Fúnebres.
- Se lo agradezco, pero no hace falta que venga. Este es un caso médico.
- Este --y señaló al cuerpo que reposaba sobre la silla-- es un caso de asesinato.

El doctor Varela abrió la boca para replicar. Pero al final no dijo nada.


El caso de la epidemia - II

21 mayo 2007

Notas de un aspirante a escritor I

El DPD de la RAE dice, en su entrada sobre mayúsculas:

«3.5. Antes era costumbre, en los poemas, emplear la mayúscula al principio de cada verso, razón por la cual las letras de esta forma tomaron el nombre de «versales» (mayúsculas de imprenta). En la poesía moderna, esta costumbre está en desuso.»

ROCH ha hecho esto y esto.

NOTA: al consultar sintáxis, procurar usar algo más actual que la Antología poética de José de Espronceda.

15 mayo 2007

Dos movimientos (El viejo del ChessMaster)


He perdido la cuenta
De cuanto hemos jugado.
Pero siempre vas por delante,
Mi rey siempre acaba bloqueado.

Como hacen los niños
Intento el Jaque Pastor.
Recuerdo estar tan orgulloso.
Cuando me lo enseñaste aquella ocasión.

Jugabas con blancas
Y abriste con un peón.
En solo dos movimientos
Era jaque mate en tu habitación.

El viejo del ChessMaster
Me mira y se ríe.
En este juego solo aprendes tú.
Jaque a la reina;
Que le den al rey,
En dos movimientos sé que voy a perder.

Siquiera puedo hacer trampas
Intentar retrasar un peón:
«Pieza tocada es pieza movida»
Sonríes mirando de reojo el reloj.

Así que avanzo arriesgando piezas.
De nada sirve pensar.
Aunque sea buscando tablas,
Lo justo para poderte besar.

Y sigo ignorando las derrotas
Jugando una y otra vez
Aunque dos movimientos te bastan.
Yo vuelvo a levantar al rey.

El viejo del ChessMaster
Me mira y se ríe.
En este juego siempre ganas tú.
Pierdo la reina.
Tú enrocas al rey.
Y tras dos movimientos he vuelto a perder.

El viejo del ChessMaster
Me mira y se ríe.
Callando, tal vez, la forma de vencer.
Sabiendo de sobra que voy a volver.


A Dani, por una crítica tan buena como reticente.

09 mayo 2007

Hablando en serie: Pa «indie» yo

Definitivamente, me rindo. Toda mi vida he querido estar a la última: que todo el mundo me saludase al entrar al local mas moderno de la ciudad; que las nenas se pegasen por subirse en mi moto; que las nenas se pagasen por subirse en mi... Otra moto. En fin, ser la estrella pop del momento.

Pero nunca me lo pusieron nada fácil. Lo del Comunismo, por ejemplo, estaba guay: no tenias que ir a misa -salvo con una garrafa de gasolina- y parecía que la forma de demostrar que una comunista estaba en la onda era subiéndose en la otra moto de los camaradas.

Pero, joder, tenías que meterte cada tostón entre pecho y espalda que déjalo ir. Es cierto que al final había canción y pincheo popular –tan popular que la mayoría de aquella gente no había ido al tostón previo y sin embargo se había enterado del pincheo-. Pero durante el discurso, había que estar muy atento, por que si te despistabas y se te escapaban las diferencias entre el «sistema de producción» y la «estructura de productividad», luego no te enterabas de quien había matado al ama de llaves.

También lo intenté con el hip-hop, que tenia pinta de ser menos aburrido y las hip-hop-eras parecían guardar una disposición similar a montar en moto. Pero es que cada vez que me ponía a bailar, los del SAMUR aparecían con el desfibrilador al grito de «¡apártense del epiléptico!».

Pero ahora que lo de ser moderno parece pasar por el camino de la cultura, pensé que lo tenia todo resuelto. Estaba claro: había que volverme indie. Así que ni corto ni perezoso, me planté en el local más rabiosamente indie de la ciudad.

Un vistazo rápido fue suficiente para darme cuenta de que estaba fuera de lugar. Como unos quince años por delante del lugar propiamente dicho. A cambio, mis gafas no resaltaban tanto como las de la mayoría de la gente, lo que en aquel momento me pareció algo bueno. Me armé de valor y me aproximé a una chica que así, a bote pronto, debía ser la sobrina de Concha Velasco:

- Hola.
- Hola.
- Mola la música, ¿eh?

Jeje. Eso nunca falla...

- ¿Te gusta La Habitación Roja? -responde ella.

Miro alrededor y me aseguro de que las paredes del local son azul cielo. A ver si va a ser la versión indie del cuarto oscuro... A ver si esta ya quiere subirse en la moto... Jo, si es que tenia que haberme vuelto indie antes:

- ¡Buah que si me gusta! ¡Me pasaba la vida allí si me dejaran!

La tía se ríe. Esto marcha. Aunque parece que quiere seguir un poco con la conversación antes de irnos a la habitación roja esa:

- ¿Y La Casa Azul?

¡Toma ya! ¡Que vamos a su casa! ¡ROCH, ROCH, ROCH, ROCH!

- ¡Más que la habitación roja!
- ¿Más?

Recula ROCH, que la estas pifiando...

- Bueno, mujer, la habitación roja tiene su morbo.

