16 marzo 2005

Promesas

La luz anaranjada del ocaso dotaba al cementerio de una atmósfera irreal. Contornos borrosos y colores cálidos y apagados. Los cipreses se mecían con la suave brisa otoñal. Una brisa fría. Un frío como el que no había sentido desde hacia años.

La lápida estaba limpia y reluciente. Comparada con los alrededores, parecía que no perteneciese a aquel lugar. Que no debía estar allí. La foto de la piedra mostraba el mismo rostro joven y sonriente. Invariable a pesar del paso del tiempo.

Alguien se acercaba a su espalda. Unos pasos familiares. Pero de una familiaridad remota, de hacia mucho tiempo. Una familiaridad que solo el paso de los años puede sacar a relucir. Incluso su voz, tan distinta, tenía aun ese aire familiar. Ese tono que tanto había escuchado y tanto le había gustado escuchar.

- Sabía que estarías aquí.
- Debía venir a rendir cuentas.
- Eso supuse en cuanto leí la noticia de tu retiro. Ha sido toda una bomba mediática.
- No se por que. Llevo varios años anunciándolo.
- Bueno, la gente sigue sin confiar en los políticos.
- No les culpo por ello.
- Pero en el fondo supongo que se niegan a creer que de verdad puedas dejar la Presidencia.
- Llevo veintiocho años ocupando ese cargo. ¿A caso esperaban que me muriese en el escaño?
- Has sido el mejor Presidente de Gobierno de este país. Probablemente del Mundo. El pueblo prefiere… Preferimos pensar que eres inmortal.
- Realmente he sido un gran gobernante.
- ¿Perdona? Esto tiene truco. No casa con tu falta de autoestima habitual.
- No fue tan difícil realmente. Solo tuve que llegar y hacer las cosas bien. La gente estaba tan poco acostumbrada que causo un efecto inmediato.
- Había que tener mucho valor para entrar en la política nacional como lo hiciste. Prácticamente no dejaste títere con cabeza.
- Tenía miedo de que se me acabase el tiempo. Debía cumplir algunas promesas.

Ambos se fijaron inconscientemente en la pequeña fotografía de la lápida sin percatarse de que el otro también lo hacia.

- ¿Las has cumplido?
- Todas. Y algunas que no hice.
- Siempre fuiste un tipo raro. No hay mucha gente por ahí que prometa a sus seres queridos, cuando se mueren, que van a cambiar toda una nación. Y menos que lo consigan sin convertirse en tiranos militaristas.
- Sabes por que se suicidó. En consciencia no podía permitir que la gente siguiera sufriendo por la incomprensión de unos pocos.
- Actualmente la integración es más que perfecta, es natural. Al menos su muerte supuso la felicidad de muchos otros.
- Tan solo tenia que haberlo hecho antes.
- ¿Como?
- Sencillamente pude haber empezado toda esa locura antes de su muerte.
- Aunque lo hubieras hecho no hubieses tenido tiempo de cambiar las cosas tan rápido.
- Pero ella habría visto que había posibilidades. Que eran los otros quienes se equivocaban.
- Supongo que aquí esta el truco, ¿verdad? Si tienes en tan alta estima tu trabajo como Presidente es solo por que en el fondo piensas que no tiene ningún valor.
- Si, en el fondo. En la superficie, y un poco más hondo estoy contento de lo que he hecho, de mi decisión, de la vida que he llevado. Mucha gente es ahora feliz gracias a mi trabajo. Pero en lo más profundo, cambiaria todo eso por que ella aun siguiera viva. Supongo que eso me convierte en un egoísta.
- Es probable. Pero ¿sabes que? Creo que eso mismo es lo que te convirtió en el mejor Presidente de este país.
- Los Presidentes no pueden crear una ley para devolver la vida, ¿verdad? Ni aunque sea el mejor.
- Me temo que no.

Cuando el último rayo de sol desapareció por el horizonte, los dos hombres se encaminaron juntos a la salida del recinto. Ninguno de los dos volvería más. En realidad, uno de ellos jamás se había ido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he estremecido un rato.

Realmente el tiempo puede acabarse antes de que hagamos lo que debemos...

Muy bueno tu relato

Anónimo dijo...

El anterior era yo ;-).

Zapico

El Aprendiz dijo...

No sé muy bien porqué (quizás por lo que dice Zapico) pero me ha encantado.