01 agosto 2006

Las Últimas Balas

El ambiente estaba tan cargado que era como respirar a través de algodón. El vapor del aire parecía vibrar con la oscilación de los tubos fluorescentes. Cuyo zumbido aturdía la mente.

La película de sudor que les cubría, haciendo que la ropa y el polvo se les pegasen al cuerpo como gasas húmedas, convertía cualquier movimiento en un trabajo costoso y desagradable.

Aun así, Sara se removió en una esquina. Impulsada por la incomodidad de la postura o por la perdida de la costumbre de hablar que las últimas horas en silencio habían supuesto.

- ¿A que esperamos? - dijo mientras apoyaba el peso del cuerpo sobre el otro hombro.

David, acostado en el suelo, se recosto y la miro, sorprendido de que alguien aun pudiera hablar.

- A un milagro, supongo. A fin de cuentas es lo mejor que podemos hacer.
- ¿Y cuanto más estaremos así?
- Pues hasta que alguien se vuelva loco. O nos vayamos muriendo de deshidratación. O nos rescaten. Lo que pase primero.

Al decir estas palabras, Pedro seguía sentado de piernas cruzadas con la cabeza apoyada sobre las manos y los ojos fijos en la puerta.

- Si me preguntáis apuesto por la primera.
- En ese caso, yo votaría por ti - señalo David volviéndose a tumbar de espaldas en el suelo.
- Oye, oye. Mi psiquiatra asegura que lo de aquel hotel perdido en medio de las montañas fue un episodio aislado.

Ambos sonrieron la broma sin demasiado entusiasmo antes de dar paso de nuevo al zumbido de los fluorescentes. Aunque entonces, tras la charla, otros sonidos, a los que la costumbre había permitido ignorar, volvían a hacerse audibles.

Podían oír sus respiraciones, dificultadas por el calor y la atmósfera; el rascar y frotar de pequeños animales que recorrían la tierra que rodeaba los muros de la sala; y fuera, en los pasillos, el monótono canto del que habían huido hasta aquel cuarto.

¿Eran imaginaciones suyas o los lamentos estaban más próximos? Cada uno pudo notar como el resto de compañeros contenían la respiración y escuchaban. Incluso Fran había sacado la cabeza de la cavidad que frente a su pecho formaban las rodillas dobladas y los brazos.

Pronto, antes de que necesitaran volver a respirar, no quedaba duda alguna: la cacofonía de voces si palabras se acercaba; ya podían oírse pasos tambaleantes y pies arrastrando que se acercaban por el corredor.

Olvidándose de cansancio y sudor e ignorando las punzadas de rigidez, Pedro, David y Fran se levantaron hasta la pared opuesta a la puerta, donde Sara también se había incorporado.

Los cuatro pudieron contemplar su propio terror en los ojos de sus compañeros cuando golpes y arañazos comenzaron a arremeter lenta y pesadamente contra la puerta. Fran y Sara se cogieron instintivamente de la mano. David saco el revolver.

- Cuatro balas no nos salvaran - le dijo Pedro negando con la cabeza,
- Depende de lo que entiendas por "salvar".

Antes de que Pedro tuvieran tiempo a cuestionarse la respuesta el cañón del arma ya apuntaba a la cabeza de Sara, que la observaba balbuceando incapaz de articular palabra.

Un "siempre te he querido" y un estallido dieron con el cuerpo de Sara entre los brazos de Fran que la miraba con los ojos fuera de las órbitas."Lo siento" y otra detonación reunieron a ambos amantes en el suelo de cemento sobre un charco de sangre.

Pedro suspiró y dirigió a su amigo una mirada de resignación.

- Supongo que ahora me toca a mi.
- A no ser que prefieras ser devorado vivo... - fue la respuesta en el mismo tono de resignación.
- Ya, ya. Gracias.

Cuando un nuevo disparo, seguido por un "gracias a ti" retumbo en el cuarto, la puerta cedió estrepitosamente. Por ella, decenas de cadáveres ambulantes trataban de entrar artopelladamente en la estancia, con sus inexpresivos ojos fijos en David.

Él se recostó pesádamente sobre la pared a su espalda y se dejó resbalar hasta quedar sentado. Lentamente, pero sin vacilar, se introdujo el cañón del arma en la boca y apretó el gatillo. Una vez. Después otra. Y luego otra más.

Cuando sintió los fríos dedos de los cadáveres en sus piernas y su nauseabundo olor a carne podrida en la nariz; mientras dejaba caer al suelo el revolver con la bala defectuosa; David no podía más que repetirse lo jodídamente injusta que podía llegar a ser la vida.

2 comentarios:

María dijo...

A pesar de que el final no es de mis preferidos (:P) la historia me ha gustado. Está muy bien el ambiente que creas, no eres consciente de lo que ocurre hasta mediado el relato.

Aunque el final no me gusta (algo pesimista), el hecho de ir matándolos uno a uno para evitarles el sufrimiento sí me agrada (suena un poco mal, pero me parece una buena solución).

Puede que sean cosas mías, pero me da la sensación de que por el final del relato Pedro se convierte en César... he leído el relato dos veces y puede que sea una confusión mía, pero oye, es por saberlo :P

Muy buen relato ;)

Rochgs dijo...

Vaya, es cierto :P

Originalmente el personaje de Pedro iba a llamarse Cesar. Luego lo cambié pero se ve que parte de mi subconsciente no se enteró.

Ya esta arreglado. Gracias :)