“Tras un camino de miedo se encuentra un mar que se extiende más allá del horizonte.”
“¡Cuidado, minas!”
El cartel no dejaba lugar a dudas.
Mi pequeño amigo se agachó a recoger tres ramas largas y finas caídas al borde de la carretera de un solo carril.
- No os preocupéis – nos dijo entregándome uno de los bastones y el otro a nuestro lacónico compañero.
Los aceptamos. Mis dos sobrinos se agarraron de mis brazos y los cinco comenzamos a avanzar tanteando el suelo con las varas.
El día era luminoso y agradable, aunque el sol no aparecía por lugar alguno. La gris carretera, estrecha y uniforme, estaba bordeada en un extremo por una hilera infranqueable de altos árboles, tan verdes como la primavera.
- Creo que deberías tantear algo más lejos de ti – aconsejé a mi pequeño amigo -. Si ahora detectas una mina, será casi como encontrarla con el pie.
Él me miró y después a nuestro silencioso compañero, quien asintió con la cabeza ratificando mi parecer.
- ¿Sabéis? – nos contesto con aire tranquilo -. No me preocupa.
Aunque no tenía pensado responder, algo llamó mi atención que me hubiera impedido hacerlo de todas formas. Mis jóvenes sobrinos se apretaban contra mis brazos con síntomas de miedo.
Al mirarles, vi que iban fijándose en la carretera, o más bien, en los pedazos de periódico que, atrapados en el cemento, permitían leer claramente sus titulares.
- No tengáis miedo – les dije con el tono más reconfortante del que fui capaz -. Solo son periódicos que la gente tiró al cemento de la carretera cuando aun estaba fresco.
Mi sobrino me miro con aire escéptico y pregunto:
- ¿Y por que todos dan malas noticias?
Ante esta observación, comencé a fijarme en los titulares y vi que el niño tenía razón. Todas las noticias trataban sobre muerte y horror. Una voz decidida, casi agresiva, que conocía muy bien, interrumpió mis pensamientos:
- ¡Esto es absurdo!
Mire hacia arriba y vi como mi pequeño amigo había soltado su bastón y caminaba de forma rápida y decidida mientras seguía hablando:
- Si hubiese minas aquí, estas deberían ser anteriores a la carretera, pues dudo que el ayuntamiento vaya minando los caminos. Y si son anteriores a la carretera, los trabajadores que construyeron esta ya deben haberlas encontrado.
La lógica me pareció irrefutable. Mire a nuestro silencioso acompañante y ambos soltamos nuestras ramas, tras lo que retomamos el camino más confiados.
Por fin llegamos al mar.
Las montañas formaban una especie de cuenco en torno al agua, pero dejando una salida al océano abierto en frente, simulando la forma de una gran herradura. En la posición opuesta a la salida, casi hasta el centro de la herradura, se adentraba un muelle artificial de blancos bloques de cemento, dispuestos en dos pisos.
La carretera desembocaba en el muelle.
Comenzamos a avanzar por el piso superior, que discurría por el centro del inferior como una pequeña muralla que dividiese este en dos. Mi pequeño amigo nos precedía solo algunos metros, pero su voz me llegó distante, aunque clara:
- Por eso me gusta el mar, por que no sabes lo que hay al otro lado.
Esto me pareció algo carente de sentido. ¿Qué iba a haber al otro lado del mar? América, si se trataba del Atlántico, o los eternos hielos si se trataba del Cantábrico. Bueno, pensé, eso de los eternos hielos me agrada, realmente son un espectáculo maravilloso. Pero no creo que se refiera a eso…
El mar presentaba ese tono mágico e indefinible que tan raras veces se ve, entre azul y verde a partes iguales. El cielo, era casi otro mar, de un intenso azul celeste y sin una sola perturbación que rompiese su armoniosa homogéneidad.
Por fin, llegué al final del segundo piso del muelle, que terminaba un poco antes que el primero, y dejando a mis sobrinos con mi silencioso amigo, bajé de un salto.
Me senté allí, apoyando la espalda contra el muro del segundo piso y miré al mar que se extendía ante mí.
Las montañas habían desaparecido de mi rango de visión, de tal forma que solo podía apreciar una infinita extensión de agua transparente a la par que azul, a la par que verde. Allí a lo lejos, tan lejos que nadie puede llegar, se unía difusamente con un cielo transparente, a la par que azul, a la par que blanco. Y allí sentado, comprendí lo que mi pequeño amigo quería decir: nunca nadie podrá saber jamás lo que hay al otro lado del mar.
23 agosto 2004
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2 comentarios:
Un par de correcciones:
“Tras un camino de miedo se encuentra un mar que se extiende más haya del horizonte.”Supongo que querías decir "allá", ¿no? :P
...sin una sola perturbación que rompiese su armoniosa homogénea.¿Su armoniosa "homogeneidad"? :)
Me ha gustado mucho este relato, es muy gráfico, no me cuesta nada visualizar en mi mente el lugar donde transcurre la historia. Y me ha encantado, sobre todo, la descripición del mar.
Si inspiro, me llega el olor de la sal; y si escucho con atención, el rumor de las olas.
Gracias por las correciones. Ya está aplicadas.
Me alegra que te haya gustado el relato.
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