27 junio 2005

El Vínculo: Las Profecías de Reshep (I)

“Cuando Ra aparte su mirada del desierto, sobre el camino que tomaron sus predecesores, se alzará de entre los hombres el Faraón todopoderoso.”

– 5ª Profecía de Reshep -


¿Qué sentido tenía rezar? ¿Qué debería pedir? No había nada que ella deseara más que volver a tener a Unis entre sus brazos. Cuando cerraba los ojos evocaba su aroma, su tacto, y por unos instantes era como si nada de aquello estuviera pasando.

Pero pronto el rumor del agua llenando la cámara la devolvía a la realidad. Una realidad en la que jamás sentiría de nuevo la presencia de su amado Unis.

Sin embargo, si él acudía en su ayuda, no habría nadie que pudiera detener al Faraón. Sabia perfectamente de las atrocidades de las que Dyedkara era capaz. Solo de pensar en lo que podría hacer si la profecía se cumplía la dejaba sin respiración. El Mundo entero seria sometido por su sombra.

****

- ¿Puedes oírlas Reshep? Las almas de todos los Faraones antes que yo claman mi triunfo.

El Sumo Sacerdote levantó la cabeza y miro las pirámides a su alrededor. Aunque el Ojo de Ra brillaba con todo su esplendor en el firmamento, las tres enormes construcciones parecían sombrías.

- Si, puedo oírlas – contesto el anciano mientras iniciaba el descenso de la altísima plataforma sobre la que se había erigido el altar -. Pero no estoy tan seguro de que sea vuestra victoria lo que proclaman.
- Tonterías viejo. Tu mismo lo predijiste.
- Tendéis a recordar solo aquellas de mis profecías que os interesan, oh, Señor de las dos Tierras.

El Faraón se revolvió incomodo y miró al anciana con manifiesta ira.

- ¡Unis es tan estúpido como su madre! Antes me entregaría él mismo el poder absoluto que dejar morir a su amada.

El sacerdote se detuvo en la escalera, y miró de soslayo a su Faraón.

- Si estáis tan seguro, ¿por qué es miedo lo que detecto en vuestra voz?

****

Las espadas silbaron en el aire hasta encontrarse por encima de sus cabezas. Unis dio un paso atrás dejando que el soldado se desequilibrase por el impulso del golpe. Se aparto a un lado de la hoja que caía y atravesó al hombre por el estomago.

Un nuevo guardia corrió hacía él lanza en ristre. El joven la desvió con el escudo y partió el mango con su propia arma. El lancero tuvo el tiempo justo de mirar incrédulo el hasta partida antes de caer muerto por la estocada que Dyefa le lanzó entre los omoplatos.

- Este era al último – dijo el moreno mientras recuperaba su espada de la espalda del hombre que acaba de matar -.
- De acuerdo. Sigamos adelante – respondió Unis limpiando su propia hoja con la falda de su media túnica.

Dyefa dio las órdenes precisas para que los hombres se pusieran en marcha cuanto antes. Cuando volvió, Unis ya había montado sobre su caballo. Sujetaba lánguidamente las riendas con una mano mientras con la otra acariciaba, distraído, las crines del animal. Su mirada perdida en el desierto, más allá del horizonte.

Al subir a su propia montura, Dyefa le dio una palmada amistosa en el hombro.

- Tranquilo – le dijo -. Todo saldrá bien.
- Debo de estar loco…
- ¡Desde luego que lo estas! ¿Quién sino un loco se enfrentaría a tu padre?

Unis sonrió. Era la primera vez que lo hacía desde que había puesto en marcha su plan.

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El nivel del agua se acercaba a las antorchas. Si no fuera por el altar, ya tendría que nadar para mantenerse a flote. En cualquier caso, pronto tendría que hacerlo.

Maldito fuera Ra. ¿Por qué tenía que apartar su ojo del Mundo? ¿Cómo podía permitir que el Faraón obtuviera todo ese poder? Estaba claro que rezar no serviría de nada. Si el más poderoso de todos los Dioses quería aquello, ningún otro podría evitarlo.

Al fin y al cabo, si era voluntad de Ra, lo mejor sería que Unis viniera s salvarla. Quizás ellos pudieran escapar de Dyedkara y vivir felices en algún lugar lejano. Decían que el Mundo era más vasto que el desierto. Ni el Faraón, por muy poderoso que fuera, podría encontrarlos. Y aunque tuvieran que pasarse el resto de su vida huyendo, al menos estarían juntos.

Pero aun quedaba la sexta profecía. La profecía gemela. La Profecía del Primogénito. Quizás Unis pudiera desafiar a Ra y a su padre. Pero la profecía era vaga, e incluso una victoria podría apartar a Unis de su lado.

“Unis debe seguir un camino tan alejado de ti como las estrellas” le había dicho el Sumo Sacerdote. Pero ella se negaba a creerlo. Encontraría la forma de llegar hasta las estrellas si hiciera falta. Aun recordaba la enigmática sonrisa que esta afirmación había producido en Reshep.

****

- ¡Hijo de Ra!

El Jefe de su Guardia subía por las escaleras que caracoleaban en torno a la plataforma presa del nerviosismo.

- ¿Qué sucede Tanasda? – respondió el Faraón sin apartar la vista del papiro que estaba leyendo -. Más te vale que sea importante.
- ¡Un ejercito! – respondió el comandante entre resoplidos mientras señalaba por entre dos de las pirámides -.

El Faraón dejó rápidamente el papiro sobre el altar y se irguió mirando hacia donde le indicaba su acólito.

- Unos dos mil hombres entre arqueros, caballería y lanceros – continuó Tanasda -. También tienen algunos jinetes de dromedarios. ¡Y vienen vistiendo como las tropas del Bajo Egipto!

Dyedkara temblaba de ira. Su hijo había llegado demasiado lejos. No solo le había dejado en evidencia delante de todo su pueblo al desobedecerle abierta y repetidamente. Sino que había llevado su necia rebeldía hasta el punto de alzar un ejército contra Él. ¡El Faraón Todopoderoso!

- No se como habrá conseguido sublevarlos – dijo al Jefe de su Guardia apretando los dientes -. Pero los hombres del Bajo Egipto no son rivales para tus arqueros. ¡Qué no lleguen a las Pirámides!

Mientras Tanasda iniciaba el descenso de la plataforma, el ejército atacante comenzaba a formar para la batalla.

- Veo que te he subestimado hijo mío.

****

Sola, en la oscuridad, únicamente le quedaba pedir por que Unis tuviera éxito.

Cuando el agua apagó las antorchas y ella tuvo que comenzar a flotar para poder respirar, había deseado con todas sus fuerzas que Unis hubiera renunciado a la salvación del Mundo por estar una vez más junto a ella. El Mundo era un precio muy bajo a pagar por poder pasar, aunque solo fuera, unos instantes a solas.

Pero ese no era el hombre que ella amaba. El hombre que ella añoraba prefería sufrir mil veces antes que dejar sufrir a otros. Podía imaginarse como debía de sentirse por no ir a rescatarla. Pero ambos sabían que era lo mejor.

Un ruido repentino interrumpió sus cavilaciones. Una roca que se desliza. Un aumento en el flujo del agua y ¡un descenso de su nivel! ¿Unis había venido a salvarla finalmente?

Quizás el Faraón fuera a gobernar el Mundo por el resto de la eternidad, pero ella no podía ser más feliz.


CONTINUARÁ…

1 comentario:

El Aprendiz dijo...

me alegra ver que vuelves a esribir. Está guapo.