09 febrero 2006

Hermosas Noches de Faro

Lleno mis pulmones de aire. Huele a sal y arena. El sol se pasea suavemente sobre mí mientras las olas del mar disimulan en constancia el paso del tiempo.

Entreabro los ojos. Las escasas nubes del inmenso plano azul de hayá arriba tampoco parecen tener prisa.

Vuelvo a cerrar los ojos y dejo que mi memoria sea arrastrada por los sentidos. Y allí estamos todos otra vez. Los que ya se han ido y los que vinieron después. Niños que juegan a los barcos con cajas de madera y viejas sabanas. Yo les observo con los brazos cruzados desde la popa de mi navío:

- ¡Ríndete! – me dice uno.
- ¿A caso crees que puedes desafiar al más temido de los piratas? – le contesto entre carcajadas.

Nuestros navíos luchan, nuestros marineros mueren y nosotros interpretamos el más trágico de los desenlaces. Dos viejos amigos separados por sus vidas luchan a muerte sobre la cubierta de popa.

Pero, por desgracia, cada segundo que uno vive en el pasado le es cobrado como dos en el presente. El sol comienza a hundirse en el océano mientras las gaviotas vuelven ruidosamente a casa.

Me levanto y me sacudo la arena. Sopla una suave brisa de levante. La noche será clara y agradable. El mar estará en calma. Noches preciosas que siempre me ponen triste.

Avanzo tranquilamente por la playa hacia el espigón. Silbo otra canción pirata que me acabo de inventar y que probablemente no se parezca en nada a lo que quiera que canten los piratas.

Al llegar a las rocas están aguardándome, como siempre. Altos y silenciosos. Observándome. Huesos de madera del que había sido el mejor barco de la región. El que debía ser el primero en abandonar tierra y el que llegaría más lejos en el horizonte.

Paso rápido, haciéndoles caso omiso. Pensando que ya estoy más que acostumbrado. O que quizás debiera quitarlos ya de ahí. O que quizás debiera reconstruirlo. O que, quizás, quiera que estén ahí, altos y silenciosos. Observándome.

Al final llego al faro. Subo y enciendo la lámpara. Me recodo contra la barandilla y miro esa preciosa noche. Una noche tan hermosa que no esta hecha para mi. Nadie necesita a un farero cuando la luna brilla grande como un queso.

Una noche tan hermosa que solo permite imaginar cosas bonitas. Como donde estarán ahora aquellos niños que jugaban a barcos y piratas. Que más tarde se dieron cuenta de que las confrontaciones más trágicas no tienen por que ser a muerte. Pero que incluso aunque sean tranquilas y caballerosas no tienen nada de divertido.

Y entonces deseo que vuelvan. Que alguno venga guiado por la luz del faro para poder hablar y pensar que incluso los capitanes más avezados necesitan de mis servicios. Pero no está bien desear que alguien necesite la luz de un faro. Así que ya solo queda recordar.

Por suerte, cada segundo que uno vive en el pasado le es cobrado como dos en el presente. Así que la noche se acaba tras muchos juegos de barcos y piratas, y muchos duelos trágicos sin espada y muchos errores y muchas canciones piratas inventadas.

Y, finalmente, llega la mañana. Así que apago el faro y me dirijo cansado, de no hacer nada, a mi cama. Y antes de dormir siempre pienso que haré mañana. Tal vez podría reconstruir el barco. Tal vez podría acostumbrarme al faro.

Y cuando me duermo lo hago pensando que ninguna de las dos ocurrirá nunca. Y que siempre seré el más temido de los fareros o el pirata al que las noches hermosas ponen triste. Por que, para ser un gran pirata, hace falta mucho más que un gran barco. Para ser un pobre farero, basta con un pobre faro.

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