26 octubre 2006

Trip to London - Day 1

Este es el diario del pequeño viaje a Londres que realicé del 22 al 26 de Octubre del 2006 con mi amigo Javier. Escrito durante la travesía, aunque corregido en trascripción y publicación. Espero que lo encontréis interesante o, al menos, divertido. Sino ambas.


Nota:

Escribo estas líneas en el tren que va desde la estación de Liverpool Street hasta el aeropuerto de Stansted --unos 45 min.-- para volver a España. No encontré libreta de mi agrado el primer día.

Por cierto, que eso de escribir en el tren queda muy a lo explorador colonial, pero no veáis lo que cuesta...


No recuerdo ningún incidente reseñable del viaje hasta la Gran Bretaña. El despegue fue casi puntual y el vuelo cómodo y ameno. Además, la tan cacareada seguridad a la que Inglaterra se supone que esta sometiendo a todos los vuelos que la incumben no fue nada especial. Como cualquier otro viaje en avión.

El vuelo partía a la inadecuada hora de las 3:15 p.m. con lo que nuestra última comida en tierra ibérica fue el desayuno. Una vez en el aeropuerto de Stansted pudimos hacernos con una chocolatina con caramelo --para ambos. Fue lo único que mis escasos fondos en moneda inglesa nos permitieron, pero la verdad es que estaba buena. De hecho la recuerdo como todo un manjar. Quizás estábamos llevando lo de viajar barato demasiado lejos.

Salimos del aeropuerto tras descubrir que de los grifos de los baños solo manaba agua caliente. Bonito detalle autóctono, tal cual como si te measen en las manos. Y cogimos el tren para Londres. No sin que antes uno de los asistentes de la estación tuviera que venir en nuestro socorro al ver que éramos incapaces de usar la máquina de billetes. Afortunadamente se podían comprar en el propio tren.

La campiña inglesa que se fugaba tras las ventanas del tren no era demasiado diferente de las tierras de Asturias. Solo los pequeños detalles, como algunas plantas no familiares o las numerosas lagunas, delataban nuestra migración. Bueno, eso y que un tipo negro pasase con un carrito ofreciendo comida y bebida. De todas formas, la sensación de estar en un país extranjero era extraña y agradable.

Ya en la estación de Liverpool Street nos encontramos por primera vez con el metro. Habíamos comentado con el hermano de Javi, en el aeropuerto antes de partir, que los precios del metro londinense no podían ser mucho más altos que los del de Madrid, que nosotros tasábamos en sobre 1€. No podíamos estar más equivocados. Un viaje por el sector más interior costaba la friolera de ₤3 y cada sector añadía ₤1 más al precio. Así que nos hicimos con una abono semanal que, por ₤22 nos dejaba viajar libremente por los dos primeros sectores e incluso usar el bus. La verdad es que se amortizó solo. Pero supuso nuestro primer encontronazo con el carísimo Londres. Temí que lo de alimentarme a chocolatinas no fuera a ser algo anecdótico.

Nos encontramos con Ana --una amiga de Javi que vivía en Londres-- en la parada de Notting Hill Gate y ella nos sirvió de guía hasta nuestro hotel, el Comfort Inn Bayswater.

Para respaldar la estancia, el hotel necesitaba una tarjeta de crédito. Dos días antes de nuestra partida, un cajero se había tragado la de Javi, de modo y manera que no le quedó otra que entregar la debito de Cajastur.

La cara de lata de atún que se nos quedó a los tres cuando nuestro recepcionista nos dijo que no funcionaba, era de las de 1Kg. Por mi parte, no gasto tarjeta de crédito, y la de débito es también una Euro 6000 Maestro de Cajastur. Y a Ana le habían robado el bolso hacia unos días y gracias si tenia el DNI.

Yo ya nos estaba viendo trabajando en los puertos del Támesis como estibadores rumanos cuando ocurrió el milagro. El recepcionista fue capaz de hacer funcionar la tarjeta. O tal vez tuvo una visión mística en la que Javi y yo moríamos cubiertos por la nieve en Hide Park tras quemar nuestra última cerilla e hizo la vista gorda. Fuera como fuese, estábamos instalado.

La habitación estaba bien. Un ambiente muy británico con un tamaño muy japonés. De hecho, Javi y yo no cabíamos en ningún espacio libre al mismo tiempo. Javi aseguró que el ancho de la cama era menor que el de sus hombros, pero eso ya es invención de su ego. De lo que si estaba bien surtida era de auto servicios, tanto de té y café, como espirituales: una Biblia anglicana esperaba a aquellos que buscasen consuelo --no de "ese" tipo de "consuelo".

Que Londres tiene una hora menos que la Península Ibérica resulta anecdótico. El verdadero cambio esta en las horas de oscuridad. A las 6:30 p.m. ya es noche cerrada y las 8:00 p.m. la gente se las toma como si fueran las diez o las once. Estábamos tan descolocados que me pasé toda la tarde pensando que era de madrugada.

De tal forma que cuando salimos del hotel no había mucho más que hacer en la ciudad que ir de cervezas --obviando los lujos del mundo del espectáculo, claro--. Ana nos llevó al Black Lion, que se convirtió en nuestro refugio espiritual --con todos mis respetos a nuestra Biblia en el hotel-- donde nos tomamos una pinta. Se trataba del clásico pub ingles con quince caños de cerveza, moqueta e incluso sofás de orejas.

Ya, para finalizar el día, la media chocolatina de la comida comenzaba a dejar hueco y decidimos ir a cenar. Tomamos una pizza de ingrediente desconocido y nos regalaron una rama de romero al preguntar que era eso de «rosemari». No estuvo mal para rematar la noche y comenzar nuestra estancia londinense.

21 octubre 2006

El Mulo del Alcalde

Había en la plaza un mulo
que causaba gran alboroto.
Cortado tenía el camino
como si el andar tuviera roto.

Con muchas voces y esfuerzo,
todos intentaban moverlo.
Guarda, mercader o labriego
fracasaron el intento.

«Busque el Alcalde arreglo»
propusieron en el pueblo.
Y fueron corriendo a traerlo
para que ideara invento.

Decidido el funcionario
tomo sobre el animal asiento
y con golpe y voz de mando
púsolo en movimiento.

Asustado el pobre mulo
a la multitud enbistió
y al marcarle retroceso
la mercancía arrojó.

Aquí golpe allá porrazo
así estuvo un rato largo,
Maltratando ora un niño,
ora de un puesto su cargo.

Y como veíase descontento,
que acabara en alboroto,
del Alcalde, su lacayo
gritaba con cuello roto:

- No es mi Señor motivo
de este gran descoloco.
Que ha sido solo el mulo
quien todo esto ha roto.

Al oír este discurso
ya por cuarta ocasión,
un dolorido labriego
al lacayo contestó:

- ¿El animal el malo?
¡Válgama Dios y el cielo!
A ver si consigue alguno
que del alcalde se baje el mulo.

Bien la chanza se festejó
por casi todo el poblado.
Más el Alcalde descontento
hizo prender al citado.

Por el Juez fue preguntado
como aquello había osado.
Y muy bien sin entenderlo
el labriego contestado:

- ¿Pues no decía el lacayo
que era la culpa del mulo?
El jinete era el motivo
luego debía ser el mulo.
El animal de debajo
solo restábale ser uno.

Razonado de este modo,
más el Alcalde enfureció
y dio directa la orden
que a prisión lo llevó.

Pero encerrado el labriego
su pensamiento no cambió.
Jinete la culpa tuvo
el lacayo mulo le llamó.