Las noches de Transilvania nunca son claras. Al menos no según las medidas del resto del viejo continente. Sin embargo, para los lugareños, aquella era una bonita y luminosa noche.
O así fue hasta que negras nubes comenzaron a surgir de las sombras, alimentándose de ellas, extendiéndolas como un incendio de oscuridad que no deja a su paso más que el desolador silencio que provoca el recuerdo de lo que hubo y ya no hay.
Sin embargo, las nubes no auguran el estrépito y la furia de la tormenta. Ni el frescor y el llanto de la lluvia. Los negros jirones de vapor solo traen silencio, sombras y terror.
El Doctor esta demasiado ocupado para atender a insignificantes cambios climáticos, por muy aterradores o cinematográficos que estos sean. Su cabeza trabaja en tantos planos como grupos de elementos hay en su escritorio, mientras que su cuerpo intenta alcanzar la omnipresencia local en la reducida habitación que llama laboratorio.
Los aparatos tintinean, gotean, burbujean, silban, chisporrotean, humean, atrayendo toda la atención del científico, lo que le impide percatarse del ejército de alimañas que se acumulan abajo, en la calle, o del aullido de los lobos en los muros de la ciudad.
Sin embargo, toda concentración tiene un límite, y la del Doctor llega al suyo cuando el cerrojo de la ventana salta para dejar que sus hojas bailen alocadamente con el viento, una danza juvenil, a veces furiosa y, sobre todo, molesta.
El sabio se acerca murmurando hacia las causantes de la distracción, preguntándose por qué cosas tan banales se empeñan en distraerle una y otra vez. Y con este pensamiento, echa el cierre, devolviendo la habitación al alejado plano de existencia en el que se encontraba hace unos momentos.
Sin embargo, algo ha cambiado. Las luces son más tenues, asemejando velas tras una cortina. Los aparatos, aunque mantienen su incesante actividad, parecen hacerlo cansada y monótonamente. Y el ambiente, antes cálido (demasiado cálido) parece haberse cargado ahora de un aire frío y cortante.
Y lo que es peor, lo más alarmante de todo, el Doctor ha perdido las ganas de seguir trabajando y la capacidad de concentración:
- Vamos, Sr. Conde, salga de una vez. ¿Cuantas veces vamos a tener que pasar por esto?
- Veo que sigue tan perspicaz como siempre, Doctor.
- Oh bueno. Nubes negras cubren el cielo; los lobos y los gusanos invaden la ciudad; las luces parecen “velas tras una cortina”… ¿Sabe? No puede estar montando el mismo numerito durante setecientos años y esperar que nadie le reconozca por él. Y menos después de salir en varias películas.
- Y veo que también sigue tan mordaz como siempre. Como ya le he dicho, le agradecería que no tocase el tema de mis representaciones cinematográficas.
- Esta bien, como desee. ¿Y a que ha venido esta vez?
- Vamos, vamos, Doctor, debería mostrarse un poco más cortes con los invitados.
- Usted, Sr. Conde, ha entrado sin ser invitado, y no acostumbro a ser educado con los de su especie.
- Dejemos a los banqueros fuera de esto.
- Como quiera. ¿Desea una taza de té?
- Eso esta mucho mejor, ¿ve? Pero me temo que debo rehusar. No bebo.
- Ya. No bebe, que cara… Creo que yo si que me tomare una.
No sin esfuerzo, el Doctor abandona su sitio, percatándose de que, hasta entonces, había estado prácticamente conteniendo la respiración. La mirada del Conde pesa, y el camino hasta la bandeja con la vieja tetera de latón se hace costoso y largo. Finalmente, el Doctor se sienta cerca de su escritorio con una taza de té entre las manos.
- Repetiré mi pregunta, Sr. Conde, ¿Cuál es esta vez el motivo de su visita?
- Muy bien lo sabe usted amigo mío.
- A lo de siempre, vamos…
- ¿Aun mantiene su empecinado escepticismo hacia mi actitud?
- Perdóneme si miro con malos ojos que, cuando se le antoja, venga a robarme mi ciencia en forma de suero sanguíneo.
- Tranquilícese amigo. La ira no le hará ningún bien. ¿Robar? ¿Por qué robar? ¿A caso roba Usted cuando lee todos esos viejos manuscritos?
- Algunos de esos “viejos” manuscritos, son más jóvenes que usted. Y sabe perfectamente que no es lo mismo. En los libros están los resultados obtenidos por compañeros que, antes que yo, trabajaron para encontrar respuestas. Solo son datos, teorías. Sin ningún valor sin una mente que les de forma. Con mi sangre, sabe perfectamente que se lleva parte de mi ingenio, de mi ser.
- Quizás, ¿pero a caso no estoy haciendo progresos? Mi obra esta casi completa.
- ¡No es su obra, maldita sea, sino la mía!
La mente analítica del Doctor, adormecida por la atmósfera de muerte del vampiro, retorna a la vida consciente por unos segundos, los suficientes para analizar todo lo sucedido, solo que demasiado tarde para poder evitarlo: una taza en el suelo, un dedo acusador, unos ojos negros, profundos y evocadores como un nicho, un fogonazo instantáneo, un hedor a putrefacción y un aliento en la nuca tan frío, que se clava por la columna como una aguja de escarcha.
- No sea insensato Doctor, lo suyo es la ciencia, no las heroicidades. ¿Cómo una mente científica como la suya puede ser tan cerrada? Con su ingenio y mi inmortalidad, conseguiré lo que nadie ha conseguido jamás. Su espíritu y mis conocimientos darán luz a trabajos con los que ningún ser de este planeta ha siquiera osado soñar, ¿acaso no ve las posibilidades?
- En la ciencia no pueden hacerse trampas Sr. Conde. Disfrute si quiere de su pequeño pasatiempo de genio, pero “su” trabajo, “sus” inventos, todo ello, no serán más que una sombra de lo que yo soy. Y dentro de algún tiempo, quizás de mucho, cuando vuelva su centenaria vista atrás, verá que el resultado de todo esto solo ha sido colmar un vacío momentáneo. Los verdaderos conocimientos, están vedados para usted.
El dolor dura apenas unos segundos, seguidos de algo de placer y un gran abatimiento, tras el cual, la estancia recupera sus luces, sus sonidos y su atmósfera de trabajo.
El Doctor se levanta agotado, como si no hubiera probado bocado en diez días. Mira a su alrededor para asegurarse de que su molesto visitante se ha ido. Sabe perfectamente que, si él quisiera, podría seguir allí sin llamar su atención. Pero también sabe que tiene lo que quería y que no volverá en algún tiempo.
Instintivamente mira a su mano izquierda, que aun sostiene la pequeña esfera violeta que saco de su bata. Suspira, y vuelve a guardar la bengala de rayos ultra-violeta en su bolsillo: “él ya esta muerto”.
17 junio 2004
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2 comentarios:
Por un momento llegue a pensar que se trataba de la precuela de "Van Helsing"... menos mal que no fue asi...
Extraño relato pero divertido en ocasiones...
NAcho
No sé por qué pero con el rollo del Vampiro chupa-conocimientos y el científico altruísta que cree q el conocimiento es pa tol mundo se me ha venido Microsoft a la cabeza ;-).
Muy bueno el relato.
*Fer*
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