Se ríe de nuevo y dice que soy muy divertido. De aquí a la habitación roja, un paso:

- ¿Y que pelis te gustan?

¡Mierda! ¿Y esto? ¿Qué hay de la casa azul? Bueno, que no cunda el pánico. Es una chica. Apuesta por un valor seguro:

- Las comedias románticas.

¿Pues no va la tía borde, me mira con desprecio y se larga bailando? Yo es que me cago en la cultura...

Pero uno tiene su orgullo y no se rinde tan fácilmente. La cosa fue bien, solo quedaba refinarla. Llamé a mi propio amigo indie a ver que había pasado. Me comenta que el tema no es tan sencillo, que hay cosas que gustan y cosas que no, y que en cine el que parte el bacalao es un tal Curosaba.

El tal Curosaba, que realmente se escribe Kurosawa, resulta ser un chino que hacía películas en blanco y negro sobre chinos. No parecía muy atractivo, pero yo me había propuesto conocer la habitación roja y por mis muertos que iba a conocerla: al sábado siguiente me planté en casa de mi colega a empollarme alguna peli del tipo ese.

La cosa no empieza tan mal. Hombre, esta claro que explosiones y tipos con ametralladoras, pues no. Unos campos mecidos por el viento; tambores de fondo; y columnas de manchones blancos sobre la pantalla que, digo yo, serán algún tipo de metáfora sobre el arroz.

De hecho, se puede echar un sueñecito guapo. Te vas acomodando en la silla; vas entrando en calor; la brisa te mece; los tambores te arrullan...

- ¡RASHOMON!

¡Será cabrón el chino! ¡No va y se pone a gritar Dios sabe que en mitad de los créditos!

Y a partir de ahí, no hay quien pare. Yo estoy muy atento, por que salen y entran chinos y todos me parecen iguales:

- ¿Ese no estaba muerto?
- No, ese es el hijo del Daymio
- Pero si es el de la espada...
- Son Samurais, todos llevan espada...
- ¿Y la del abanico?
- «Ese» es el Mikado...

Y eso que a los tíos les ponen figuritas distintas en los cascos, digo yo que para que los del rodaje pudieran distinguirlos.

Y después de la peli, un poco de formación musical:

- ¿Esta no es la misma canción de antes?
- No.
- Pero si tratan de lo mismo.
- No, esta trata de la vanalidad.
- Ah. ¿Y la otra?
- De la cotidianeidad.
- Ah.

Unas cuantas canciones después, vuelvo a enfrentarme a mi destino. Me pongo la chaqueta de cuando mi padre iba de guateque, que robé de su armario, y regreso a la jungla.

Mismo local. Misma indie. Me ajusto las gafas. Me estiro las mangas de la camisa, me abrocho la chaqueta –solo un botón- y me acerco bailando con los hombros:

- Hola. Estos de Astrud son buenos. Cunde la dejadez que imprimen a la marcada cotidianeidad de sus letras. En cierto sentido, me recuerda al costumbrismo de las películas de Kurosawa -¡Toma ya!.

La chica, se da la vuelta, me mira de arriba abajo y dice con un suspiro:

- Estoy harta de tanto indie.

Al final, ni casa azul, ni habitación roja, ni trastero bermellón. Esta claro que siempre iré detrás de la última.


  • A Dani, «mi propio amigo indie» ;)
  • A Loki por revisar amablemente y sugerir sabiamente.

05 mayo 2007

Sueños: Multicolor - Sabor a papel

Multicolor

He visto la imagen, con claridad,
De la Tierra y los ocho planetas
-o los siete, o los que sean-
reflejarse sobre la Luna.
Y luego desparecer en una explosión
De fuegos artificiales multicolor.

Sabor a papel

Probé todos los rincones de su cuerpo,
Privados hasta los más públicos,
Y todo me supo a papel.
Traición en sueños pagada en la realidad.
Certeza de desconocer el sabor real.

08 abril 2007

La pasión

La primera vez que me lo encontré, o mejor dicho, que él me encontró, andaba yo tirado en alguna esquina. Supongo que en algún callejón del Humedal, o de la calla las putas. No se. Da igual. El caso es que apareció nítido entre toda la luz.

Al principio me acojonó, aunque no se por qué. Porque el tío no parecía nada chungo. Le dije que me dejara, que no tenía nada, que estaba limpio. Él tan solo sonrío y mientras me levantaba decía que me había vuelto a meter más de la cuenta, que me llevaría a casa, que estuviera tranquilo, y cosas de esas.

Ya en casa, en medio del bajón, me ayudo a llegar hasta el váter. Aunque por lo que me fije al día siguiente no llegamos. Le di las gracias y le dije que había sido un tío legal y todo eso. Porqué a mi si me dan una hostia, la devuelvo, pero hay que saber dar las gracias cuando alguien se enrolla. El respondió que estaba para ayudar, que con que todos ayudáramos un poco, otro gallo cantaría. Que razón llevas macho, le dije mientas me quedaba dormido.

A la mañana siguiente, cuando el mono me despertó, empezaba a oscurecer y él ya no estaba. Encontré algunas galletas en un armario y algo de leche. Me comí un par de las galletas y tiré la leche porque olía a mierda.

