23 agosto 2004

Sueños: Mar

“Tras un camino de miedo se encuentra un mar que se extiende más allá del horizonte.”

“¡Cuidado, minas!”
El cartel no dejaba lugar a dudas.
Mi pequeño amigo se agachó a recoger tres ramas largas y finas caídas al borde de la carretera de un solo carril.
- No os preocupéis – nos dijo entregándome uno de los bastones y el otro a nuestro lacónico compañero.
Los aceptamos. Mis dos sobrinos se agarraron de mis brazos y los cinco comenzamos a avanzar tanteando el suelo con las varas.
El día era luminoso y agradable, aunque el sol no aparecía por lugar alguno. La gris carretera, estrecha y uniforme, estaba bordeada en un extremo por una hilera infranqueable de altos árboles, tan verdes como la primavera.
- Creo que deberías tantear algo más lejos de ti – aconsejé a mi pequeño amigo -. Si ahora detectas una mina, será casi como encontrarla con el pie.
Él me miró y después a nuestro silencioso compañero, quien asintió con la cabeza ratificando mi parecer.
- ¿Sabéis? – nos contesto con aire tranquilo -. No me preocupa.
Aunque no tenía pensado responder, algo llamó mi atención que me hubiera impedido hacerlo de todas formas. Mis jóvenes sobrinos se apretaban contra mis brazos con síntomas de miedo.
Al mirarles, vi que iban fijándose en la carretera, o más bien, en los pedazos de periódico que, atrapados en el cemento, permitían leer claramente sus titulares.
- No tengáis miedo – les dije con el tono más reconfortante del que fui capaz -. Solo son periódicos que la gente tiró al cemento de la carretera cuando aun estaba fresco.
Mi sobrino me miro con aire escéptico y pregunto:
- ¿Y por que todos dan malas noticias?
Ante esta observación, comencé a fijarme en los titulares y vi que el niño tenía razón. Todas las noticias trataban sobre muerte y horror. Una voz decidida, casi agresiva, que conocía muy bien, interrumpió mis pensamientos:
- ¡Esto es absurdo!
Mire hacia arriba y vi como mi pequeño amigo había soltado su bastón y caminaba de forma rápida y decidida mientras seguía hablando:
- Si hubiese minas aquí, estas deberían ser anteriores a la carretera, pues dudo que el ayuntamiento vaya minando los caminos. Y si son anteriores a la carretera, los trabajadores que construyeron esta ya deben haberlas encontrado.
La lógica me pareció irrefutable. Mire a nuestro silencioso acompañante y ambos soltamos nuestras ramas, tras lo que retomamos el camino más confiados.

Por fin llegamos al mar.
Las montañas formaban una especie de cuenco en torno al agua, pero dejando una salida al océano abierto en frente, simulando la forma de una gran herradura. En la posición opuesta a la salida, casi hasta el centro de la herradura, se adentraba un muelle artificial de blancos bloques de cemento, dispuestos en dos pisos.
La carretera desembocaba en el muelle.
Comenzamos a avanzar por el piso superior, que discurría por el centro del inferior como una pequeña muralla que dividiese este en dos. Mi pequeño amigo nos precedía solo algunos metros, pero su voz me llegó distante, aunque clara:
- Por eso me gusta el mar, por que no sabes lo que hay al otro lado.
Esto me pareció algo carente de sentido. ¿Qué iba a haber al otro lado del mar? América, si se trataba del Atlántico, o los eternos hielos si se trataba del Cantábrico. Bueno, pensé, eso de los eternos hielos me agrada, realmente son un espectáculo maravilloso. Pero no creo que se refiera a eso…
El mar presentaba ese tono mágico e indefinible que tan raras veces se ve, entre azul y verde a partes iguales. El cielo, era casi otro mar, de un intenso azul celeste y sin una sola perturbación que rompiese su armoniosa homogéneidad.
Por fin, llegué al final del segundo piso del muelle, que terminaba un poco antes que el primero, y dejando a mis sobrinos con mi silencioso amigo, bajé de un salto.
Me senté allí, apoyando la espalda contra el muro del segundo piso y miré al mar que se extendía ante mí.
Las montañas habían desaparecido de mi rango de visión, de tal forma que solo podía apreciar una infinita extensión de agua transparente a la par que azul, a la par que verde. Allí a lo lejos, tan lejos que nadie puede llegar, se unía difusamente con un cielo transparente, a la par que azul, a la par que blanco. Y allí sentado, comprendí lo que mi pequeño amigo quería decir: nunca nadie podrá saber jamás lo que hay al otro lado del mar.

