29 junio 2004

Juan P. - Escena II

Juan respiró profundamente durante unos instantes para calmarse. Pero él ya no quería calmarse. Había iniciado todo aquel jaleo por que ellos le habían obligado. Solo había pedido un médico y se lo negaron. Pues ahora estaba decidido a no salir de aquel edificio hasta que el trámite que había venido a hacer no estuviera completo y solo si el destino era un hospital.

En la calle, la cacofonía de numerosas sirenas había llegado hasta la entrada del edificio, para detenerse junto con el chirriar de muchos coches y un sin fin de abrir y cerrar de puertas. Después, una voz metalizada procedente del exterior inundo el edificio:

- Le habla el Sargento Ruiz, de la Policía Nacional. No queremos que haya ningún herido, incluido Vd., de manera que vamos a tranquilizarnos y a hablar del asunto. Mis hombres están buscando el número de teléfono del edificio en la guía, en cuanto lo encuentren, le llamaremos.

Juan escuchó atentamente la chirriante voz del Sargento de Policía. Una vez esta se hubo silenciado, se dirigió de nuevo a la ventanilla, apoyándose costosamente en la silla. Cuando llegó, levanto la cabeza y vio que el hueco en el cristal estaba vacío, así que llamo a la señorita de sonrisa ligera con voz fuerte y clara:

- ¿Qué desea?- respondió la asustada mujer, ahora sin ningún tipo de sonrisa en su boca.
- Supongo que no le importará que me salte la cola, ¿verdad? – preguntó Juan socarronamente.
- No, no, por supuesto que no Sr. Pérez.
- De acuerdo entonces. Quiero esto – y Juan dejó su hoja de papel sobre el mostrador.
- Bueno vera – la muchacha dudó por unos instantes -. Esto no va a poder ser.
- ¿Como? – Preguntó Juan enfurecido, golpeando el suelo con la silla.

La señorita de la ventanilla profirió un leve chillido de pánico. Juan levantó la cabeza, aunque a duras penas podía ver por encima de la barbilla de la funcionaria, que volvió a hablar con un hilo de voz:

- Es que para esto se necesita la firma del Sr. Delegado de Asuntos Europeos.
- ¿Y donde está? – preguntó Juan con impaciencia.
- Bueno, ahora mismo se encuentra en Berlín, encargándose de unos asuntos. Es por lo de la Unión Europea, ¿sabe?
- Ya bueno – respondió Juan más impaciente todavía -. Y cuando él no esta, ¿quién se ocupa de sus asuntos aquí?
- Pues el Sr. Subdelegado de Asuntos Europeos.
- ¿Y ese donde está?
- Pues también esta en Berlín – la mujer retuvo el aliento unos segundos, como esperando la reacción de Juan -. Sustituyendo al Sr. Delegado de Asuntos Europeos.
- ¿Pero eso no estaba ya en Berlín ocupándose del asunto? – la impaciencia de Juan comenzaba a tornarse ira.
- Si, pero se tuvo que volver, para ocuparse de unos asuntos aquí.
- ¿Entonces esta o no esta aquí? – y la ira, a su vez dio paso a la desesperación.
- No, por que esta misma mañana ha vuelto a Berlín. Cuando llegue, enviara de vuelta al Sr. Subdelegado.
- Y cuando no hay Delegado ni Subdelegado, ¿Quién lleva los asuntos de ambos? – la desesperación se convirtió en frustración.
- El Sr. Superintendente de Asuntos Europeos.
- Y ese ¿donde esta?
- Pues también en Berlín. Es que el Ministerio pagaba otro viaje más, y era una pena desperdiciarlo.
- ¡Es que no hay nadie aquí que pueda firmarme esto! – Y finalmente, la frustración dejó paso al odio.
- Supongo que el Sr. Intendente de Asuntos Europeos podría. Pero cuando Vd. tomó el edificio, el estaba fuera tomando el café.

Juan escucho salir de su boca improperios que ni siquiera él sabia que conocía, mientras la mujer de la ventanilla volvía a tirarse al suelo presa del pánico.

Ahora no solo estaba furioso, sino que acaban de recordarle que no había desayunado, con lo que también estaba hambriento. Y para colmo, tendría que pedirle al Sargento Ruiz que le trajese, además de a un médico, al Intendente de Asuntos Europeos, lo cual complicaba aun más el asunto.