En una hora estaba en la esquina del City. El hijo puta del Meta y sus dos mariconas casi me hostian, pero como había mogollón de peña por las fiestas le convencí de que si me pasaba, hoy sacaría para lo de hoy y lo de ayer. Al final, mientras huela pasta siempre dice que si, aunque todavía me dijo que me cuidase. Anda y que se cuide tu puta madre.

Volvió a aparecer cuando la vieja se desmayó. Otra vez le veía perfectamente entre todas las formas que corrían. Se agacho sobre la pava y no se que cojones le hizo que se levantó y se fue o algo así. Me dijo que guardará el pincho y me ayudo a levantarme, aunque no recordaba haberme caído, la verdad.

En casa le dije que el Meta iba a darme la paliza de mi vida. O a rajarme. Que era un cobarde de mierda. Que si tuviera huevos a venir solo le iba a romper la jeta. Él dijo que a este mundo veníamos a pasarlas putas y que no llorase, así que supongo que estaba llorando, que él estaría allí.

Cuando me desperté había varías cajas de galletas y un par de tetrabricks de leche en la nevera. Tenía hambre, así que jalé y bebí ganso. Después me encaminé a la esquina del City. Tal vez el cabrón del Meta estuviera de buenas.

Los muy hijos de puta me estaban esperando, escondidos como perras; ni los vi venir. La primera hostia debió ser con una botella o algo. Cuando pude abrir un ojo, se acercaba, en medio del rojo de la sangre. No quería que viniera. Era un tío de palabra. Lo había dicho y allí estaba. Pero era buena gente. No se si me oyó gritar que se pirara pero el siguió acercándose.

Intenté levantarme cuando el Tracas saco la estaca, pero no podía ni respirar. El muy hijo de puta se la metió hasta el fondo, mientras los otros dos le remachaban la cara. De aquella no salía fijo. Pero a mi me seguía dando aquella sensación de tranquilidad, como la primera vez que lo vi en los Humedales, o en la calle las putas, o donde coño fuera.

Recuerdo haber ido al hospital, de alguna manera. Pero allí nadie me hacia puta caso. Debí encontrar su habitación solo. Y su cama estaba vacía. Estaba desecha y tenia manchones de sangre. Pero él no estaba.

Nadie me decía que había sido de él. Dos enfermeras no me dejaban pasar y luego llego el doctor, un chulo de mierda, que me decía todo subido que me metiera en la cama. Empuje y salí de allí corriendo. Me persiguieron un buen cacho, pero cuando empezamos a alejarnos del hospital se rajaron.

Joder, ¿qué habrá sido de él? Mira, no lo sé. Pero era un buen tío y se la jugó por mi. Paso de que tenga que volver a pasarlas putas por mi culpa. Dejar toda esta mierda, cambiar de aires… Si el salió de aquella, por mis cojones que yo salgo de esta.

19 marzo 2007

L’Ultima Notte del Condannato Vitriolo

ACTO IV

Cuadro 8º

En escena, Vitriolo languidece en el cepo. Las cuerdas, con protagonismo del violín, evocan su tristeza. Al amanecer se consumará su sentencia de muerte, lo que el amante teme suponga un inconveniente para su relación con Mariana.

- Vitriolo:
Prendido me hallo. Más no es mi vida lo que celo.
Sino de Mariana sus besos. De su pecho su calor.
Que prefiero mil infiernos a esta noche de agonía.
Sabiendo que al amanecer, he de perder su sonrisa.
Recuerdo con nitidez, y cada recuerdo es tortura.
Como aquella noche tan pura, no fue esa su postura.

Aparece la flauta anunciando la entrada de Mariana. La doncella se muestra azorada, por razones obvias, y desesperada cae a los pies de su amado cautivo:

- Mariana (pasa sí):
¡Oh, destino cruel que te llevas a mi amado!
- Vitriolo:
Más si me liberases podría seguir a tu lado...
- Mariana (para sí):
¿Por que a él que es de virtudes dechado?
- Vitriolo:
Me halagas más si pudieras echarme una mano...
- Mariana (para sí):
¡Valiente cual león! ¡Sin miedo a la muerte!
- Vitriolo:
Bueno, miedo no. Respetillo...
- Mariana (para sí):
¡Noble cual hidalgo viejo! ¡De rancio abolengo!
- Vitriolo:
Yo también me estoy acordando de tus muertos...
- Mariana (para sí):
¡Y guerrero incansable! ¡Jinete consumado!
- Vitriolo:
Me alegra ver que no lo habéis olvidado.
- Mariana (para sí):
¡Con larga lanza enbiste como toro!
- Vitriolo:
¡Si es que uno esta hecho todo un mozo!
- Mariana (para sí):
¡Y regresa al combate con fuerzas renovadas!
- Vitriolo:
Siempre digo que mejor más de una estocada.
- Mariana (para sí):
¡Hasta dejar al caballero enemigo exhausto!
- Vitriolo:
¡Oye que de caballeros yo no he probado!
- Mariana (para sí):
¡Por la diestra y por la siniestra!
¡Por delante y por detrás!
- Vitriolo:
Mira, mejor no sigas más.
- Mariana (para sí):
¡Casto y puro caballero Cristiano!
- Vitriolo:
¡Mariana, me cago en San Cipriano!