09 agosto 2004

Dos Minutos en el Infierno

- ¡A ellos!
Salto de la trinchera y comienzo a correr.
La lluvia me agarrota los músculos.
Sigo corriendo.
Cientos de explosiones iluminan la noche.
Los gritos de mis compañeros no me dejan oír ni mis propios alaridos.
De terror, estoy gritando de puro terror.
No puedo parar de avanzar.
En el horizonte, cientos de intermitentes luces incandescentes.
Quiero correr alejándome de ellas.
El terror no me deja darles la espalda.
Más explosiones.
No se que piso.
El olor me marea.
- ¡Al suelo!
Alguien a mi lado se tira al suelo.
Le sigo.
Grito y disparo, o eso creo.
¡Estaba pisando cuerpos!
Algo explota a mi lado.
Algo caliente me salpica la cara.
Mi oído pita.
Cuerpos caen sobre mí.
El terror me hace levantarme y correr de nuevo.
Corro y disparo.
El humo no me deja ver.
Me pican los ojos.
¿Por qué no me paro y ya esta?
El oído me quema de dolor.
¡Dios Santo están viniendo!
Más y más gritos.
Silbidos en el aire.
Mi brazo se empapa de algo cálido.
Más explosiones.
Los silbidos en el aire vienen también de mi espalda.
- ¡Ya están aquí!
Estoy aterrada.
Quiero que todo acabe.
Disparo a todo lo que se mueve delante.
Una explosión ilumina la noche.
Un enemigo.
Su cara.
Sus ojos.
Mi mismo terror.
Pero lo conozco.
Es un chico, el era mi…
- ¿Clara?
Disparo llorando de ira.
Muerto.
Explosiones.
Silbidos.
Gritos.
No noto el brazo.
¿Le he matado?
¡Le he matado!
Explosiones
Silbidos.
Gritos.
Una luz resplandece.
El calor inunda mi cuerpo, el dolor avanza con él.
Me devora.
Todo es luminoso.
No siento nada.

03 agosto 2004

Venganza

El general Robles se detuvo ante la gran ventana detrás de su escritorio.
Fuera, la guarnición de palacio iniciaba el cambio de guardia mientras por la entrada del patio circulaba un incesante tráfico de motocicletas con importantes mensajes de campaña.
Alguien llamó a la puerta.
- Adelante.
- Fausto ha sido traslado a la sala de interrogatorios como ordenó Su Excelencia.
- Bien, iré en seguida.
Mientras el joven oficial cerraba la puerta del despacho, el General echó un vistazo a un oscuro rincón de la habitación, donde un hombre permanecía de pie, apoyado en la pared, casi imperceptible.
La sombra hizo un leve movimiento de asentimiento, y el general Robles se encamino a la puerta.

El estado del llamado Fausto era realmente lamentable. Sin embargo, su mirada se mantenía firme y sus labios cerrados. Aunque ese hombre podía proporcionarle la información que necesitaba para el dominio total del Planeta, su fortaleza agradaba al general más que enfurecerle.
- No creo que de mucho más de si, Su Excelencia – comentó el oficial al cargo de la tortura -. Lo más recomendable seria emplear el suero.
- No aplicaré el suero con él. Ha sido un oponente digno.
El prisionero lanzó al general una mirada cargada de odio, pero que dejaba entrever algo de desesperado entretenimiento.
- Ahora va a resultar que el mismísimo Robles sabe lo que es la dignidad. Quizás debiste habérselo explicado mejor a tus hombres cuando les enviaste a arrasar mi ciudad.
La cara de Fausto se congestionó con la ira.
- ¡Puedes meterte tu código del guerrero por donde te quepa! Si la situación fuera a la inversa yo no tendría ningún miramiento contigo. No pararía hasta que sufrieras lo que yo sufrí, hasta que supieras como me sentí cuando me lo quitaste todo.
La expresión del general no vario un ápice durante todo el discurso de su enemigo. Cuando este hubo terminado, sacó su revolver de la cartuchera y le apuntó a la sien.
- Se perfectamente lo que se siente al perderlo todo – dijo mientras apretaba el gatillo.

El general miraba desde su silla al oficial que tenia enfrente, pero su expresión delataba su ausencia. El oficial continuaba su discurso con obediencia militar:
- Más de cincuenta mil hombres. El Plan Quimera se desarrolla a la perfección, los informes al respecto deben estar al llegar. Y en cuanto a China, la firma del tratado de rendición se ha completado casi sin incidentes.
- ¿Y Argentina? – preguntó Robles con la misma expresión de abstracción en su rostro.
- Bueno. Ha sido una lastima no poder obtener ninguna información adicional de Fausto. Sin embargo, su captura seguramente supondrá un duro golpe para los rebeldes. Quizás fuera un buen momento para aumentar nuestra presión en la zona.
- De acuerdo. Envíe al Escuadrón Sombra. Ellos sabrán que hacer.
- Si Su Excelencia.
Tras una mecánica reverencia, el oficial preguntó si no se le ordenaba nada más. Y ante una respuesta negativa de su superior, dio media vuelta y abandonó con decisión la estancia.

