22 junio 2004

El Caso de los Holgado - Parte IV

El Dr. Varela estudia el estado de la Inspectora Salgado con aire profesional y ella hace lo propio. El hombre, parece mayor para su edad. Su rostro pálido y su demacrada figura, presentan un fuerte contraste con sus oscuros cabellos y sus profundos y despiertos ojos. Su amable voz vuelve a escucharse en la estancia:

- Yo creo que no se encuentra tan perfectamente – comenta en un tono conciliador y tranquilo.
- Estoy bien, no se preocupe, es solo el peso de la investigación. Vd. es el último sospechoso que me queda por interrogar para terminar la ronda. Después me tomare un descanso.
- Esta bien, como quiera. ¿Me siento?
- Si, por favor, póngase cómodo.

El doctor se sienta calmadamente en la silla, durante un breve instante se toca pensativo la barbilla, y toma la palabra:

- Las cosas no pintan bien para mi, ¿verdad?
- No entiendo a que se refiere – responde la Inspectora Salgado bastante sorprendida por esta toma de iniciativa por parte de su interlocutor.
- Bueno. Tanto mis malas relaciones con Alba, como mi actual escasez de efectivo son bien conocidas. Y justo la noche que paso aquí, la Señora Holgado es asesinada empleando una complicada técnica de acupuntura que muchos de los mejores médicos tendrían problemas para usar con éxito.
- Ya que lo presenta de ese modo, no le mentiré. Ciertamente Vd. es mi principal sospechoso.
- ¿Y que se supone que gano yo con el asesinato de Alba?
- ¿No va a decírmelo?
- Nada, no gano nada. Cierto que las cosas me van mal. Pero que yo sepa, los muertos no dan dinero. Además, si el negocio que tengo entre mano sale adelante, mi futuro quedará asegurado.
- ¿Negocio? ¿De que negocio se trata?
- Es una idea comercial revolucionaria. Los detalles serian largos de explicar, y yo tampoco los entiendo muy bien, pues la economía nunca ha sido mi fuerte. En general se trata del desarrollo de productos manufacturados a muy bajo coste, instalando las fábricas en países orientales poco desarrollados.
- Ya veo, suena interesante. Pero también suena caro. ¿De donde tiene pensado sacar el capital inicial?
- ¿No se lo ha comentado Enrique?
- El Señor Holgado solo me dijo que le había invitado a Vd. por razones de negocios. ¿Tenia pensado que fuese él quien le prestase el capital?
- ¡Oh, no, ni mucho menos! La fortuna Holgado ya no es ni remotamente lo que era. A duras penas aporta lo suficiente para soportar a una familia acomodada. Dudo que Enrique pudiera aportar todo el capital necesario.
- ¿Entonces?
- Confiaba en que pudiera ponerme en contacto con algunos de sus amigos. Ya sabe, altos empresarios y políticos. Siguiendo las recomendaciones de mi asesor, tenia pensado fundar una sociedad de accionistas.
- ¿Asesor? Eso explica como alguien con tan pocos conocimientos de economía como Vd. dice tener, puede haberse embarcado en un proyecto así. Sin embargo, los asesores suelen costar bastante, ¿Cómo puede permitírselo en su actual estado?
- Realmente no puedo. Pero este asesor fue una recomendación de Enrique. Por lo visto son viejos amigos o algo así, y acepto asesorar el proyecto a cambio de ciertos beneficios en el mismo.
- ¿Como por ejemplo…?
- Bueno, tiene un cierto porcentaje de las acciones, y algunos cargos ejecutivos importantes.
- Me gustaría hablar con él.
- Lo intentare, pero será difícil, ni siquiera yo le he visto. Nos mantenemos en contacto por carta.
- Comprendo. De manera que el Señor Holgado no sabe nada de su proyecto.
- Nada en absoluto. De hecho, tenia pensado contárselo esta noche y el insistió en posponerlo hasta mañana.
- ¿Qué relación tiene Vd. con Jaime Holgado?
- ¿El chico? La verdad es que no me agrada demasiado. A algunos nos ha costado mucho labrarnos un porvenir, y en cambio ese joven no hace más que zanganear. Su padre, a pesar de tener el futuro solucionado, era trabajador y un gran estudiante. ¿Qué tiene que ver esto con el caso?
- Pregunta rutinaria. El método dicta conocer las relaciones entre todos los sospechosos.
- Entiendo.
- Bueno, creo que ya hemos terminado. Ha sido Vd. de gran ayuda.
- Ha sido un placer. Todo por demostrar mi inocencia.