Mariana sale de su ensimismamiento ante el melancólico lamento de Vitriolo. El violonchelo toma protagonismo mientras el resto de instrumentos se apartan respetuosamente ante la entrada de La Muerte:

- La Muerte:
Ni amor ni virtudes os apartarán de mi.
Soy el mar al que todo río llega al fin.
- Vitriolo:
Amor o virtudes no se, tendríais que verme correr.
- Mariana:
Guardaos para el diablo vuestra lírica nefasta.
Tan noble caballero muere sin dar importancia.
- La Muerte:
No discuto su nobleza, ni vengo a dispensarme.
Ante muerte tan injusta, un último deseo a darle.
- Vitriolo:
Como bien dice Mariana, me doy poca importancia.
Tanto que no deseo haceros perder toda la mañana.
Liberadme del yugo que me retiene cautivo,
Y por mi no os ocupéis en al menos medio siglo.
- Mariana:
Ya habéis oído, muerte impasible, sus palabras de amor.
Ante cualquier deseo elige conmigo una última reunión.
- Vitriolo:
¡Me cago en el copón!
- La Muerte:
Aunque no tengo corazón, me conmueve vuestra pasión.
Sea pues lo que habéis pedido. Vuestra es la ocasión.

El chelo pierde protagonismo progresivamente mientras La Muerte se aparta hacia el fondo de la escena. Rápidamente la flauta crece en importancia desbancando a las cuerdas remanentes. Mariana se acerca henchida de amor hacia Vitriolo que la aguarda con cara de pocos amigos.

- Mariana:
¡Vivamos este momento intensamente, amado!
¡Olvidemos el presente, el futuro y el pasado!
- Vitriolo:
Fácil es decirlo cuando soy yo el que se va al foso.
Aunque dentro de lo malo echaremos un buen relación carnal.

El viento metal entra con fuerza al ritmo de "Paquito el Chocolatero" mientras Mariana comienza a desatarse el vestido. La Muerte puede adelantarse hacia el público e instarles a seguir el ritmo con palmadas y gritos secos y ostentosos --¡Eh! ¡Eh! Etc--.

NOTA: revisar esta parta antes de la representación ante Su Santidad.

Cuando Mariana este llegando a las últimas lanzadas, los metales callan repentinamente. Son sustituidos por un ritmo militar de la percusión sobre la que el viento madera ofrece una melodía de corte clerical. A este ritmo entran el Arzobispo Velázquez, el Conde Lorenzo y el paje de Su Eminencia, Montessori.

- Arzobispo:
Veanlo Dios y hombres que aun guardaban duda.
Incluso en cautiverio, cometiendo acción impura.
- Conde:
¡Y con mi propia hija! Doncella inocente y pura.
- Vitriolo (para si):
Más que inocente yo diría que es una buena meretriz.
- Mariana:
¡Padre cometéis gran atropello!
¡Vitriolo es noble hidalgo! ¡Vitriolo es hombre bueno!
- Conde:
Engañado os ha, aprovechando vuestra candidez.
¿A caso ignoráis que del Arzobispo hablo soez?
- Mariana:
¿Es eso cierto amado mio? ¿Habéis faltado al Arzobispo?
- Montessori:
Cierto es y yo lo suscribo. Tan cierto como lo he oído.
Que sin excusa ni razón, el nombre de su Eminencia
Con las gónadas mezcló, sin mostrar ninguna clemencia.
- Vitriolo:
¿No era suficiente razón que de su caballo la pezuña
tendido yo en el suelo, estuviera sobre mis turmas?
Le pedí con educación, en atención a sus blasones,
que por favor dejará de aplastarme los adminículos.
- Conde:
¡Delincuente y pecador, sin cabeza estará mejor!
Y tu casada con Montessori, que es buena relación.
- Montessori:
Joven sin deshojar. En mi lecho habréis de despertar.
- Vitriolo (entre carcajadas):
¡Esa si que es buena, pero que risa que me da!
- Conde:
Y el Arzobispo os unirá, cuando le proponga Cardenal.
- Vitriolo:
A uno nombran Cardenal, por pisarme la entrepierna.
Al otro, por chivato, le casan con la condesa.
Y yo que lo único que hice fue expresar posición,
Para que ellos ganen me llevan al paredón.

Todos los instrumentos callan salvo un redoble de percusión que anuncia la ejecución. Suena el teclado con la música de apertura de los informativos. El Escribano Sarracino aparece en escena:

- Sarracino (al público):
Por orden condal, a Vitriolo van a ejecutar.
Aunque no esta claro que se le pueda culpar.
Pues únicamente se prestó atención
a lo que Montessori dijo como versión.
- Conde (como para si, pero en alta voz):
Pareceme que es propicio el día para una ejecución.
Igual quiere el Altísimo que en su lugar haya dos.
- Sarracino (continuando donde lo dejó):
Y siendo Montessori hombre tan bien relacionado.
¿Como dudar nosotros de lo que ha declarado?

