13 marzo 2006

Sueños: Muerte (II)

La cosa no pintaba nada bien. El dependiente de la pequeña y mal iluminada tienda de aspecto antiguo no atendía a razones y el tiempo se nos acababa:

- Mire, formamos parte de La Comisión de Calidad ¿No podría hacer la vista gorda por esta vez?
- Lo siento, sin el ticket no podrán irse.
Y mientras decía esto se encaminaba hacia el gran botón rojo que llamaba a seguridad.

Rápidamente rodee el mostrador y, mientras avanzaba por su parte posterior hacia el dependiente, cogí el viejo fusil que había en una vitrina en lo alto de la pared. Y justo cuando el hombre alcanzaba el llamador, la culata del arma impactaba contra su cara.

El vendedor retrocedió unos pasos hasta que su espalda toco los estantes del final del mostrador. Mientras se tambaleaba, buscaba aun el botón así que volví a golpearle, esta vez en los nudillos, para dejarle clara mi postura respecto a aquel dispositivo.

- Ya… Ya lo he presionado - Consiguió balbucear entre las muecas de dolor.

Sin perder un instante salte sobre el mostrador y abandone la tienda sin soltar el rifle. A estas alturas alguien de seguridad debía de estar al caer y, probablemente, el tren estuviera a punto de salir.

Efectivamente, cuando llegué al anden,  la locomotora y el primer vagón ya habían tomado, lentamente, la cerrada curva que servia para que el vehiculo pudiese dar la vuelta. Fer contemplaba la operación desde la acera.

- Hay que detener el tren - le dije en cuanto llegué a su altura.

Él me contempló con curiosidad. Aun llevaba el rifle en la mano y la camisa estaba machada de sangre del pobre vendedor.

- ¿Qué sucede? – preguntó al fin.
- Han puesto una bomba – respondí -. ¿La Comisión?
- Se celebra ahí – y señalo a uno de los primeros vagones, sin ventanas, con aspecto de ser para transportar mercancías -, Todo esta en orden.
- De acuerdo. Tú ve y da la orden de parada. Yo voy a comenzar a desalojar.

Sin una palabra más, nos cruzamos dirigiéndonos en direcciones opuestas. Fer hacia la locomotora y yo hacia la cola, hacia los vagones de pasajeros.

Corrí hasta el primer vagón de pasaje, el coche cama, y me subí de un salto. El interior estaba oscuro y húmedo. Las paredes, así como el suelo y el techo eran negros y solo tenues rendijas de luz se vislumbraban en torno a las puertas cerradas o entre algunas maderas del tejado.

Abrí la primera de las dos habitaciones que ofrecía el vehiculo. En su interior, una sombra amenazante me sobresalto y, seguro de que se trataba del encargado de seguridad que me perseguía, apreté el gatillo del rifle. Dejé la habitación maldiciendo mi precipitación mientras un inocente yacía, muerto, en la cama.

El espectáculo que me encontré en la otra habitación no fue mejor. Allí, con su sonrisa desquiciada y su mirada perdida, me esperaba el cabrón que había terminado por colocar el artefacto explosivo en el tren y que, por lo visto, tenia planeada morir también en él. Cuando abandoné esta segunda habitación, también había un muerto en la cama. Pero ni él era inocente, ni yo me maldecía.

Tras recorrer el resto del tren, que ya se había parado definitivamente, llegue al último vagón de pasajeros. Una vez allí, pedí al pasaje que desalojase el vehiculo ordenadamente por la puerta de atrás. Mientras me obedecían, Fer llegó, también desde la parte delantera, a comunicarme que el desalojó se estaba realizando en todo el tren y que pronto lo anunciarían por megafonía.

Cuando el flujo de gente cesó, decidí hacer una última comprobación, así que me encamine de nuevo hacia la parte delantera del vehiculo. Saltando de vagón en vagón, mientras los altavoces repetían el mensaje de desalojo, llegué de nuevo al lúgubre coche-cama.

Las habitaciones estaban tal y como las había dejado, de manera que avancé un poco más hacia otro par de puertas que se encontraban en la parte delantera del vagón. Comencé a abrir la de la derecha, pero me imagine que seria el baño y decidí dejarla estar. Aquel coche-cama era un lugar bastante horrible y destartalado, no quería ni pensar en como podría ser su baño.

Seguidamente me encamine hacia la puerta de la izquierda y, al abrirla, descubrí, por un lado, que era esa la puerta que daba realmente al aseo del vagón y, por otro, que el tipo de Seguridad era quien lo ocupaba con un rifle en la mano.

Rápidamente cerré la puerta mientras el individuo se abalanzaba hacia mí. Forcejee por echar el cierre mientras el empujaba y, cuando lo logré, un disparo de escopeta abrió un agujero en las tablas de la puerta por las que asomo el cañón del rifle.

Sin dudarlo un segundo, agarre el arma y se lo arranque de las manos, mientras quitaba el cierre y le apuntaba con ella. “Click”, el rifle estaba descargado. Los breves instantes siguientes fueron suficientes para, darme cuenta de que el rifle que yo sostenía era aquel que había robado de la tienda y que, por lo visto, debí abandonar en la habitación del pirado; de que la escopeta recortada que el guarda de seguridad apuntaba contra mi cara parecía estar perfectamente cargada; y, afortunadamente, de apartar la cabeza cuando esta disparo.