La oscuridad de la noche parecía ahogar la luz de las lámparas.
De uno de los rincones de la habitación, surgió una sombra para definirse poco a poco, hasta convertirse en un oficial de la edad del General, con un uniforme negro más sencillo que el del resto de sus compañeros.
- Parece que casi ha terminado, Su Excelencia.
- Sin Fausto, Argentina caerá irremediablemente.
- A veces pienso que debí dejar que Fausto te matase aquella tarde.
- ¿Y por que no lo hiciste?
- Bueno, soy tu guardaespaldas, y creo recordar vagamente que también tu amigo.
El general se levantó y comenzó a caminar meditabundo por su despacho. Mientras, su acompañante sacaba algo de licor de un mueble y llenaba un vaso. Aún tuvo tiempo de tomar un par de tragos antes de que su superior volviese a hablar:
- Estoy tan cerca de lograrlo…
- ¿Tu venganza?
Robles disimuló un escalofrío que le detuvo unos instantes:
- La salvación del Planeta. El orden y la paz absolutos.
- Vamos, vamos. Yo no soy tu gabinete de prensa.
El general volvió a detenerse por un momento antes de reanudar la charla, esta vez algo más nervioso:
- Bueno si, también mi venganza ¿Contento?
- A mi hace tiempo que me da igual. La pregunta es si tu estas contento.
- ¿Qué quieres decir? ¡Estoy a punto de cumplir mi ideal, mi sueño! ¿Cómo no voy a estar contento?
- Oye, en serio. Si vas a seguir con eso del “mundo perfecto bajo un Nuevo Orden de ley y paz” por mi lo dejamos.
- ¿Entonces que quieres que te diga? – respondió el general parándose en seco y girando hacia su interlocutor.
Este se limitó a tomar un pequeño sorbo de su vaso y a responder con total calma:
- Quiero saber si la venganza es tan buena como esperabas.
- ¡Claro que lo es!
El general respondió de inmediato. Sin embargo, tras pronunciar estas palabras se quedo durante unos segundos meditando. Luego, continuó con un tono de voz menos seguro:
- Lo perdí todo. Mi mujer, mis hijos, mis amigos... ¡Todo!
Y mientras recordaba momentos pasados, la confianza volvía a su voz, esta vez apoyada en la ira.
- ¡Ahora sabrán lo que sufrí! Esta raza de enfermos sentirá su propia crueldad. Y después, nadie tendrá que volver a pasar por lo que yo pase.
El general permaneció inmóvil, con los puños apretados, mirando fijamente a su guardaespaldas. Este se limito a levantarse del borde del escritorio donde se había sentado y a terminarse de un trago el considerable contenido de su copa.
- Desde luego has enseñado a la raza humana lo que es sufrir. Veintitrés años de interminable y sangrienta guerra mundial. Miles de millones de personas muertas, torturadas, huérfanas, viudas…
- ¿Y que querías que hiciera? – grito el general con la frente empapada en sudor.
- ¡Recuperar lo que te quitaron!
Esta respuesta desconcertó a Robles, que intento preguntar, pero fue interrumpido por su interlocutor, que ahora le hablaba mirando a la pared.
- No lo perdiste todo aquel día, Robles. Cierto, tu mujer y tus hijos fueron asesinados, junto con algunos de tus compañeros. Pero todavía quedábamos algunos buenos amigos. Todos sentimos la pérdida, pero pudimos habernos recuperado, juntos. Y quizás, al final, hubiera llegado un día en que volviésemos a estar unidos y felices, honrando la memoria de aquellos que se fueron.
El hombre de negro se giró bruscamente para enfrentarse a Robles con la desesperación brillando en su mirada.
- ¡Pero no! Tú tuviste que hundirte en el odio, en el rencor. Todos los demás te fueron abandonando. Todos menos yo. Y pude ver como una y otra vez hacías lo mismo que te hicieron a ti. Lo mismo que nos hicieron a todos.
El hombre avanzaba hacia su superior señalándole con el dedo mientras que sus ojos eran bañados por las lágrimas.
- ¡No Robles, no fue la raza humana quien te negó al felicidad, fuiste tu solo! Tu solo te encerraste en tu odio, y después en este nauseabundo palacio. Tu solo apartaste a todos aquellos que pudieron haberte hecho recuperar lo que perdiste.
El oficial se paro a unos pasos de su amigo, bajo el brazo, y su tono de voz pareció dejarse llevar por la desesperanza:
- Si tanto odias a aquellos que en su momento te privaron de la felicidad, ódiate con la misma fuerza a ti mismo, pues tú te has privado de ella para el resto de tu vida.

Un disparo resonó en la noche.
Grandes focos se encendieron en los muros, y decenas de hombres corrían por las estancias del palacio siguiendo un plan de emergencia.
Y en un oscuro despacho, un oficial vestido de negro sangraba tumbado en la alfombra con una sonrisa de paz en sus labios. Y mientras sus ojos se cerraban, recordó aquella tarde en la que a sangre fría, mato a la mujer y a los hijos de su mejor amigo.