Un fuerte y prolongado rasgueo de violonchelo hace callar a los tambores. La Muerte regresa al centro de la escena:

- La Muerte:
Quien gana o quien pierde me es indiferente.
Al final todos acabareis ante La Muerte --golpe de timbales--.
Pero una promesa he hecho, por un final injusto
Y nadie en este mundo habrá de evitar el asunto.
Vitriolo y Mariana, como prometí a la susodicha,
tendrán, antes de la ejecución, su grato momento de dicha.
- Mariana (entre suspiros):
Gran sacrificio sera este.
Sea por hacerte justa muerte.
- Vitriolo:
Ya ven señores, me encantaría seguir charlando,
Pero entre manos tengo un asunto de mucho tacto.
- Conde:
No mientras corra por mis venas sangre de Los Lorenzo.
- Arzobispo:
No mientras defienda yo, del Señor sus mandamientos.
- Montessori:
No me jodan señores. Menos palabras y más movimiento.
- Arzobispo:
Llamad Montessori a vuestros compañeros del Convento.
- Vitriolo:
Más el Señor no tolera la violencia.
- Arzobispo:
Descuidad, luego yo los absuelvo.

La orquesta calla. El coro comienza a entonar un himno gregoriano. Tras los primeros compases, entran el bajo y la guitarra eléctricos sucesivamente, con ritmo y melodía de "gothic heavy". Los monjes del Convento entran en el escenario con gafas de sol y las manos en las mangas y se colocan detrás de Montessori quien observa arrogantemente a La Muerte con los brazos cruzados.

- La Muerte:
Ricos y pobres; fuertes y débiles; Cristianos y moros...
- Vitriolo:
Tía, dejate de poesía que te van a dejar echa unos zorros.

La Muerte chasquea los dedos. Tanto los instrumentos eléctricos como el coro callan ante el súbito golpe de música eléctrica. El DJ scratchea los discos mientras en escena aparecen un grupo de raperos en descomposición:

- Arzobispo:
¡Vade retro! ¡Belcebú nos envía raperos!
- Zombies (rimando):
¡Somos peor que raperos,
Somos zombies hip-hoperos!
- Montessori:
¿Son estas criaturas de Vitriolo aliadas?
¡Nada que no podamos exorcizar a patadas!
- Zombies (rimando):
¡Menuda panda de chaperos!
¡Id soltando los cerebros!

La orquesta comienza "fortissimo de flipare" con la pieza final acompañada por el coro, los instrumentos eléctricos y el DJ. Los monjes sacan nunchakus, sais y otras armas orientales de las mangas y se lanzan contra los zombies que cargan contra ellos con gesto voraz.

En medio del escenario se entabla una lucha a vida y no-muerte mientras las luces de discoteca, los lasers y la niebla artificial comienzan a llenar el auditorio.

NOTA: de ser posible, una bola de espejos gigante debe bajar rodando por el pasillo central entre las butacas.

El Conde Lorenzo, el Arzobispo Velázquez, Montessori, La Muerte y Sarracino se mantienen prudentemente alejados del tumulto y por tanto del centro de la escena y del cepo de Vitriolo.

Mariana aprovecha para liberarle y juntos hacen mutis por un extremo. Gradualmente, el acompañamiento musical va revirtiendo hacia "Paquito el Chocolatero" mientras el Conde, el Arzobispo, Montessori y Sarracino miran totalmente asombrados fuera del escenario, al lado por el que salieron Vitriolo y Mariana. La Muerte se adelanta majestuosamente al centro del escenario.

- La Muerte:
Disfruta bien Vitriolo, de lo último que has deseado.
Pues igual de implacable soy para cazar al condenado.

NOTA: casi mejor dejar correr la representación ante Su Santidad. Pensar una excusa.

12 marzo 2007

De Como el Dilema del Prisionero Anula el Liberalismo Económico

Hace algún tiempo ya, mi compañero y amigo Brenes trató de aplicar el Dilema del Prisionero a un caso real (en este post). En resumen su conclusión fue que la situación no se ajustaba al Dilema, por lo que resultaba imposible su aplicación.

Un resultado negativo no significa el fracaso de un razonamiento. Pero el reto de encontrar casos cotidianos y de actualidad que se ajusten al problema resulta estimulante y divertido.

De aquí a un tiempo, me da por cavilar sobre los errores de previsión que cometió Adam Smith en sus postulados sobre el liberalismo económico. En su Riqueza de Las Naciones el filósofo escoces presentaba un sistema económico que consideraba beneficioso para toda la sociedad y cuya capacidad de autoregulación lo hacia perfectamente posible.

Es bastante obvio que los actuales sistemas neoliberales no benefician a todos. Y no me refiero solo a las grandes diferencias sociales, nacionales o internacionales. Los mecanismos más básícos del liberalismo económico, en los que, en teoria, residen sus beneficios, se anulan en numerosas ocasiones incluso para las clases media y alta.

Principalmente me ocupa la facilidad con la que las grandes empresas son capaces de impedir la libertad de mercado. Y, en este ensayo en particular, me centraré en el pacto de precios. O de como el Dilema del Prisionero anula el liberalismo económico.

Como ejemplo, retornando así a las pretensiones originales del post, tomemos las compañias españolas de telefonía movil. A los pocos meses de haber aumentado al unisono sus tarifas como contramedida a la ley que las obliga a facturar en segundos.

Independientemente de esta subida en comunión, no es ningún secreto que las diferencias de facturación entre las tres empresas son mínimas. Si una de ellas iniciara una campaña de reducción significativa de precios lo más probable es que su cuota de mercado aumentase como la espuma.