Y como si supiera que estaban pensando en él, la distorsionada voz del Sargento de Policía, volvió a surgir del megáfono desde fuera del edifico:

- Oiga, tranquilícese. No nos hemos olvidado de Vd. ni nada así. Es que al ir a llamarle, la telefonista nos dijo que para pasar una llamada directa tenia que hablar con el Delegado de Asuntos Europeos, o algo así, que no se donde esta, pero no esta aquí. Así que nos esta llevando algo más de tiempo. A lo mejor le tiramos un teléfono móvil por la puerta y nos sale más a cuento. Mientras tanto, ¿por que no le echa un ojo a las noticias? Están hablando del follón este que ha montado. Yo soy el del megáfono azul. Le mantendré informado.

A Juan todo esto comenzaba a parecerle ridículo. Cerró los ojos durante unos instantes y vio como las desagradables criaturas verdes bebían y bailaban por todo el castillo, meando en las esquinas y pegándose entre ellas. Cuando la imagen dejo de resultarle divertida, decidió que lo de la televisión tal vez no fuera mala idea.

Juan se acercó de nuevo a la ventanilla y llamo a la señorita, que, tras unos segundos, le respondió desde encima de su nuca:

- ¿Qué desea?
- ¿Podría ponerme un televisor en el suelo con la pantalla mirando hacia arriba?

La muchacha asintió levemente y unos minutos después, empujaba un receptor de televisión debajo de la cara de Juan, mientras le explicaba el funcionamiento básico del aparato.

Juan, encendió el televisor y puso una cadena al azar. Un hombre vestido de Policía Nacional hablaba a una gran bola roja de terciopelo. Parecía tener algún tipo de rango y llevaba un megáfono azul en la mano derecha. Hablaba con aire suficiente y profesional:

- De momento, no podemos actuar hasta no tener más datos sobre la silla que utiliza el secuestrador. No sabemos ni su material, ni el número de patas que tiene, aunque suponemos que tiene respaldo, y eso ya es un gran avance. Hemos infiltrado a un hombre por la ventana de un baño para que nos de información concreta y en estos momentos debe estar en el pasillo oeste en…

Juan no esperó a que el Sargento terminase la frase. Rápidamente, abandonó el televisor y se dirigió al pasillo oeste, donde, detrás de una maceta, descubrió a un agente de policía agazapado, vigilando a través de las hojas de la planta, con un auricular en la oreja que se prolongaba en un micrófono hasta la boca.

Un fuerte golpe de la silla contra el suelo sacó al agente de su estado de concentración. El hombre miro a Juan, pálido, y comenzó a levantar lentamente las manos. Hablo con tono tranquilizador:

- No voy armado.
- No me haga reír – respondió Juan ácidamente -. ¿Qué clase de estúpido introduce a un topo desarmado en un secuestro?
- El Sargento Ruiz opina que un infiltrado armado esta pidiendo a gritos que se le mate si es detectado.

Juan elevo los ojos a la pared que tenia enfrente, y tras arrebatarle el auricular al agente, le indicó que se reuniese con el resto de rehenes en el recibidor. A continuación, se colocó el aparato de comunicaciones en la oreja, recibiendo la voz profesional y autosuficiente del Sargento Ruiz:

- Agente Lázaro, Agente Lázaro, ¿me copia?
- Nada de Lázaro, Sargento, soy Juan.

El auricular permaneció mudo durante varios segundos, mientras Juan volvía al recibidor donde Lázaro ya se había acostado con los brazos sobre la nuca. Finalmente, un ligero zumbido indico que el auricular volvía a emitir:

- ¿Qué Juan?
- ¡Bautista, no te jode! ¡Soy el secuestrador!
- ¡Oh! Claro, claro, ¿quién sino? Ha sido muy hábil descubriendo a mi agente infiltrado.
- Vd. mismo me advirtió en las noticias.
- ¿Me vio en las noticias? ¿Cree que a mis superiores les habré parecido profesional?
- Lo que no creo que les parezca muy profesional es lo de haber perdido a su topo.
- Ya bueno. Pero al menos estoy a punto de solucionar lo de la comunicación – la voz del Sargento Ruiz sonaba decidida y orgullosa.
- ¿Y no cree que eso ya esta solucionado, Sargento?

El Sargento pareció dudar unos instantes.

- Si, ahora que lo dice si. Mejor, algo menos de que preocuparse. De acuerdo. Vd., siga un rato viendo la tele, mientras yo voy a buscar al negociador, ¿le parece?
- De acuerdo.
- Corto.

Juan no daba crédito a todo lo que estaba sucediendo. Lo único que quería era que le resolviesen un pequeño trámite y le diesen un calmante para la espalda. Y para conseguirlo, había tenido que secuestrar un edificio de la Administración Pública y ahora las noticias estaban hablando de él. Estaba claro que había algo que no funcionaba.

CONTINUARÁ…

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