Con otro rápido tirón, arrebate el arma por segunda vez a mi perseguidor y volví a usarla contra él, aunque esta vez con más suerte.

Tambaleándome, sin soltar la escopeta, abandone el oscuro vagón hacia la claridad del día. Aunque el tren volvía a estar parado, durante mi refriega contra el guardia debieron de haberlo alejado de la estación para evitar los daños de la explosión, pues ahora nos encontrábamos en el campo.

Hacia un día precioso. El sol brillaba en un cielo azul matizado, aquí y allí, por alguna que otra nube. La pradera a la que descendí desde el tren, y que discurría muchos kilómetros al lado de la vía estaba cubierta por una hierba igualada y de un verde intenso. Al otro lado del vehiculo, pequeñas montañas se estiraban perezosamente hacia el cielo y a ambos lados de la vía, la nieve aun sin derretir se acumulaba formando pequeñas aceras.

Era como encontrarse a miles de kilómetros de cualquier persona. Era bello y aterrador. En medio de una verde pradera, con un tren vacío a mis espaldas y en el más completo de los silencios me sentía solo y descansado.

Pero aun no era el momento de descansar y aquella soledad me resultaba opresiva. Saque el teléfono móvil para llamar a Fer, a ver si la Comisión de Calidad había terminado satisfactoriamente. Al activar el aparato, me encontré con un sinfín de avisos de mensaje, todos relativos a noticias que mi operador de telefonía me mandaba periódicamente.

Aunque las noticias eran de actualidad, en aquel momento resultaban insignificantes en comparación con el final de la Comisión y rechazarlos uno a uno resultaba francamente exasperante.

Y entonces el tiempo se detuvo. En un instante,  la luz parecía menos brillante y la hierba dejo de agitarse con el viento. Lo único que destacaba era la detonación que se estaba produciendo en uno de los vagones del tren.

Las llamas crecían como globos, hambrientas, devorando el aire a su alrededor, y escupiendo pedazos de metal. Y uno de esos pedazos se dirigía directamente hacia mí. O más bien yo me dirigía hacia él, pues parecía como si la plancha del tren estuviera estática en el aire y fuera el paisaje lo que se desplazase, arrastrándome, inexorablemente, a su encuentro.

Sin embargo, el objeto nunca llego a tocarme, pues reboto contra una farola que se encontraba unos metros  por delante de mí y en la que no había reparado. El impacto de metal contra metal restableció el fluir del tiempo y el espacio en mi cabeza y me desplacé para asegurarme de que la farola se encontraba en perfecta línea recta entre mi persona y el foco de la explosión. Finalmente, terminó.

Y entonces la vi. Era alta, de pelo negro y tez clara y, aunque era incapaz de concretar los rasgos de su rostro, de una gran belleza. Sus vestiduras eran de aspecto indio, de colores azul celeste y blanco. Había descendido del vagón foco de la explosión y en aquellos momentos describía un amplio círculo esquivando la farola.

Indudablemente solo podía ser ella. Así que reí. Reí a carcajadas. Como ríe quien, tras una larga lucha, ha ganado casi a costa de su cordura:

- Me he escapado, ¿me oyes? - le dije orgullosamente -. No has podido cazarme.
- Tranquilo – respondió esbozando una inconcreta sonrisa – Ya te he pillado.

Aquella fanfarronada no me gusto nada. Y supongo que ella debió darse cuenta cuando dos manchas rojas aparecieron sobre el paño blanco que cubría su pecho, allí donde la munición de la escopeta le había alcanzado.

Pero ella ni siquiera se tambaleó por el impacto. Continuó con su paso lento, rodeándome a una cierta distancia. Y eso me hizo temer. Quizás si que pudiera pillarme de algún modo.

Por el rabillo del ojo me percate de un pequeño perro que se acercaba lentamente hacía mi, ya a la altura de la farola. Le apunté decididamente con la recortada. Después de todo lo que había pasado no iba a dejar que un sucio chucho me quitase la vida.

Y no lo hizo. Sencillamente se derrumbo por si solo unos pasos después de la farola. Y entonces comprendí su amenaza:

- ¡Zorra! – le dije entre dientes mientras me daba la vuelta para mirarla. - ¡Era una bomba biológica!

Ni siquiera me hizo caso. Había terminado ya de rodearme y se alejaba lentamente dándome la espalda.

- ¿Me dará tiempo a hacer una llamada? - le pregunté extrañamente calmado.

Esto si pareció escucharlo. Se detuvo y, mirándome por encima del hombro, sin darse la vuelta, me respondió tras una tímida risa triunfal:

- ¿Una llamada? ¿Por qué no? Es lo justo para quien no ha encontrado el amor.

Rápidamente, mientras ella giraba la cabeza y continuaba alejándose, cogí el móvil. Ya vería esa puta. Llamaría a Fer, vendrían a buscarme y me curarían en un hospital. Después de todas las veces que la había evitado, esta sería otra más…

Pero, mientras marcaba los últimos números, me di cuenta de mi error. El perro era mucho más pequeño que yo, pero la diferencia de tamaño no era suficiente como para que los efectos de la bomba me dejasen a mi mucho más tiempo que a él. Al menos no tanto como para que alguien pudiera llegar allí, donde quiera que fuera, a tiempo. Esta vez me había pillado. Al menos me había dejado despedirme.