¿Como es posible que una multinacional renuncie de esa manera a un aumento sustancial de beneficios que, tal vez, le permitiese aplastar a sus competidoras? Esto resultaba impensable para Smith. Pero atendiendo al Dilema del Prisionero, la cosa pinta de otra manera:

Aunque en España existan tres compañías de telefonía móvil, aplicaremos el Dilema de la forma clásica, esto es, solo a dos, a las que llamaremos Movifon y Orastar. Extrapolarlo a las tres podría ser interesante y, tal vez, digno de otro post. Si alguien lo hace, que me envíe un correo para vincularlo desde aquí.

En primer lugar, hay que definir las posibilidades de las compañías:

  • Iniciar reducción significativa de precios.
  • Mantener los precios.

Ahora, es posible construir la matriz de posibilidades:

Movifone \ OrastarReducir Precios (Competir)Mantener Precios (Cooperar)
Reducir Precios (Competir)Competencia (Desenlace 1)Ventaja Movifone (Desenlace 2)
Mantener Precios (Cooperar)Ventaja Orastar (Desenlace 2)Inmovilismo (Desenlace 3)

Finalmente, el paso más complicado consiste en valorar cada uno de los desenlaces posibles:

Desenlace 1
si ambas empresas optan por iniciar campañas de reducción de precios, ninguna de las dos obtendrá de forma inmediata un aumento en su cota de mercado ni, por tanto, en sus beneficios. A cambio introducirán una inestabilidad en el sistema que las hará vulnerables a la entrada de terceras compañías. -1 punto para cada una, por listas.
Desenlaces 2
si una de las empresas inicia primero la reducción de tarifas es posible que obtenga una jugosa ventaja inicial en la carrera de la competencia. Y en los foros de la materia se suele oír que este tipo de ventajas son muchas veces decisivas. +3 puntos para la empresa con iniciativa y -3 para su rival.
Desenlace 3
si ambas empresas deciden mantener los precios, ninguna conseguirá un aumento repentino en su cuota de mercado ni, por tanto, en sus beneficios. Pero es bien sabido que las empresas de telefonía móvil tienen otras técnicas de mercado y, de todas formas, no parece que las cosas les vayan tan mal. +2 puntos para cada una.

En este punto, y si se aceptan los razonamientos precedentes para la ordenación de los desenlaces, aun pueden surgir dudas respecto a los criterios empleados para determinar el valor cuantitativo de cada puesto.

Otorgarle a la empresa emprendedora en los desenlaces 2 solo un punto más sobre los recibidos por cada empresa si cooperan (+3 contra +2) puede parecer subestimar los beneficios que supone aplastar a la competencia.

Coincido en que desbancar a la empresa rival es un beneficio enorme, el darles tan baja puntuación de victoria es una forma de expresar lo arriesgado de dichos desenlaces. No olvidemos que, a diferencia del Dilema del Prisionero original, aquí los resultados finales no están tan claros: incluso comenzando la campaña de reducción de precios primero que tu rival, puedes no conseguir una ganancia de mercado tan sustancial, con lo que al final el desenlace 2 se habría convertido en el desenlace 1.

A la vista de las previsiones y cálculos precedentes, parece bastante sensata las postura de las compañías de móviles de mantener tarifas similares. Incluso sin necesidad de que exista un pacto implícito. Los beneficios de actuar de la forma que esperaría el Liberalismo no son suficientemente grandes, o son demasiado arriesgados.

En conclusión. Salvo (más que probable) error, parece que una de las estrategias más eficaces que tienen las grandes compañías de salir beneficiadas a costa de los consumidores no es explotando los aspectos más competitivos y deshumanizados del liberalismo económico. Todo lo contrario. Se trata de desmantelar sus mecanismos a través de la cooperación.

¿A alguien se le ocurre un ejemplo cotidiano, real y actual en el que el Dilema del Prisionero sirve para bien (de todos)? Si es así y lo cuelga en su blog o similar, que me lo comente para enlazarlo desde aquí. Y lo mismo para cualquier adicción, refutación o análisis del presente ensayo.

Yo, de momento, os dejo con este distendido post sobre el tema de otro compañero y amigo. Que no todo van a ser malas noticias y análisis de mercado.

19 febrero 2007

«Esos Días»

José se incorporó a por un vaso de agua. Al darse la vuelta vio con sobresalto que, en el centro de la habitación, otro chico le observaba:

- Hola. Soy tu menstruación.

José no reaccionó. El recién llegado, aunque vestido de rojo de pies a cabeza, era su vivo retrato:

- ¿Qué? - balbuceó.
- Que soy tu menstruación.

José se sentó de nuevo, aturdido.

- ¡Pero soy un chico! - articuló al fin.

José Menstruación le observaba negando condescendientemente con la cabeza:

- ¿Y eso qué tiene que ver?
- ¡Joer! ¡Pues todo! La Naturaleza...

La frase del muchacho fue interrumpida por un sonoro chasquido desaprobador de su interlocutor:

- La Naturaleza. ¡Por favor! Estamos en el siglo XXI. No debemos permitir que la naturaleza nos mantenga lastrados pata siempre.

José dudó atónito por unos instantes.

- Pero yo no noto nada...
- ¡Anda! ¿Y que quieres notar?
- Pues no sé... Las mujeres siempre dicen que estos días no son muy agradables. Y bueno, no soy un experto ni nada, pero creo que debería haber algo de sangre implicada...

Al expresar este último pensamiento, miró en rededor, temeroso de que otro «él» de rojo apareciese de la nada, armado con un cuchillo y decidido a mostrar a la Naturaleza lo avanzados que estaban en el siglo XXI.