El doctor se levanta y se peina instintivamente el flequillo, que rápidamente vuelve a caer sobre su frente. Se apoya con los puños en el borde del escritorio ante el que hace un instante estaba sentado, y tras bajar la cabeza como para meditar algo, levanta la vista hacia la Inspectora, que ha observado toda la escena con paciencia analítica:

- Yo no la mate. Es cierto que odiaba a esa bruja pero, ¿cree de verdad que seria tan estúpido como para asesinarla empleando una técnica medica compleja? Si hubiese querido matarla, ¿por qué no usar un cuchillo o cualquier otro método que no me presentase como el principal sospechoso? No pueden detenerme ahora que todo va a arreglarse, por favor…

La voz del hombre se va apagando, mientras una mueca de angustia, aderezada por las lágrimas, surge en su demacrado rostro. La inspectora busca su pañuelo, y recuerda que Matilde, la asistenta, se lo llevó al marchar desconsolada. Así que se limita a buscar el tono más tranquilizador que puede antes de pronunciar palabra:

- Si Vd. no es el asesino, no tiene de que preocuparse. Le prometo que encontrare al culpable.

Aunque los ojos de Varela muestran incredulidad, estas palabras parecen haber sido suficientes. Con algo de esfuerzo, recupera la compostura y se pone en pie, tras lo cual, se dirige a la puerta de la biblioteca por donde abandona la estancia.

Cuando el sonido de la puerta corredera indica el cierre de la misma, la Inspectora se levanta, no sin esfuerzo, y se estira discretamente. Comienza a pasear por la estancia. Conociendo como conoce a Juan, sabe que le dejará unos minutos de reflexión antes de entrar a buscarla.

“Varela necesita dinero y es el único capacitado técnicamente para cometer el crimen, aunque parece que son las circunstancias personales las que se lo impiden. Además, la muerte de la Señora Holgado solo reporta beneficio directo a Jaime, con quien parece que el Dr. no tiene relación. No obstante, el Señor Holgado también puede salir beneficiado de que su hijo reciba cien millones, pues la relación entre ambos parece buena. Pero ¿de que le servirían? ¿Para ayudar a su amigo? No, él no sabe nada acerca del proyecto del doctor. Además, ha estudiado derecho, dudo que un abogado pueda utilizar semejante técnica mortal ¿Y Matilde? Pobre mujer. No tiene ni móvil ni capacidad.

¿Entonces quien? ¡Maldita sea, parece que nadie en esta casa ha podido cometer el asesinato! Algo se me escapa. Seguro que es un detalle, ¿pero que?”

Perdida en sus pensamientos, la Inspectora camina arriba y abajo por la habitación, tan absorta, que tropieza contra uno de los estantes, haciendo caer varios libros. Salgado se agacha a recogerlos. “Uno esta abierto, ¿No tendrás tu el detalle que me falta, verdad? Que tontería, no todos los secretos están en los libros.”

La Inspectora deja caer el tomo que había recogido, su mirada vuelve ahora a traspasar libros, estanterías y paredes, a perderse más haya, mucho más haya de lo que la mayoría de las personas son capaces de mirar.

La puerta del salón vuelve a abrirse con su familiar sonido, sacando a Salgado de su ensimismamiento. Mira hacia el foco de la perturbación, y encuentra a Juan Alberdi apoyado contra el marco, mirándola con el aire de quien ya la ha visto así otras veces y casi puede predecir, instante a instante lo que va a pasar.

Y probablemente pueda. La Inspectora Salgado se levanta y, sin mediar palabra con su compañero, se dirige directa al salón, donde entra decididamente ante las atónitas miradas de todos los presentes. Sus brazos se entrecruzan sobre el pecho, y su firme voz se deja oír con claridad en la estancia:

- ¡Enrique Holgado, queda detenido por el asesinato de su mujer, Alba Holgado!

CONTINUARA...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esto se pone interesante :D

Abe