Pero nadie más apareció. En su lugar, Menstruación respondió con toda naturalidad:

- Ah. Eso. Me temo que aun no hemos podido alcanzar tal grado de refinamiento.
- ¿No «han podido»? ¿Quienes?

La horrible idea de que pudiera haber más Josés Menstruación en alguna parte volvió a asaltarle con más fuerza.

- El Partido.
- ¿Lo qué?
- El Partido esta apostando por la igualdad de género como pilar fundamental para el desarrollo de nuestra sociedad.

José miro largamente a su interlocutor. Quién, por otro lado, no parecía tener prisa alguna.

La verdad es que nunca había estado demasiado interesado en política. Siempre había creído que no importaba. Las cosas seguirían igual. De haber sospechado, siquiera, que iban a enviarle a su regla hubiera prestado más atención. Quizás incluso hubiera habido alguna votación al respecto. O, al menos, alguna iniciativa en contra: yonovulo.com o algo así.

De todas formas, aquello era demasiado absurdo, incluso para la política nacional. José se aseguró en su silla y, con decisión, inició el debate:

- ¡Pero la regla es mala! ¡Harían mucho mejor en mitigar sus efectos en las mujeres!
- En absoluto. La menstruación es una parte de la identidad de la mujer. Es política reconocida de nuestro partido defender la preservación y fomento de este tipo de manifestaciones de la tradición y el ser popular.

Tratar de comprender algo de todo aquello hizo que José se removiera incómodo en su silla:

- Es decir, que no quieren mitigar la regla por que es un símbolo de identidad de la mujer; pero, para conseguir la igualdad entre sexos, van a ampliarla también a los tíos.
- Esa es nuestra propuesta.
- ¿¡Pero si también la padecemos nosotros, eso no afectará a su papel como forma de identidad femenina!?
- Creemos firmemente que el nuevo enfoque la dotará de mayor significado, erigiéndola como símbolo representativo de la sociedad a la que aspiran los principios del Partido.
- ¡Todos con regla!
- Precisamente.
- ¡Su madre!
- No te preocupes. El mal humor es muy habitual en tu estado.

José tomó unos instantes para calmarse que su menstruación aprovechó para sentarse tranquilamente en la cama.

- ¿Entonces vas a quedarte aquí toda la noche?
- Así es. De hecho estaré contigo unos días. Lo típico: algún golpe en el estómago; despertarte en mitad de la noche. Esa clase de cosas.

José cerro los ojos y suspiró. Durante unos instantes permaneció así. Finalmente, se levantó abatido, se acercó a la estantería y marcó tras coger el teléfono móvil:

- Cari... Si, soy yo... Veras, es que tengo un problema sobre el que necesito que me des algunos consejos... ¿Eh...? No, me temo que esta noche no va poder ser... Veras, es que estoy en «esos dias»...

13 febrero 2007

Días Normales

Por que no todo son días tristes.
Ni días alegres.
Tan solo días normales.

Días grises parcheados de sol.
De tren y trabajo.
De familia y amigos.

Días entre otros días.
Sumando semanas
que luego se olvidan.

Retirándose ante los días felices.
Alejando los tristes.
Conformando una vida.

Que quizás algún día,
triste o alegre,
recordaremos con melancolía.

30 enero 2007

La Revelación del Señor Urrutia (La Saga de Urrutia III)

El volumen de la música permitía a Marcos oírla desde la cocina donde fregaba los platos, siguiendo el ritmo, murmurando algunas frases de la letra. Por unos instantes no reparó en el timbre que acababa de sonar.

Se secó las manos mientras se encaminaba hacia el salón donde apago los altavoces. Y gritando «voy» se dirigió al recibidor.

Un tipo ya mayor, bajo y regordete, esperaba en el portal. Su impecable traje negro, aunque nuevo, no parecía ajustarse a su fisionomía. En la mano derecha, apoyado contra el pecho, un grueso libro negro con los cantos de las hojas dorados y una cruz en la portada. Y bajo su pegajoso flequillo, lacio y sudado, a su cansado rostro asomaba un leve matiz de sorpresa.

- Sera mejor que me vaya -dijo comenzando a dar la vuelta.

Marcos le detuvo con una mano sobre el hombre.

- No, quédese. Entre - añadió con una sonrisa.

El joven condujo al señor Urrutia hasta el salón donde le indico un sillón. Se abrió una cerveza tras la negativa de su invitado a tomar algo y él mismo se acomodó en una vieja silla con el asiento de mimbre.

- Usted dirá.
- No hay mucho que decir. Solo quería darle las gracias.

Por unos instantes, Marcos pudo advertir de nuevo el leve matiz de sorpresa en el cansado rostro de su interlocutor.

- No tiene por que darlas. Era mi trabajo.
- Veo que ha cambiado de ocupación.
- Más bien me han cambiado.
- ¿Qué quiere decir?
- Me despidieron.

Ángel Urrutia bajó ligeramente la cabeza. Marcos tomó un trago de su cerveza.

- ¿Que pasó?
- Concedí una Elucubración Retrospectiva adicional sin seguir los procedimientos establecidos.

Marcos se detuvo justo en el momento en que iba a contestar. Las palabras regresaron por su garganta cayendo pesadamente en su estomago.

- Joder... -articuló. Ha sido por mi culpa.
- No. Mi obligación como Asistente Personal de Elucubraciones Retrospectivas es conocer y seguir los procedimientos.

Marcos se dejó caer pesadamente en la silla. Tomó un largo trago de la cerveza e inclinó la cabeza hacia atrás mirando al techo.

- ¿No se ha planteado alguna vez si detrás de todo hay un sentido?

El joven salió de su ensimismamiento para mirar a Urrutia, quien le interrogaba, impasible, desde el sillón.

- Quizás gastemos demasiadas energías en tratar de convencernos de que lo que nos indica nuestro corazón es falso.
- ¿De que me habla?
- Le hablo de la respuesta a todo señor Gutiérrez. La palabra de Dios.

Marcos meneó la cabeza confundido por unos instantes. Luego, reparó en el libro que Ángel Urrutia sostenía sobre su regazo.

- ¡Ah!

Dijo comprendiendo de pronto. Y, señalando el grueso tomo, añadió:

- Me habla de la movida esa.
- Es mi trabajo ahora. Fe es el único sitio donde a uno le contratan después de un despido. Y si el despido es como el mio, te dan los peores puestos.
- Pues me parece muy injusto. No se como ira el royo ese de los procedimientos y demás donde quiera que trabaje. Pero si el trabajo da buenos resultados, no deberían tomar una medida tan drástica.
- Los resultados no importan. Los procedimientos se crearon, precisamente, para evitar tener que preocuparse por los resultados.
- ¡Menuda gilipollez!

Marcos se levantó a recorrer el salón con grandes pasos. Urrutia, impasible, le miraba desde su sillón.

- El Señor tiene sus propias maneras. Luchamos insensatamente contra sus designios cuando deberíamos apoyarnos en ellos.
- ¡Venga hombre! ¡No me joda!

Y dejó la cerveza sobre el mueble con un sonoro golpe.

- Miré, lo siento. Probablemente le parezca maleducado, o algo. ¡Pero esto es ridículo!

De dos pasos, volvió a su silla y se sentó reclinado hacia Urrutia, mirándole fijamente. Este, por su parte, mantenía la misma expresión de apático cansancio.

- Cuando me vino a visitar la otra vez, estaba bastante jodido. Y no sabia por qué. Y la verdad es que cuando se fue, las cosas no habían mejorado demasiado.
» A fin de cuentas, si cualquier desenlace era posible habiendo hablado con la chica, lo mismo ocurría con la opción de no haber hablado con ella. Si me sentía mal era tan solo por que fuera como fuese, las cosas no habían salido a mi gusto. Yo no tenia ningún control.

Al llegar a este punto, parte de la decisión de Marcos se convirtió en euforia.

- ¡Pero es ahí donde me equivocaba! ¡Yo si que tenia algún control! No en el desenlace, que podía ser cualquiera, pero al menos en mis propios actos. Y era eso lo que me jodia: que la decisión de no presentarme a aquella chica no la había tomado libremente, sino condicionado por el miedo. ¡Coño! ¡Para lo poco que puedo controlar y me acojono!

Ángel Urrutia levantó la cabeza para mirar al muchacho que ahora le sonreía.

- ¿Yo le enseñé eso?
- Desde luego sus Reflexiones Retrospectivas, o lo que sean, ayudaron.
- Los resultados fueron buenos.
- Excelente diría yo.
- Pero los resultados no...
- ¡A la mierda! -le interrumpió el chico. Mire, no tengo ni la más remota idea de en que trabaja usted. Pero me niego a creer que algo tan grande no sirva para nada.
- Sigue los procedimientos.
- Los procedimientos tienen que venir de algún sitio.
- Nadie lo sabe.
- A juzgar por como lo tienen montado, seguro que hay procedimientos para llegar al origen de los procedimientos.

Marcos sonrió aun más con la broma. Pero el señor Urrutia parecía tomársela más seriamente.

- Eso tiene sentido.
- Solo necesita bucear por ellos. Como en las pelis de abogados.

Durante unos segundos Urrutia no dijo nada más. Permaneció sentado en el sillón, mirando, sin verlo, al joven que le acompañaba.

Y por quinta y última vez en toda su vida, el señor Don Ángel Urrutia dio señales de un sentimiento que no era ni cansancio ni hastío. Don Ángel Urrutia sonrió.

- Tengo un plan.

20 enero 2007

Sueños: Aquella Chica

Hoy soñé con ella.
Me pasó de largo.
Y aunque había ganado,
lloraba.

De nuevo la dejé pasar.
Entró en un local.
Y aunque me prometí volver,
desperté.

 

04 enero 2007

Melancolía

Contemplando el infinito vacío del cielo,
tumbado en el yermo de mi existencia.
Observo el paso del tiempo,
inerte y pesado como una roca.

Cargando el corazón con cada segundo que pasa,
escribo lo que creo indescriptible.
Incapaz mi mente atrofiada
de ir mas allá de estas cuatro paredes.

Asustada, quizás, por lo que pueda haber fuera.
Temerosa, tal vez, de lo que seguro hay dentro.
Cayendo, así, en el delirio.

Dudando si es yermo infinito o habitación enclaustrada;
si soy roca inerte o corazón pesado;
entre temer lo de fuera o lo de dentro.
Creyendo, tan solo, en el paso del tiempo.